Los desafíos a la paz y seguridad internacionales exigen la adopción de prácticas diplomáticas originales, que faciliten la coordinación necesaria para contener crisis de diversa índole. Así ocurre ahora con la amenaza de la pandemia de Covid-19, que se presenta en un mundo conflictivo y, no obstante, permite a la comunidad de naciones confirmar su capacidad para unirse en lo esencial y controlar a un virus que no reconoce fronteras. La hoja de ruta adoptada es simple: en la inmediatez, la prioridad es mitigar las consecuencias de la crisis sanitaria, de tal suerte que, en el mediano y largo plazos, existan instrumentos para prevenir nuevos brotes.

La pandemia aniquila, pero también restaura la credibilidad de la comunidad mundial en su capacidad para movilizar voluntades de signo positivo. Su dimensión global ha estimulado el desarrollo de mecanismos inéditos de cooperación, que tienen particular expresión en el sistema multilateral; son mecanismos que sistematizan información y ofrecen cursos de acción con base en la ciencia y en las lecciones aprendidas en todo el orbe. Este difícil trance también tiene señas en los ámbitos micro, es decir, en los espacios públicos y privados donde las personas conviven cotidianamente y siguen recomendaciones científicas para evitar la infección viral.

En el terreno diplomático, las cosas no son distintas. Las representaciones de los países, siguiendo instrucciones de sus gobiernos y observando disposiciones sanitarias de las naciones donde operan, laboran en modalidades que les permiten interactuar con actores locales y, en especial, estar cerca de sus respectivas comunidades nacionales en el exterior. Para ello, el trabajo desde casa y el uso de medios electrónicos, se han convertido en práctica cotidiana. Así, con responsabildad e imaginación, se atienden agendas y se da continuidad a la conversación entre misiones extranjeras y autoridades de los países anfitriones, con la novedad de que la confianza que es propia del quehacer diplomático, se construye a través de una pantalla y no del encuentro personal y del apretón de manos que conlleva.

En circunstancias difíciles y con una ineludible reasignación de prioridades, en todas las latitudes las embajadas y consulados trabajan bajo una misma premisa: la doble prioridad de mantener bien informados a sus respectivos nacionales de la evolución de la pandemia y de atender sus necesidades con criterio integral, es decir, con acciones que los protejan y les faciliten su estancia en el país en que se encuentran o su repatriación, según sea el caso. El éxito de estas tareas ha sido posible gracias a la coordinación internacional y al apoyo de las cancillerías de cada nación.

La pandemia, sin ser guerra, se le parece por el número de víctimas que ha generado. La crisis sanitaria nos enseña que la solidaridad está por encima de cualquier otro criterio, en especial de los que propician roces internacionales o politizan la emergencia. Los tiempos que corren exigen a la diplomacia virtud y a la globalización una pausa que atienda a los más vulnerables. Con ello en mente y recordando a Cervantes: “el que anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho”. De ahí que, en la crisis y no siempre en zona de confort, los diplomáticos están obligados a empatizar, escuchar, leer y tener la mente abierta. Su tarea es aprender de las experiencias de otros y encontrar respuestas coherentes a retos impredecibles, como el del microscópico organismo que insiste en poner de rodillas a la humanidad.

Internacionalista