Cada mañana, al levantarnos, los medios de comunicación nos dan parte de las guerras. Las primeras planas informan de los insultos y acusaciones entre mexicanos que son enemigos por pertenecer a diferentes partidos políticos o por estar en grupos distintos de un mismo partido. Hay una alianza contra el presidente, los cárteles pelean dominio narco, hay repunte de feminicidios, los senadores no cumplen las normas para prevenir contagios del virus, se registra exceso de muertes, fideicomisos con irregularidades, violencia y atropellos en orfanatos, otro huracán. El presidente acusa a sus opositores y se dice insultado por ellos, y los seguidores ciegos de cada parte se rompen las vestiduras en redes sociales, se acusan de todo, y hasta se amenazan de muerte.

Pero los hechos son que hace unos días dos niñas fueron asesinadas en menos de 24 horas y parece que casi nadie se conmovió. Los homicidios dolosos están llegando a 30 mil este año, las muertes por COVID alcanzan 90 mil y los casos oficiales ya rebasan los 900 mil.

Y a pesar de que casi la mitad de los mexicanos, de acuerdo con Mitoksky, teme ser víctima de algún delito, y más del 60 por ciento temen contagiarse de coronavirus, permea una ausencia de responsabilidad, una insensibilidad al dolor ajeno y una alarmante despreocupación por los demás. La competencia por vencer al oponente, así sea muriendo con él, es mayor a la solidaridad.

Somos atacados con insultos porque para unos somos conservadores o para otros neo liberales, porque somos indígenas o porque no lo somos, porque criticamos al gobierno o porque lo defendemos, somos atacados por el virus porque nuestros compatriotas que no se quedan en casa y salen sin cubrebocas, somos atacados por connacionales que corrompen para obtener ventajas o por quienes son corruptos por codicia, somos atacados por nuestros paisanos que forman los cárteles, que venden drogas, o las procesan o las distribuyen y asesinan impunemente, las mujeres son atacadas sin razón por la violencia machista, y también nos atacan los fenómenos naturales.

Y los discursos de sirios y troyanos continúan avivando la peor guerra que es la de inocentes contra inocentes. La peor guerra no es en contra de los verdaderos enemigos sino entre las diferentes facciones que pretenden tener la razón.

Estamos viviendo entre enemigos, y muchos de ellos no deberían serlo.

Nuestra democracia no está dando resultados. Se confunde la “sustancia” con el “procedimiento” Y es que no se trata de que la democracia consista únicamente en respetar votaciones, en el respeto a los procedimientos de sufragio, de la regla mayoritaria, o de la regularidad de las elecciones, también hay que tomar en cuenta que debe haber sabiduría en las decisiones que produce, el aparato democrático debe ser tal que garantice lo que se deriva del valor de nuestras culturas, la justicia, la equidad, el cuidado al medio ambiente y la diversidad, a fin de cuentas la democracia debe abonar al bienestar de todos los mexicanos. Sería absurdo admitir como buena cualquier cosa sólo porque es una decisión de la mayoría. Se busca que la democracia produzca buenas decisiones, y para ello se requiere la tolerancia y prudencia que permitan los equilibrios entre todos los puntos de vista.

Hacia la última década del siglo pasado, la filosofía política estuvo marcada por el surgimiento de una nueva corriente de pensamiento, multiculturalismo, desarrollada para defender una mejor inclusión democrática de las minorías. Desde entonces se defendió también con mayor fuerza el principio del derecho a la diferencia promovido ya en los inicios de la década de 1970.

La sensibilidad hacia las minorías era el inicio de una sensibilidad que hoy día olvidamos. De repente todo lo que importa es la mayoría, toda opinión minoritaria no vale la pena. La frialdad de nuestras guerras es una indiferencia hacia los demás, por la ausencia de siquiera alguna identificación con los demás, lo que fomenta la competencia con todos y provoca la uniformidad de los comportamientos para que encarnar la norma dominante.

Esta terrible frialdad niega nuestra vulnerabilidad común, aniquila la preocupación por los demás y nos hace insensibles ante los terrores cotidianos.