Transcribo algunas líneas de las memorias de Woody Allen (Brooklyn, Nueva York, 1 de diciembre de 1935), A propósito de nada. Autobiografía (Alianza Editorial), traducido por Eduardo Hojman.

“[…] Con excepción de Gangs de Nueva York, la totalidad de mi biblioteca consistía en libros de historietas. Hasta finales de la adolescencia sólo leía cómics. Mis héroes literarios no eran Julien Sorel, Raskolnikov, los rústicos locales del condado de Yoknapatawha, sino Batman, Superman, Flash, Namor, el Hombre Halcón. Y también el Pato Donald y Bugs Bunny y Archie Andrews, el protagonista de la historieta Archie. Amigos: están leyendo la autobiografía de un analfabeto misántropo que adoraba a los gangsters, un solitario inculto que se sentaba delante de un espejo de tres caras a practicar con una baraja para poder sacar un as de picas, hacer que fuera imposible de ver desde ningún ángulo y llevarse todo el dinero de la partida. Más tarde sí terminé fascinándome por las gordas manzanas de Cézanne y los lluviosos boulevares parisinos de Pissarro, pero, como decía, aquello fue posible sólo porque faltaba a clase y necesitaba un refugio donde pasar unas nevadas mañanas de invierno. Ahí estaba yo, hipnotizado por Matisse y Chagall, por Nolde, Kirchner y Schmidt-Rottluff, por el Guernica y por el frenético Jackson Pollock, con sus cuadros que ocupaban toda la pared, por el tríptico de Bechmann y por las oscuras esculturas negras de Louise Nevelson. Luego, un almuerzo en la cafetería del MOMA, seguido de una película de época en la sala de proyección de la planta baja. Carole Lombard, William Powel, Spencer Tracy. ¿Acaso eso no suena más divertido que tener que aguantar la detestable cara de asco de la señorita  Schwab exigiéndome que recitara la fecha de la ley del Sello o el nombre de la capital de Wyoming? Luego las mentiras en casa, las excusas en la escuela al día siguiente, las manipulaciones, los malabares, las notas falsificadas, caer atrapado nuevamente, la exasperación maternal: “Pero si tienes un CI tan alto”. Y, por cierto, lector, no era tan alto, pero a juzgar por el cri de coeur de mi madre uno creería que yo podía explicar la teoría de cuerdas. En realidad, es fácil de ver en mis películas: si bien algunas son entretenidas, ninguna de mis ideas bastaría para establecer una nueva religión.

“Además –y no me avergüenza admitirlo–, leer no me gustaba. A diferencia de mi hermana, que sí lo disfrutaba, yo era un holgazán que no encontraba nada de divertido en abrir un libro. ¿Y por qué iba a hacerlo? Los radios y el cine eran mucho más excitantes. Menos exigentes y más vívidos. En la escuela no sabían cómo introducirte en la lectura de un modo que aprendieras a disfrutar de ella. Los libros e historias que elegían eran aburridos, estúpidos, antisépticos. Ninguno de los personajes de esos cuentos cuidadosamente escogidos para niños y niñas estaba a la altura del Hombre Plástico o Shazam. ¿Creen ustedes que un chico tan precoz, que cuando nació ya estaba dispuesto a salir corriendo (en contra de las teorías de Freud también respecto de esto, nunca tuve un periodo de lactancia), a quien le gustaban las películas de gangsters con Bogart y Cagney, llenas de rubias vulgares y sexis, iba a ponerse a mil con El regalo de los Reyes Magos?…”

 

Novedades en la mesa

En las mesas de novedades, algunos de los libros del monero argentino Quino (Joaquín Salvador lavado Tejón): Mundo Quino, Mafalda inédita, Mafalda. Todas las tiras y Qué mala es la gente, todos editados por Lumen.