Nunca pensamos que nuestras vidas pudieran cambiar de manera tan radical y en tan poco tiempo. No me refiero sólo a la pandemia, sino también a los cambios tecnológicos de la última generación y a los cambios políticos en el mundo. Si hacemos una revisión somera del mundo hace treinta años, no teníamos internet ni teléfonos celulares inteligentes, no existía negocios como Uber y Netflix ni los sistemas de geolocalizacón global, ni muchos otros. Si atendemos a estos avances pareciera que el mundo ha mejorado enormemente, pero al voltear a la  política, hace tres décadas no existía la desconfianza y el hartazgo hacia las instituciones y los partidos políticos que hoy impera, las relaciones entre partidos y personas en la política tenía una civilidad y un respeto que hoy se ha perdido, han modificado radicalmente las relaciones sociales y de trabajo. Y claro, no estábamos en una emergencia sanitaria comola actual.

¿Y cómo hemos llegado a este punto? Algunos dirán que es el destino, o el camino inevitable de la humanidad o la sociedad; otros culparán a los líderes mundiales o locales pero pocos asumirán su responsabilidad individual en el actual estado de cosas.

Es probable que el presidente Andrés Manuel, o el presidente Trump, o cualquier otro sean responsables del deterioro más reciente en las prácticas políticas y de los malos resultados en el manejo de la pandemia, pero lo cierto es que un hombre no puede manipular el destino de millones de gentes como si se tratara de partículas fisicas que obedecen a ciegas una ley natural.

La sociedad, a diferencia de un conglomerado de materia inerte, no es un ente homogéneo ni dependiente de una voluntad universal. Las sociedades están conformadas de individuos autónomos, con libre albedrío y capacidad de razonar. No ha sido López Obrador ni Trump, son millones de individuos que piensan como ellos y se sienten representados en sus acciones, las respaldan y las motivan, sus valores se ven reflejados en los de ellos.

La irreverencia tan cotidiana hoy día, los insultos a los poderosos y a los otrora miembros de élites económicas, sociales o académicas entre otras causan un placer mayúsculo a quienes nunca han sido miembros de ellas o siendo miembros se han visto ofendidos, y son muchos.

También la desobediencia es un placer para muchos, quizá porque siempre habían tenido que hacerlo o quizá porque así son, libres y negados a cualquier sumisión. Por ello si autoridad alguna pretende imponer una norma, así sea por el bien de todos, la rechazan por principio. ¿por qué usar cubre boca si es mi boca? ¿Por qué limitar mi libertad de expresión?

Nadie puede asegurar qué será mejor, si mantener esta nueva forma de convivencia política directa, agresiva, burlona, o regresar a las formas antiguas de civilidad, al menos, pública, o quizá cambiar a nuevas formas. Y por otra parte, seguir como lo hemos hecho en la pandemia, dejando que se mueran quienes no se cuidan ya sea por necesidad o por necedad, endurecer las medidas para cortar el vector de contagio o de plano no hacer nada para alcanzar la inmunidad de rebaño sin menoscabo de las muertes que esto traiga consigo.

Por lo menos hay dos caminos extremos entre los que podemos situar un infinito de posibilidades. Uno es suponer que es Dios o el destino lo que define nuestro futuro y entonces no hacer nada. El otro es suponer que nosotros podemos construir lo que viene, que nada está totalmente deterninado.

En el segundo caso, también tenemos por lo menos dos caminos muy claros. Uno es el de jugar a que lo piensa la mayoría es lo que conviene a todos y entonces tendremos que asumir que las minorías no tendrán nada que decir sino atenerse a la decisión mayoritaria. El otro camino es más humilde, aceptar que nadie tiene la razón absoluta, ni las mayorías. Que en todos hay algo de razón y que todas las mayorías tienen derecho a ser escuchadas y tomadas en consideración, que las mayorías están dispuestas no sólo a escuchar sino a tomar en serio las ideas minoritarias. Y entonces buscar caminos de adaptación con la única finalidad de sobrevivir con bienestar, es decir adaptarnos en comunidad para no morir.