El dilema planetario está cada vez más situado ante la obscena decisión de optar por un liderazgo con identidades de bufón o la de “taparse la nariz” y votar por el mal menor.

Detrás de ese dilema hay una tremenda realidad: casi todo el sistema político mundial o al menos el que se rige por la democracia representativa; vive una polarización que parte a los sistemas políticos en dos mitades.

Asi ha ocurrido hace varios decenios en Francia, en Inglaterra, en Alemania, en Estados Unidos, en los antiguos países socialistas del Centro y el Este de Europa; en Argentina; en Brasil; en Perú; en los escasos procesos electorales realizados en Venezuela; en el Uruguay e incluso en parte de Centroamérica en los procesos electorales de El Salvador.

En todos esos casos, al menos, las elecciones dividen a los electores en dos bloques: el “conservador” y el “progresista”. Seguramente fenómenos semejantes se producen en el llamado Medio Oriente, en la inmensa India y otros países del mundo indio.

También ese ha sido el caso en el reciente proceso, de cierta democracia electoral incipiente en México.

Uno de los resultados perversos de esa polarización electoral, es paradójicamente, que no corresponde siempre a una división social, étnica, cultural, de género, de orden generacional. No es en suma una división parecida, a la basada en la teoría marxista de la lucha de clases.

Más bien ocurre todo lo contrario.

En los barrios, distritos e incluso ciudades o regiones rojas, de electores socialistas y comunistas en Francia e Italia, las tendencias electorales a lo largo de varias décadas se han desplazado hacia las opciones más racistas, enemigas de los migrantes y del socialismo, no se diga del comunismo.

Se ha hecho realidad, tristemente, el hecho electoral de que los pobres, los jodidos, los “condenados de la tierra”, los proletarios, los cada vez más precarizados en su vida laboral, escolar, sanitaria, de vivienda, de empleo y de salarios, se han transformado en muchas partes en los bastiones de los partidos y candidatos más derechistas, fascistoides y demagogos posibles.

A todo ese escenario hay que sumar el fenómeno de los charlatanes, los demagogos y sus caricaturas en el lenguaje, sus actitudes y gestos cada vez más propios de los bufones.

Por supuesto que cualquier simplificación que ignore las historias, culturas, tradiciones y sus logros, derrotas y desafíos en cada país y reduzca el problema a una versión grotesca de división geopolítica tipo guerra fría, sería funesta, aunque nunca hay que descartarla.

La ferocidad y estupidez criminal del enfrentamiento religioso en Europa, el Medio Oriente y Asia, también ha ocurrido en nuestro Continente. En los Estados Unidos con el atentado del 9/11 en contra de las torres gemelas y en la destrucción de la sinagoga en Argentina, con miles de víctimas en ambos casos; nos deben alertar para no reincidir en esa visión dogmática que divide al mundos, a sus culturas, sus pueblos y sus tradiciones bajo los parámetros binarios de “buenos“ y “malos”

Trump no es más que la máscara obscena de la decadencia que padecemos a nivel mundial y que nos ha invadido a nivel nacional.

Es muy comprensible el rechazo de sectores populares, de jóvenes, de casi todas las corrientes feministas, del mundo de los pueblos indios y los millones de asalariados sin voz propia, a la política electora, convertida en México en un bazar, al cual concurren solamente los integrantes de una casta que controla la política, la economía, la cultura e incluso pervierten las tradiciones y caricaturizan la historia para sustentar las más pedestres obsesiones mesiánicas, de un gobernante disfrazado de devoto practicante de costumbres estrafalarias, que se pretenden mostrar como herencia de las costumbres prehispánicas.

Los “usos y costumbres” del PRI para medrar con la miseria y la pobreza de los pueblos, usando sus terribles carencias para instalar “bailables, danzas, ofrendas y demás supercherías” para halagar al “señor presidente” y su distinguida “compañera”, “primera dama” o la “esposa del presidente”; son ominosas señales de una restauración de las peores manías del estado corporativo, autoritario y cleptócrata que tanto daño le hizo al conjunto del país, pero especialmente a los trabajadores, los miserables y todos los excluidos, sobre los cuales se entronizó una burguesía de compadres invadida de mezquindad y vocación de saqueadores de los bienes producidos por los trabajadores y el resto de la sociedad no perteneciente a esa casta, que se embelesó con la posibilidad de echarlos del poder, mediante una rebelión electoral que aprovechó un ejemplar de la nueva degeneración de fantoches disfrazados de redentores.

No será suficiente la probable derrota de Donald Trump y sus deseable secuela para que ocurra lo mismo con Boris Johnson en el Reino Unido y con otros de sus calaña, para emprender un viraje y comenzar un camino diferente, capaz de hacer frente a los desafíos del siglo XXI.

Es cada vez más necesario, aunque no por ello inevitable, sumar todas las fuerzas capaces de conseguir un viraje nacional para salir de ésta tragicomedia disfrazada de redención moral, autonombrada “cuarta transformación”.

Nada es eterno.

El régimen político prevaleciente e inspirado en gran medida en el régimen presidencialista de los Estados Unidos, puede y debe imaginar un régimen más cercano al parlamentarismo.

La quiebra del sistema de partidos puede echarse abajo, no mediante medidas estridentes y sin sentido, como la eliminación del INE. Copiando el modelo que se usó para acabar con el “huachicoleo” o el supuesto combate a la corrupción con la eliminación de miles de empleos de confianza o de honorarios que solo produjeron llevar a miles al desempleo, destruir el sistema de salud, aferrase a la política “clientelar” de la subsidiaridad para una determinada porción de la sociedad a la cual se humilla y se manipula como en el viejo esquema de los “peones acasillados”.

El desenlace lógico de decenios de lucha y de movimientos sociales y políticos opuestos al autoritarismo, debe desembocar en el establecimiento de un régimen político de partidos autónomos, cuyo registro se determine por los votos.

Partidos autónomos y Libertad Sindical pueden ser los pilares para sustentar un programa de cambio, que haga frente a la crisis económica y repare la trágica política sanitaria que ya produjo cientos de miles de muertes, no solamente por el Covid, sino por la desatención de otras enfermedades endémicas.

La vida está en otra parte.