El año 2020 está por llegar a su fin. En los anales de la historia quedará registrado por la singularidad que le confiere la pandemia de COVID-19 y los millones de víctimas que ha cobrado a nivel global. Lo impensable pasó en un momento inesperado. Justo cuando los avances de la ciencia y la tecnología nutren la soberbia humana, un microscópico virus nos puso de rodillas para recordarnos, con inusitada crueldad, que ante la enfermedad y la tragedia, todos somos iguales. La consecuencia es evidente. El Coronavirus se ha posicionado en la cima de la agenda global y las acciones de pueblos y gobiernos están supeditadas a su control y eventual erradicación. No podría ser de otra manera. La dimensión de este reto compartido debe ser igualmente atendida por todos, con criterios de corresponsabilidad que sumen y no resten; que apuesten por el futuro y mantengan viva la esperanza en los cuatro confines del orbe.
Irremediablemente, la pandemia ha marcado la vida de las nuevas generaciones. A partir de ahora, la explicación de lo cotidiano no podrá pasar por alto esta crisis sanitaria. Por ello, es probable que las narrativas nacionales e internacionales la tomen como referencia y punto de partida para el consuelo de espíritus angustiados y para la necesaria reconstrucción de sociedades y economías afectadas por la emergencia. En orden de prioridad, los recursos deben canalizarse a los sectores más rezagados, a los grupos vulnerables y, en fin, a los olvidados de siempre.
Para afrontar los desafíos de este tipo de eventos perniciosos, ninguna previsión es suficiente. Con lo que se tiene, se ha hecho lo posible e incluso más. En menos de un año desde que se globalizó el virus, ya circulan vacunas de diferentes laboratorios, las cuales acreditan el talento de la comunidad científica, la responsabilidad de los gobiernos para procurarla a sus gobernados y la devoción de médicos y trabajadores del sector salud. En condiciones inéditas y con frecuencia asombrosas, el espíritu humano ha dado testimonio, una vez más, de su capacidad para mantener aceitada la maquinaria, de su ingenio para remontar dificultades anteponiendo lo urgente a lo accesorio.
A problemas globales, respuestas igualmente globales. Es de esperar que la comunidad mundial intensifique esfuerzos concertados para abatir la pandemia, en especial a través de la Organización de las Naciones Unidas y de los diversos foros que brinda la arquitectura multilateral. Son tiempos para mantener el paso, compartir experiencias nacionales y coadyuvar en esta lucha, que hoy aflige pero que, en el futuro cercano, ofrecerá lecciones y oportunidades. Hacia el 2021, la apuesta se perfila a la renovación y al optimismo; a la reflexión sobre el camino andado y a la canalización urgente de recursos para el desarrollo de los pueblos. En estas condiciones, el año viejo saluda al nuevo, justo cuando las naciones, por su vulnerabilidad, están obligadas a hacer de la política internacional un ejercicio solidario y fraterno, que tienda puentes de entendimiento y concordia universales.