Se puede ampliar el presente tanto como se quiera, o lanzarse vertiginosamente hacia el futuro, o dar marcha atrás que es lo más peligroso porque ahí están los recuerdos, todos los recuerdos, los buenos, los regulares y los execrables.
Mario Benedetti, Primavera con una esquina rota.
La encrucijada es allí donde los caminos se entrelazan, pero en sentido figurado representa una situación espinosa o comprometida en la que existen diversas opciones de actuación y no es sencillo cuál de ellas escoger. La pandemia quizá vino a acentuar tendencias perceptibles en el sistema educativo mexicano desde décadas atrás contenidas en las cuatro íes: irrelevancia de los contenidos; inequidad en la prestación de los servicios; irresponsabilidad de la burocracia e inmoralidad de los liderazgos de las facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
En el arranque de la crisis sanitaria, la Secretaría de Educación Pública actuó con rapidez; decretó el cierre de escuelas; un propósito era claro: proteger la salud y la vida de estudiantes, maestros y familias. La emergencia justificó —con sobra, pienso— improvisaciones y decisiones apresuradas, no todas infaustas. El segundo objetivo fue imposible de cumplir: salvar el año escolar y que el alumnado obtuviera los aprendizajes esperados.
Las malas decisiones gubernamentales —e indolencia de segmentos sociales— acentuaron la gravedad de la pandemia y parece que vamos para largo, aún con las vacunas en puerta. Un escenario razonable es que las escuelas se reabrirán hasta agosto de este 2021: para fines prácticos el 2020 es un año perdido. Por ello, ciertos colegas aventuran la idea de descartar aprobaciones y reprobaciones, eliminar las calificaciones, pues, y que los estudiantes —al menos de educación básica— comiencen el siguiente ciclo escolar en el mismo grado.
Pocos, investigadores tal vez intrépidos quisieran lanzarse con vértigo hacia el futuro; aprovechar lo que ofrecen las tecnologías de la información y comunicación, mudar el paradigma de enseñanza, avanzar hacia la relevancia de los contenidos y experimentar pedagogías de nuevo cuño. Unos —cercanos a la manufactura de tecnologías— pregonan con énfasis darwinista que los docentes tendrán que adaptarse a la nueva circunstancia, renovar sus saberes o, si no lo quieren hacer, pasar a retiro; piensan que son necesarios, sí, mas no indispensables.
Otros desean imprimir un tono humanista al albedrío tecnológico y proponen programas de actualización y capacitación del magisterio para un uso racional —de apoyo— de la tecnología para la enseñanza. Piensan que es posible maridar las tradiciones magisteriales con un futuro donde la tecnología predominará.
Sin embargo, tanto en la burocracia como en amplios grupos de la sociedad, se ansía regresar a clases, se quieren reabrir las escuelas y restaurar el sistema que conocimos hasta marzo de este año. Eso, aunque a lo mejor sin que sea un deseo expreso, incluye a las cuatro íes. Y lo hacen porque, como presagia Benedetti, allí están los recuerdos.
En arengas de altos funcionarios y en alocuciones de representantes de asociaciones de padres de familia se expresa el afán de retornar a la actividad presencial. En cierta forma, aunque los planteles estén cerrados, en el ámbito de los símbolos la escuela persiste con la opción a distancia; unos quieren replicar ritos y funciones, aprender lo mismo que dictan los cánones de los libros de texto y “obtener buenas calificaciones”. Este sentimiento se percibe en especial entre las clases medias urbanas. Los segmentos sociales pobres apenas sobreviven —y aunado a la irrelevancia, para ellos, de los programas a distancia— acaso piensen que es inútil. La fatalidad reina en estos sectores. La pandemia nada más los colocó más abajo.
Aunque con cierta ambivalencia, Esteban Moctezuma, apostaba por volver a los estudios hasta que el semáforo estuviera en verde; resistía presiones de comunidades del sector privado —incluso de su ex patrón Ricardo Salinas Pliego— que quieren abrir escuelas. A veces titubeaba, pero en términos generales mantuvo su postura. Se entiende la presión a la que están sujetas las escuelas particulares, muchas ya cerraron y otras están en esa vía, pero la pandemia es implacable.
Delfina Gómez Álvarez, llega a la jefatura de la Secretaría de Educación Pública en tiempos turbios; no nada más el Covid, la crisis económica, la violencia criminal y las contiendas electorales ensucian la vida pública. En el ámbito doméstico los liderazgos de las facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, buscan —como siempre— pescar en río revuelto. Si bien por lo pronto no lucen en público sus instrumentos de chantaje y amenaza —excepto en Michoacán— exploran las debilidades que pueda tener la nueva secretaria; las del presidente López Obrador ya las conocen y las aprovechan para obtener el beneficio máximo.
En la encrucijada de la década que comienza este mes hay tramas de largo, mediano y corto plazos. La del período extendido —inequidad— se agrava en lo inmediato: recorte del presupuesto, eliminación de programas compensatorios, en especial el de las escuelas de tiempo completo, falta de recursos tecnológicos para poblaciones vulnerables y cansancio del magisterio. Este fastidio no se arregla con programas de capacitación al vapor y sin participación de los mismos maestros.
Apenas comenzaba la elaboración de nuevos textos cuando se avecinan cambios en la Subsecretaría de Educación Básica y la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, sus titulares son personas cercanas a Moctezuma, no a la Cuarta Transformación. Esta faena se desplazó de lo inmediato al plazo medio. La búsqueda de contenidos relevantes para el presente y el porvenir no es un asunto que se resuelva con prescripciones burocráticas.
Lo que brotará pronto en este 2021, pienso, es la contienda entre la burocracia —con nuevos altos funcionarios provenientes de las filas de Morena— y las corrientes sindicales. Pleitos entre la irrelevancia y la inmoralidad. Es allí donde están los recuerdos.
Espero equivocarme, pero de nuevo evoco a Benedetti en el remate de su cantar: “Ahí está lo que uno pudo hacer y no hizo, y también lo que pudo no hacer y sí hizo. La encrucijada en la que el camino elegido fue el erróneo”.


