Es insondable el fondo de la simulación, tanto de sus causas como de la aprobación que consigue en amplios sectores de la sociedad.
Esa situación favorece toda clase de comportamientos impúdicos.
El creciente fenómeno de pérdida de referentes e identidades de tipo ideológico favorece un travestismo que borra cualquier lealtad a una ética sustentada en esquemas de otras épocas o aquellas que se decían estar al servicio de clases oprimidas.
Esa simulación está presente en el comportamiento de quienes pertenecen a este gobierno neoliberal sometido a los grandes poderes fácticos.
De esa manera es posible practicar una política contraria a los postulados con los que consiguieron obtener una amplia aprobación a sus promesas, a las que dejaron al lado en cuanto empezaron a gobernar.
Sigue siendo un enigma como a pesar de haber estafado a sus electores, ese tipo de gobernantes mantienen altos índices de aprobación.
Tampoco se puede explicar fácilmente el apoyo de grupos elitistas con aparentes identidades muy diferentes a los proyectos y acciones de políticas neoliberales. Incluso los que se proclaman comunistas.
La simulación hace milagros.
Los redentores millonarios no tienen ninguna sanción social y medran sin rubor alguno con la palabrería y doctrinarismo más pedestres a nombre de los sectores oprimidos sin que tengan la menor preocupación de actuar bajo las órdenes de alianzas de los poderes fácticos opuestos a sus proclamas “revolucionarias”.
Lejos de hacer un intento de mínima crítica a ese tipo de políticas, sus expresiones autoritarias descalifican cualquier observación que impugne así sea parcialmente, los efectos de unas prácticas cada vez más enfrentadas a los intereses populares.
El recurso es acusar a los críticos de ser portadores de intereses oscuros y estar al servicio precisamente de los que sostienen al poder que detentan a nombre los “de abajo”.
Entre los defensores del gobierno no se detienen en el uso de adjetivos y de un lenguaje anacrónico y doctrinario, que llega al extremo de la difamación.
Primero los pobres es un eslogan para ocultar el servicio a grandes corporaciones de capitales y de viejos grupos de poder de las castas que controlan el poder político hace más de un siglo.
No debe evadirse, sin caer en la paranoia opuesta, el riesgo existente que está construyendo un proceso de alienación tal, que lleve a los excesos que hicieron posible la hegemonía del miedo y la delación como elementos cotidianos de la vida, como ocurrió en la era estalinista.
Como lo dice Vasili Grossman, en Vida y Destino: “En nombre de la moral, la causa revolucionaria libera de la moral, en nombre del futuro justifica a los fariseos de hoy en día”. Aunque en nuestro caso ya ni siquiera se trate de un futuro de construcción de una nueva sociedad, sino de algo tan ambiguo como lo es la llamada Cuarta Transformación.
El fariseísmo pareciera estar instalado como conducta en algunos de los promotores y beneficiarios del gobierno actual.
Encaramados en el poder a toda costa, aplican aquella tramposa táctica de gritar “al ladrón al ladrón”. Acusan a los que no comparten sus confortables posiciones en el aparato estatal y gubernamental de ser “ultra derechistas” y neo fascistas. Es un tic, calcado del viejo autoritarismo, como cuando Echeverría nos gritaba “jóvenes del coro fácil, jóvenes fascistas”.
No es una tarea fácil ir forjando un proyecto alternativo a éste fenómeno de simulación.
Cada vez que se cuestiona esa demagógica política que nos conduce a la restauración de lo peor de la era priista, se nos coloca ante el falso dilema de apoyar al gobierno actual o estar a favor de la restauración del viejo régimen.
La ausencia de canales institucionales para opciones distintas a las de la coalición gobernante o las de una oposición constituida únicamente por los partidos con registro electoral, no permite diseñar una estrategia que rebase los límites de la partidocracia
No será nunca tarde para insistir en la necesidad de realizar una reforma profunda del régimen político actual, que mantiene el monopolio de la partidocracia, para establecer un régimen de otro tipo .
Un régimen que facilite la organización sin establecer tantos candados para la creación de partidos, movimientos y agrupaciones. Eso se puede ir construyendo si se establece de manera sencilla el registro de partidos, solamente supeditado a la obtención de un porcentaje mínimo de votos.
El mismo camino se requiere para establecer la libertad sindical. Con ello se colocaría a todos los aparatos de control corporativo de los trabajadores ante el desafío de ganarse el apoyo verdadero de los trabajadores sin su sometimiento, ya sea que se trate de los viejos aparatos del charrismo tradicional o el que se está prefigurando con los protegidos del gobierno y el propio presidente.
Esas dos cuestiones Libertad sindical y Libertad política son veneno mortal para la simulación y la restauración del presidencialismo imperial.
Mientras se mantenga el régimen actual, la demagogia y el control creciente de instituciones relativamente autónomas del Estado o su desaparición, continuarán dándole un creciente poder a la simulación.
Es oportuno intentar ir más allá de la inercia cotidiana impuesta por el protagonismo afiebrado del presidente, para caminar en un sentido de más de largo plazo y más profundo.
Lo contrario es facilitar el predominio de los falsos redentores.
Aún estamos a tiempo de salir del pantano.
Si se rompe la nefasta hegemonía de un pensamiento mágico, basado en una serie de mitos forjados al amparo de un estatismo nacionalista, que ahora ha tomado las formas de un poder estructurado en torno a un caudillo demagogo, entonces se abrirán caminos a fuerzas hasta ahora desconocidas o de expresión efímera y ubicadas en los sectores marginales a los que éste gobierno no dejado de combatir, difamare incluso reprimir como son las comunidades de pueblos originarios, las mujeres, los estudiantes y otros actores nuevos o por surgir.
Las posibilidades del surgimiento de fuerzas nuevas y genuinamente democráticas tienen un horizonte abierto a la creatividad y la imaginación.
Salir del ensueño demagógico de una Cuarta Transformación, la máscara del viejo poder de las castas, es posible.
No es imposible poner un alto al proceso de simulación.