El clima de persecución y de terror era una constante

Aparentemente era imposible hacerle frente a la intolerancia. Se vivían momentos tan difíciles para las libertades, como los que estamos empezando a vivir en estos años de Gobierno de la llamada Cuarta Transformación.

Conviene recordar esos días para no perder la esperanza de conseguir un vuelco que haga posible defender lo conquistado durante décadas de lucha y protagonizada por muchos movimientos, publicaciones, organizaciones y miles de ciudadanos libres.

La condena a los opositores era algo cotidiano. Eso repetían todos los periódicos, todas las estaciones de radio y los canales de Televisión. Salvo espacios en la Revista Siempre. Las Cámaras de Diputados y Senadores. Todas las llamadas centrales sindicales: CTM, CROM, CGT, CROC, UGOCM lombardista; la central campesina CNC, la de supuestos organismos populares la CNOP; muchas Federaciones Estudiantiles como la FEG, Federación de Estudiantes de Guadalajara. Por supuesto todos los partidos PRI, PPS, PARM y el PAN con una postura ambigua: condenaba la represión gubernamental, pero también la violencia de los estudiantes y los agitadores comunistas.

Un notable y fundamental excepción era el rector de la UNAM: el Ingeniero Javier Barros Sierra.

En esa era de terror mataban estudiantes por repartir volantes dentro de la propia Ciudad Universitaria de la UNAM como fue el caso de Manuel Parra Simpson, asesinado en los muros del estacionamiento de la Facultad de Derecho y cuya placa alusiva al crimen fue quitada por alguno de los rectores posteriores, quizá Guillermo Soberón Acevedo.

Habíamos unos cuantos chavos militando en la Juventud Comunista, la mayoría habían roto con la dirección y andaban muy acelerados “preparando la lucha armada”. Tenían argumentos muy sólidos. Tanto los emocionales por la irritación que provocaba la criminal represión del Estado; como por una realidad que hacía casi imposible la lucha política no violenta y además por el ambiente continental de las guerrillas castristas y también el mundial por las luchas de liberación, como fue el caso en África y Asia.

Para colmo la política de la “Coexistencia Pacífica” de Jrushov y todos los Estados de la órbita soviética estaba en total desprestigio, a tal grado que había muchos militantes partidarios del maoísmo e incluso de la “Revolución Cultural”.

Los Partidos, además, ya estaban en total desprestigio en la Europa Occidental, con la excepción quizá del Partido Comunista Italiano y no total, ya que habían surgido grupos a su extrema izquierda como el Manifesto de Rossana Rosanda, Luta Operaria y otros.

En pocas palabras: unos cuantos “refor” (apócope de “reformistas”) seguíamos dando la pelea política en las calles, en las universidades, en las luchas pequeñas de los obreros y de los campesinos; sin más armas que la palabra.

En toda esa “atmósfera” política y cultural estábamos en los meses previos al 10 de junio de 1971.

Desde que empecé a escuchar los balazos me estremecí, no podía dejar de sentirme culpable. Sentía por cada balazo un herido o un muerto. Hacia dentro de mí surgía la pregunta estrujante: ¿tenía sentido haber salido a la calle? Rápidamente el miedo hacía olvidarlo y lo único que pensaba era salvarme.

Salté hacia dentro de la Escuela Nacional de Maestros, la conocía muy bien. En unos minutos estábamos al lado opuesto a la balacera y cerca de Avenida del Maestro Rural, donde estuvo el Internado. Casi esquina con el Colegio Militar y frente a la antigua Secretaría de Agricultura. Ya cerca del hospital de la Cruz Verde, Rubén Leñero. Brincamos una barda de casi tres metros de altura y atravesamos la Calzada México Tacuba, en medio de las balas.

Quizá como mecanismo de defensa, como instinto de supervivencia, me dije “tenemos razón”. Racionalmente sigo pensando lo mismo. Mis sentimientos a veces me hacen dudar.

Sobre todo, cuando veo que muchos no aprendieron nada.

Hay algunos cínicos que cada aniversario se pelean a codazos por encabezar las marchas rituales, aunque en su momento estuvieron en contra de la manifestación y algunos nos acusaron de ser los “gestores” de la matanza o de ser provocadores.

Ahora firman desplegados o cartas al correo de La Jornada y afirman que nada ha cambiado, para aparentar ser muy radicales. Aunque están en cargos en el gobierno de la Ciudad de México, gobiernos estatales y hasta del gobierno federal de Andrés Manuel López Obrador, En el mejor de los casos en altos cargos en las Universidades, en primer lugar, la UNAM. También en los puestos directivos de aparatos culturales como TV y Radio UNAM, IMER, IPN, Colegio de México.

Otros tienen cargos hasta en los aparatos sindicales charros.

Son parte de la oligarquía.

Algunos son millonarios. Viven como marqueses en un país de pobres y siguen hablando a nombre del “proletariado”.

Sin ningún rubor participan en un gobierno demagogo que aplica políticas anti populares y una política económica neoliberal. Un gobierno que ha militarizado la vida pública y otorgado concesiones a las fuerzas armadas.

Además, un gobierno lleno de casos de corrupción, que otorga contratos de cientos de millones de pesos sin concurso ni licitación alguna, incluyendo a familiares del mismo presidente o socios del mismo.

Es un gobierno que ha estafado las promesas con las que consiguió engañar a más de 30 millones de electores.

Les vale poner en entredicho todo lo que significó enfrentarse al gobierno de Echeverría, algunos hasta se hicieron cuates o “compañeros” de “partido” y de “lucha” de personajes siniestros que eran pate del echeverrismo y lo defendieron con abyección hasta la ignominia.

Otros han vivido del victimismo.

Hasta se han vuelto diputados o altos funcionarios usando el ser “sobrevivientes de Tlatelolco y del “Halconazo”.

Son sinvergüenzas.

También hay quienes jugaron un papel muy importante en la concepción, activismo y dirección del movimiento del diez de junio y ahora siguen perteneciendo a los altos mandos de Morena y su gobierno

Muchos, la mayoría, siguen siendo luchadores. Algunos viven en la soledad y en la miseria. Nadie les pone “medallas” ni son “héroes”. Simplemente son consecuentes.

Hasta ahora me repulsa hablar bien o mal de los que actuaron, unos de una manera y otros de otra. Sobre todo, porque no me gusta ser juez.

He comentado mucho este tema con autores intelectuales que han escrito novela e incluso historiografía. Unos me dicen pon nombres y apellidos y otros sólo pon siluetas que dibujen quién es cada quién.

Ahora me voy ahorrar los nombres.

Ya habrá tiempo de referirse personalmente, quizá si se adquiere el talento para hacerlo sin la carga de cariño combinada con reproche en algunos casos muy “entrañables” y, en otros, una mezcla de cariño y tristeza por lo que devinieron como adultos y viejos.

Por ahora no lo haré.

Pero los que saben entenderán de quién o quienes se trata.