En las redes sociales llovieron críticas a quienes celebraron en México el triunfo de Joe Biden; si no es nuestro presidente, decían, ¿qué nos importa? Es cierto, no es nuestro presidente, pero hoy día la globalización nos hace interdependientes con la mayoría de las naciones, la presidencia de los Estados Unidos nos afecta inevitablemente. Pero, además, Salvador Allende tampoco era nuestro presidente y a muchos nos ilusionó, como seguramente ilusionó a muchos mexicanos la revolución rusa o la vuelta a la democracia en Argentina.

Es una característica importantísima del ser humano sentirse bien cuando otros lo hacen, de ahí el paradójico altruismo que permite ayudar a un desconocido aun corriendo riesgos, la satisfacción de ver felices a otros gracias a nuestra participación nos hace sentir bien. Y así como en la época de Allende, hace cinco décadas, muchos sentíamos, seguramente equivocados, que en el triunfo pacífico de la izquierda en Chile habíamos influido gracias a nuestro activismo político en México, también con seguridad muchos acogieron el triunfo de Biden como propio porque le habían «apoyado» en redes sociales o por algún otro medio, incluso sólo moralmente.

Pero no ganó Biden gracias a nadie sino a los millones de estadounidenses que votaron por él. Es el gobierno que esa nación ha decidido tener, de igual forma que hace cuatro años decidió tener el gobierno de Trump.

Quienes hayan seguido las campañas de ese país habrán notado que el centro del debate era el mensajero y no el mensaje, el viejo sofisma de descalificar un argumento por la persona que lo dice y no por su contenido. Este fenómeno se ha extendido en todo el mundo, no es privativo de nuestros vecinos del norte y lo tenemos muy arraigado en nuestro país. El ataque a la persona, darle la vuelta a los argumentos, la flojera de pensar y mejor atacar los defectos, los pecados, cualquier cosa que pueda descalificar y evadir el argumento, la discusión civil, razonada y razonable.

Se aplica el dicho de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, y el país que construye.

No hay pretexto, hace cincuenta años los principios partidistas se anteponían a las características individuales, las diferencias de propuestas de gobierno y de país eran muy claras, militar en un partido o en una asociación política implicaba la adhesión, el convencimiento y la preparación de acuerdo con los principios y programas de la organización.

El modelo se desgastó en todo el mundo y poco a poco, casi sin sentirlo llegamos a donde estamos. En México la corrupción y las decisiones cupulares dañaron la confianza en todas las instituciones.

Una frase digna de mencionarse, y que caracteriza muy bien nuestro tiempo, es la de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”

Tendremos elecciones en México en breve y no hay programas ni propuestas que debatir entre los partidos, cuando mucho hay críticas a los adversarios y especialmente al gobierno en turno, pero escasean las acciones alternativas. En la arena política no se ven los argumentos, se empiezan a ver los pre candidatos, futbolistas, actores y actrices, cantantes sin idea de lo que harán si triunfan, y los partidos tampoco parecen tener mucha idea, lo que importa es ganar los votos a como de lugar. La finalidad del triunfo no va más allá de mantener e incrementar los espacios de poder. En fin lo que se vislumbra es una batalla de la farándula.

Es casi imposible distinguir entre los partidos, cada vez más desligados de propuestas y programas, ya no parecen buscar un ideal de país sino sencillamente cultivar el voto a toda costa. Las contradicciones no importan, se abandona el laicismo porque parece más rentable políticamente una alianza con grupos religiosos, o se apoya el aborto porque parece una causa que puede atraer muchos votos.

El resultado es que militantes y candidatos cambian de partido como de equipo de futbol, se van con el mejor postor. En un mismo partido se admite a conservadores, anarquistas, populistas, izquierdistas, social demócratas, sólo los une su capacidad para atraer votos. Se concentran en mirar el paso inmediato y pierden el bosque. Pero al final todo dependerá del voto.

Si la farándula toma el Congreso mexicano no será de manera violenta ni mucho menos, será gracias al voto de los mexicanos.