Donald Trump dejará la presidencia de los Estados Unidos en unos días en medio de una de las crisis políticas contemporáneas más importantes de ese país. Las raíces de la negativa trumpista para aceptar los resultados electorales van más allá de la credibilidad del sistema electoral, se trata de un problema derivado de la certidumbre dogmática de la que son presa muchos gobiernos y gobernantes, que los deja ciegos ante la posibilidad de que estén equivocados.

El problema no es nuevo, es un clásico estudiado por la filosofía desde hace muchos siglos que se refiere a los criterios o parámetros (si es que los hay) que sustentan nuestras creencias, es decir, las maneras en que confirmamos o justificamos nuestras pretensiones de conocimiento.

Dos son los casos extremos, por un lado quienes están prejuiciados por sus sentidos y experiencias y las generalizan como si se tratara de evidencias o pruebas infalibles, de tal forma que les dan el valor de verdad, y por otra parte están quienes otorgan a sus creencias preconcebidas o en ocasiones basadas en teorías o dogmas ese mismo estatuto de verdad. En el primer grupo diríamos que se encuentra el sentido común y en el segundo la fe en teorías o principios inamovibles.

Estas dicotomías fueron maravillosamente caricaturizadas por Voltaire a través de Cacambo, en Cándido. Éste representa la sabiduría particular, práctica y popular que se obtiene con la experiencia de la vida y que bien podría equipararse a una posición subjetiva o equivocista y casuística, frente a su opuesto que es la actitud metafísica del Dr. Panglos, filósofo optimista, pensador teórico, teólogo-cosmo–nigólogo, quien sólo habla y teoriza, tanto en situaciones difíciles como frente a las catástrofes.

Sin embargo, Cacambo muestra una virtud prudencial, no cae en la trampa de creer que tienen la verdad, a diferencia del Dr. Panglos que está convencido de tener un conocimiento verdadero, claro y distinto a través de la razón.

Uno de los filósofos que nos mostró un buen camino para alejarnos de los extremos dogmáticos fue Renato Descartes, una faceta poco reconocida. La reflexión cartesiana propone aplicar una duda radical para no tomar por sentada cualquier creencia, ello consiste en que habrán de desecharse cualquier idea o pretensión de conocimiento apenas se atisbe en ellas la menor duda. Descartes nos propone suponer la existencia no de un “cierto genio maligno”, que hábilmente nos engaña, ese genio maligno son los dogmas y los prejuicios que nos trasladan a un mundo ficticio. La certeza a la que nos conduce ese genio maligno se enraíza en nuestros hábitos y costumbres, es tan extensa como las cosas de las no tenemos costumbre de dudar acerca de la conducta de la vida, entonces pensamos que es totalmente imposible que la cosa sea distinta de cómo la juzgamos.

El resultado es que, hoy día, con mucha frecuencia nos vemos engañados por ese genio maligno, nuestra terquedad es mayor a la prudencia que invitaría a tomar en cuenta otros puntos de vista y a dudar del propio.

Contar con la humildad cartesiana de la duda metódica y reconocer que nuestras explicaciones no son sino hipótesis heurísticas para comprender el mundo y, por tanto, no se trata de verdades incontrovertibles y absolutas, nos podría abrir el camino hacia una mejor comunicación y una convivencia más pacífica.

La enseñanza de los recientes acontecimientos de violencia en contra de las instituciones en los Estados Unidos y el futuro de la gobernabilidad en ese país después de esos antecedentes, que pusieron de manifiesto varias debilidades como la facilidad con que se puede manipular a la población, la desconfianza en el sistema derivado del dogmatismo del presidente, el peligro de la ausencia de control en las armas, el odio y los resentimientos raciales, entre otros, no podrán ser atendidos sin una actitud prudencial que deje de lado la verdad como patrimonio de quien sustenta el poder.

Contra los dogmas, la duda en las creencias propias no es una debilidad sino una fortaleza que permite acabarlos y enriquecernos a través de la complementariedad. Recordemos la afirmación de Einstein de que es más fácil romper un átomo que un dogma.