Mientras Putin y López Obrador charlaban por teléfono, según el propio López Obrador, Putin aceptó vendernos 24 millones de dosis de vacunas Sputnik a lo largo de varios meses, decenas de miles de manifestantes protestaban contra la detención arbitraria de Alexei Navalny en las calles de todas las grandes ciudades de Rusia.

Navalny, de 44 años, en detención al menos hasta el 15 febrero y con varios procesos judiciales abiertos en su contra, fue arrestado el 17 de enero a su regreso de Alemania, donde se recuperó de un envenenamiento, cuya autoría atribuye al Kremlin. Poco después de su regreso, el opositor llamó a manifestarse y publicó una investigación en línea sobre un fastuoso palacio a orillas del Mar Negro, del que se beneficiaría el presidente ruso, Vladimir Putin.

Como en los años de la Guerra Fría existe una sorda y a veces estridente “batalla” entre los partidarios de la vacuna rusa Sputnik –a la que asocian con la potencia anti gringa y con cierta evocación de la era soviética– contra las vacunas “occidentales” Pfizer y AstraZéneca.

No importa si las vacunas rusas están suficientemente “probadas” por los organismos internacionales de salud, si han cubierto los procesos necesarios que garanticen su efectividad y no produzcan secuelas dañinas posteriores. Importa, sobre todo que son elaboradas por un país no “occidental”; esa misma actitud la tienen esos “nostálgicos del socialismo realmente existente” ante las vacunas de los laboratorios chinos Sinopharm, CanSino y Sinovac, por las que según Marcelo Ebrard se invertirán “140 millones de dólares en la fase 3 para probar la vacuna“.

Poco importa recordar que hace unos meses el presidente ofreció que su gobierno garantizaría la vacunación universal y gratuita a los 126 millones de mexicanos que viven en territorio nacional. Mediante un “Plan” de prioridades con mucha lógica.

Nada de eso ha ocurrido.

Lo más inquietante es que el propio presidente afirmó en la mañanera, antes de que se divulgara que está contagiado del Virus Covid-19, que las vacunas se aplicaban cuatro a los integrantes de las fuerzas armadas, cuatro a los Siervos de la Nación y solamente dos a los médicos y trabajadores de la salud de “primera línea”.

Hugo López Gatell dijo el 25 de enero que en México se habían aplicado 642,105 dosis de vacunas, mientras que en los Estados Unidos al día 24 de enero eran ya 18.2 millones, en el Reino Unido los datos oficiales reportan seis millones y el lunes 25 de enero Israel reportó cinco millones.

Con ese número de vacunas adquiridas por México, las aplicadas realmente y la forma “clientelar” como se están aplicando, el pavoroso número oficial de 150 mil muertos, así como los casi dos millones de contagios, vamos rumbo a una catástrofe de dimensiones y consecuencias impredecibles.

La lógica gubernamental opera en función de mantener el “prestigio” del presidente y para ello no duda en emplear los métodos típicos del totalitarismo, consistentes en exaltar a niveles casi divinos al jefe de Estado y promover la visión binaria de “patriotas-transformadores-pueblo bueno”, de un lado del escenario y del otro lado los “conservadores, la mafia del poder y los países occidentales e imperialistas”.

En esa lógica no es extraño el gran despliegue de propaganda, donde el contagio del presidente y su energía y vitalidad para “conseguir” 24 millones de la vacuna rusa, mediante una llamada telefónica a Putin, a pesar de estar convaleciente, obtiene logros impresionantes, aparentemente.

Es la operación propagandística que apuesta a que la “fuerza del presidente” supere su padecimiento de Covid-19 y con ello se convierta en una especie de líder-ídolo al estilo de Anacleto Morones personaje de Juan Rulfo que realizaba “milagros” y era venerado por el pueblo. Ayudado por su merolico Lucas Lucatero, personajes que abundan en el entorno del gobierno de la Cuarta Transformación. Capaces de defender al mismo Trump y realizar un trabajo de desprestigio contra Biden, con tal de justificar las políticas de su jefe, por absurdas y contrarias que sean a la supuesta “convicción” nacionalista de Morena y sus ideólogos de un “marxismo” acartonado y dogmático.

Nada importa, si la realidad contradice a la teoría, peor para la realidad.

Si hay un gobierno incapaz de emprender un viraje para disminuir los riesgos catastróficos de la pos pandemia en la economía; mediante políticas denominadas como keynesianas que optaran por emprender reformas fiscales para gravar progresivamente a los más poderosos y con esos recursos financiar la inversión productiva; proteger a la pequeña empresa y subsidiar a los millones de personas que obtienen ingresos en la llamada economía informal; reconstruir el sistema de salud que ha demostrado su casi absoluta ineficacia para atender la Pandemia y abandonado a los enfermos crónicos de enfermedades como el cáncer, la diabetes, la obesidad y todos los padecimientos de tipo respiratorio y cardiaco que hoy tienen que atenderse en sus propias casas y con el apoyo familiar, porque no hay lugares en los hospitales, tampoco médicos con las condiciones mínimas de seguridad y los equipos necesarios.

La crisis ha llegado a extremos siniestros como lo es la imposibilidad de conseguir oxígeno y la cada vez mayor injerencia de bandas que asaltan camiones con oxígeno y luego lo revenden en el mercado negro.

Todo este escenario apocalíptico, no puede seguir negándose con la cantaleta de “vamos requeté bien, tengo otros datos” y demás frases de merolico que repite el gobierno todo el tiempo. No importa cuantas veces, cuanto parezcan tediosas y necias como “no somos lo mismo”, “estamos luchando contra la corrupción” y “nos dejaron un tiradero los más de 30 años de neoliberalismo”.

Esas frases, ese estilo de repetirlas, de aparente sencillez popular han construido una inmensa ilusión en millones de personas.

Esa esperanza va a crecer de manera milagrosa cuando, afortunadamente, el presidente salga sano del contagio de Covid-19.

Solamente a los más delirantes derechistas, a los mezquinos sin ninguna perspectiva en el rumbo del país y a los aventureros de pacotilla escondidos en el anonimato de los “memes”, les puede parecer divertido bromear con la desaparición del presidente.

Es momento de hacer frente a las torpezas del gobierno con una política de cambio verdadero que ponga las bases de un viraje popular. Un cambio que abandone la entrega de tantos poderes y canonjías a los militares y de sumisión casi absoluta a los grandes grupos empresariales y financieros. Una política internacional que deje de oscilar de la abyección a Trump, a los retos de pleito de cantina a Biden, para arrepentirse a las pocas horas o días sin tener la más mínima estrategia ante los fenómenos de la migración, el intercambio comercial, los desafíos del TEMEC en materia de derechos laborales, de libertad sindical, entre otros temas relevantes.

No es hora de “guayaberas”, agua de jamaica y trajes folclóricos.