Desde la Grecia clásica se hablaba de los riesgos que corre la democracia, cuando al poder llega un demagogo, así sea por la vía democrática. Exacerba las pasiones de sus seguidores, sus odios, sus rencores, sus frustraciones, sus deseos vindicativos, para acumular gran poder y eliminar desde ahí los contrapesos institucionales propios de la democracia. Es un riesgo permanente, que se eleva porque la propia democracia, en su espíritu de apertura, permite que compitan por el poder personajes nada democráticos que justo lo que harán de llegar al poder es desmantelarla en lo posible. Escribe José Antonio Crespo en Etcétera.
Coincido con él, me parece más claro y sensato que el “concepto” de “populistas”.
Siempre es mejor llamar pan al pan y al vino, vino.
Sin embargo, no queda respondida la pregunta que tiene por título este artículo.
La demagogia ha sido posible gracias al fracaso de las opciones partidistas. Hay un rechazo a nivel planetario a los políticos y sus partidos.
También ese desprestigio afecta a la política misma y específicamente a la democracia.
Curiosamente ese gran fracaso ha favorecido a personajes y políticas vinculadas al poder. La propuesta de salir de la Unión Europea, bautizada como Brexit la promovieron políticos de origen elitista, como Boris Johnson egresado de Eton un colegio donde se ha formado un alto porcentaje de la clase política inglesa.
Los integrantes de las élites, los miembros de grupos financieros y políticos convocan a luchar contra “el establishment”, contra el “sistema” o contra “la mafia del poder” , a los “excluidos”, los marginados, los pobres, los trabajadores, precisamente cuando esos demagogos, son poderosos políticos del sistema como AMLO, millonarios muy importantes como Donald Trump y el propio Boris Johnson.
La política de gritar “al ladrón, al ladrón” ha funcionado de maravilla.
Para mí una de las causas fundamentales de eso, se debe a la estafa de los partidos socialdemócratas, laboristas, comunistas en el caso europeo y a la orfandad histórica de partidos de trabajadores en América Latina, con excepciones importantes como Chile y Uruguay y en cierta medida el PT de Lula en Brasil.
El caso mexicano es más surrealista.
En la película dirigida por Alberto Isaac, basada en un libro de Juan Rulfo, El Rincón de las Vírgenes hay dos personajes que se complementan Anacleto Morones, interpretado por Emilio “el Indio” Fernández, una especie de “brujo” mesiánico que “realiza milagros” y Lucas Lucatero caracterizado por el gran Alfonso Arau. Sin el merolico Lucas Lucatero, la gente no sería tan fácilmente manipulada por Anacleto.
Andrés Manuel López Obrador es una combinación de ambos personajes. El mismo es su propio merolico y con la burda complicidad de sus lambiscones, consigue engañar a millones.
Este “escenario” tan absurdo, hace casi imposible comprenderlo por medio de coordenadas “ideológicas” y ello favorece a los promotores de “teorías” del “fin de la historia” y demás mafufadas, disfrazadas de “planteamientos audaces y no dogmáticos”
La cuestión sigue siendo el tema del poder.
Aunque las citas de los pensadores pueden servir para cosas contrapuestas, cabe, en este caso, recordar que la gran división de la Primera Internacional y específicamente la de los comunistas y la de los anarquistas, Marx la dijo con todas sus letras: no inventé la lucha de clases, mi aportación es la etapa necesaria de una “dictadura del proletariado”, para evitar una masacre cono la sufrida por la Comuna de París
Obviamente para Marx se requería de una “vanguardia”, de una memoria histórica, de un programa y eso solamente se podía llevar a cabo a través del Partido Comunista.
Ya sabemos la tragedia que produjo esa teoría de la dictadura del proletariado.
En sentido profundo el terror de Estado de la era de José Stalin, tiene su origen en esa concepción de Marx, aunque Engels la matizó bastante y fue uno de los promotores del Partido Socialdemócrata alemán.
Luego vino la formación de la III Internacional, con lo que se llegó al extremo de no hacer alianza con los socialistas en Alemania y otras partes y luego al extremo opuesto de la creación de los llamados Frentes Populares, en México eso se tradujo en la sumisión del PCM al cardenismo y a la ilusión en su gobierno.
Esa política oportunista favoreció el control corporativo de los trabajadores y del conjunto de la sociedad por medio del partido de Estado, que ha tenido diversos nombres PNR, con Calles, PRM con Lázaro Cárdenas, PRI desde Miguel Alemán y ahora Morena con Andrés Manuel López Obrador.
Hay casos de un cierto “anarquismo” pasivo, que para no “mancharse” en las disputas de poder, termina apoyando a los gobiernos y personajes más nefastos.
No estamos ante una disyuntiva de lucha armada o lucha política, como creyeron muchos jóvenes después de las masacres del 68 y el 10 de junio de 1971.
Como se ha visto la vía armada, por si misma, no garantiza un proceso de autonomía de la sociedad, sino que se ha pervertido y originado dictaduras como la de los hermanos Castro en Cuba la tiranía criminal de Daniel Ortega y su Pandilla en Nicaragua y la dictadura que casi acaba con el país en Venezuela.
Aquí y ahora, estamos ante un grave riesgo de una restauración del presidencialismo autoritario, un neo corporativismo, una política neo liberal, una creciente militarización del país, un rechazo a los movimientos más avanzados de las feministas y todo el tema de la lucha de género; la sistemática confrontación con los campesinos, la comunidades indias, la complicidad con Trump, presumida hasta el último minuto por él mismo y avalada por AMLO en contra de los migrantes.
Además, hay una política de desmantelamiento de las incipientes instituciones autónomas CNDH, INAI, CONACYT, la Autonomía Universitaria y la joya de la Corona, el Instituto Nacional Electoral.
Por más casos de corrupción que haya habido y existan en esos institutos, la solución no es que el gobierno se los trague y le otorgue un poder inusitado al presidente.
Peor aún, si se tiene un poder Legislativo sometido, un Poder Judicial al servicio del ejecutivo y una concentración inmensa de poder en manos del presidente en el manejo de los fondos públicos
Ante todo ese panorama, es cada vez más evidente la necesidad de una propuesta opositora, con un programa que trate de derrotar a Morena en las elecciones del 2021 y se perfile hacia la victoria en las presidenciales del 2024.
La triste realidad es que la coalición opositora electoral está integrada por los residuos del PRI, el PAN que sobrevive como tal, dado que muchos de sus dirigentes son parte del Gobierno y de Morena y otros membretes que han sido negocios de familia y sirven como piezas de bazar para el “ajuste” de los verdaderos poderes y principalmente de las maniobras presidenciales.
La perspectiva de la marginación no sirve.
La gran pregunta es qué hacer ante este desafío. Habría que estudiar y aprender de la gran alianza que consiguió derrotar a Trump y poner un gobierno de varias alianzas con Biden.