A los tres cuarto de siglo vividos, entre la segunda mitad del siglo XX y los primeros 20 años del XXI, a los baby boomers como yo, nos tocó vivir cambios extraordinarios en todos los órdenes de la vida.

En la ciencia y la tecnología ocurrieron descubrimientos tan numerosos o importantes como todos los que se dieron durante casi los 8 mil años anteriores.

Pasamos del teléfono, el telégrafo y la radio a la tecnología del internet en todas sus variantes como el Facebook, Twitter, Telegram, Spotify, YouTube y muchas más plataformas que tienen miles de millones de socios en todo el planeta.

No estamos lejos de que se produzca la teletransportación de cuerpos en grandes distancias.

La ciencia ficción y la fantasía de Julio Verne serán una minucia ante los cambios tecnológicos como los que están descritos en el libro Seremos dioses. Homodeus, publicado en México, 2006, por Ricardo Hernández y otro similar de Yuval Noah Harari, de título similar Homo Deus, publicado en hebreo en 2015.

Las mutaciones sociales, culturales, políticas, educativas y de hábitos son aún mayores y de más profundidad.

Revoluciones triunfantes como las del principio del siglo XX en Rusia, México y las de mitad de siglo en China, África, Asia y la llamada América Latina, que después se convirtieron en pesadillas dictatoriales en la URSS, el centro y este de Europa, Asia, Medio Oriente y en la misma América Latina en Cuba, Nicaragua, Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay y casi toda Centroamérica.

Sin olvidar la Guerra Civil de España y las dictaduras en Grecia y Portugal.

Guerra y sangre derramada en todos los bandos con decenas de millones de muertos, dividieron a países enteros y aún siguen dividiéndolos.

Pero el siglo XX no solo fue de descubrimientos científicos y tecnológico, de revoluciones triunfantes traicionadas y de guerras internacionales y guerras locales tan violentas y crueles, como las de la antigua Yugoslavia, Irak y ahora Siria y las de corte anexionista como en Ucrania, Crimea, el Asia Central e incluso en las repúblicas del Báltico; también el fenómeno posterior a la segunda guerra mundial dio origen a una gran rebelión social, cultura y de género en los años sesenta.

El feminismo, el movimiento de los negros, los chicanos, la lucha contra la guerra de Vietnam influyeron y a su vez fueron influidos por la llamada “rebeldía sin causa de los jóvenes”, expresada en el Rock and Roll de Little Richard, Bill Halley, Elvis Presley; sus expresiones en el cine norteamericano, en películas como Rebelde sin causa, Semilla de Maldad y todo el cine que estelarizó Marilyn Monroe.

Al mismo tiempo, fue la era del neorrealismo italiano, la novele vague en Francia.

En nuestra zona, se produjo el Boom Latinoamericano con Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y muchos más.

A esa generación pertenezco, con mis Tres Cuartos de Siglo cumplidos éste 3 de marzo, soy un afortunado viajero de la aventura que iba rumbo a Ítaca y naufragó.

Íbamos a Asaltar el Cielo. En su lugar surgió el Gulag, el Muro de Berlín y las sociedades policiacas.

Unos más que otros fuimos presa del fanatismo y de la guerra fría.

Las cosas llegaron a la tragicomedia, como lo ocurrido en la violenta Revolución Cultural China donde se llegó a extremos. De ira fanática al quemar los libros occidentales de ciencia, literatura y de cualquier tema que representara la “cultura occidental e imperialista de la burguesía”.

Los baby bomers mexicanos, sufrimos además la narcotización, el adormecimiento, de la ideología dominante del Estado mexicano, tramposamente envasada en la etiqueta de la Revolución Mexicana. Vivimos la mutación de un país rural a uno semiurbano, que se interpretó como señal de “desarrollo”, de “modernización” de tipo único. No quisimos ver que ese fenómeno fue mundial. Confundimos los cambios producidos por el capitalismo, con los logros del “Estado de la Revolución”.

Fenómeno al que Octavio Paz, le llamó certeramente el Ogro Filantrópico.

Una cleptocracia que repartía migajas y recibía el apoyo y veneración de los de abajo, de los pobres, de los que se sentían representados por Pepe El Toro.

En esa atmósfera con lo inicios del Rock and Roll y el rock de guaraches de los grupos y “vocalistas” que se limitaban a reproducir la música y hacer adaptaciones chuscas de las letras del rock and roll gringo y sus baladistas, los llamados covers, pudimos también gozar el nacimiento del Cha cha chá y el Mambo.

A la mitad del Siglo XX, México era un país de 30 millones de habitantes, con una capital llamada Distrito Federal, habitada por unos tres millones de habitantes, con zonas rurales donde aún había establos, milpas, pequeñas lagunas y repartidores de leche de burra para “curar” la bronquitis de los niños menores de 6 años.

En pleno auge del alemanismo con la creación de grandes presas hidroeléctricas, súper carreteras, aeropuertos, “zonas libres” en las ciudades y pueblos fronterizos para facilitar la fayuca; en el marco de la promoción de grandes fraccionamientos, como el Pedregal de San Ángel y Ciudad Satélite; con una clase política de sombrero y pistola, en la que todos eran miembros del PRI desde el nivel municipal hasta la presidencia de la República. Diputados, senadores, secretarios de Estado con amantes a las que les regalaban casas lujosas en el Pedregal de San Ángel, les hacían obsequios de fajos de billetes de dólares y las llevaban a las giras presidenciales alojándose en el Waldorf Astoria, con libertad de “tomar” lo que quisieran a cargo del presupuesto, ya fuesen joyas, abrigos de mink, como bien se documenta en el libro extraordinario Mujer en Papel. Memorias de Rita Macedo. Recopilación y edición de Cecilia Fuentes.

En esa época de gran “crecimiento” del 6 al 8 por ciento del PIB que tanto añora el gobierno actual, mi generación se percató que los trabajadores no tenían derechos, no había sindicatos verdaderos (como sigue siendo ahora) dando origen a los grandes movimientos de ferrocarrileros, maestros, petroleros, telegrafistas, tranviarios y médicos entre otros. Demetrio Vallejo y Othón Salazar se convirtieron en nuestros símbolos y junto a ellos Valentín Campa y sus compañeros del pequeño POCM (Partido Obrero de Campesinos de México), escisión del Partido Comunista Mexicano (PCM) de unos cuantos centenares de militantes.

Los comunistas de esos partiditos y los que expulsaron eran también unas cuantas decenas. Los números precisos solo los conocía la Dirección General de Seguridad.

José Revueltas, Enrique González Rojo, el doctor Mario Rivera, el maestro Juan Brom, el poeta michoacano Ramón Martínez Ocaranza y el legendario Guillermo Rousset, alimentaron a los grupúsculos que combatían a los “revisionistas” del PCM y la Juventud Comunista, ambos pro soviéticos.

Tremenda paradoja, la generación de los baby boomers, mis contemporáneos que estamos cumpliendo 75 años o un poco menos o más, como es mi caso, imbuidos por el Rock and Roll gringo, el rocanrolito mexicano, los movimientos y la canción de protesta, la heroica figura de Fidel Castro, Camilo Cienfuegos, el Ché Guevara y sus barbudos, metidos hasta los huesos en los movimientos estudiantiles de los sesenta y especialmente el del 68; quedamos huérfanos ante el rotundo fracaso del socialismo real.

Hoy, nuestro surrealismo nos tiene otra vez embelesados por un demagogo, que no sabemos qué rumbo lleva.

Con mis 75 años sigo neceando y soñando en construir otro camino que sea capaz de crear una sociedad libre de explotación, de opresión y que no repita la pesadilla del socialismo soviético o su caricatura autonombrada Cuarta Transformación.