Hace apenas dos años, más de cuatro millones de jóvenes en México estudiaban en alguna institución de educación superior. Casi el setenta por ciento en una universidad pública y más del treinta en instituciones privadas.

Mas del cuarenta por ciento serían administradores y abogados y sólo el nueve por ciento habrían optado por una carrera de ciencias exactas, computación o humanidades. Una cuarta parte serían ingenieros y once por ciento serían profesionistas de la salud.

Se percibían avances importantes en las fortalezas de investigación e innovación en las instituciones educación superior tanto públicas como privadas. Había un avance lento pero sostenido desde hacía treinta años. Algunos de los avances significativos eran el incremento en la cobertura, la diversificación de las profesiones, la creación de subsistemas, la habilitación de los profesores-investigadores, el equipamiento y la evaluación de los programas educativos y, sin duda un impulso sin precedentes a la investigación científica y tecnológica y a la innovación.

Estaba dándose un viraje importante en las preferencias de estudio, las carreras de ciencias, humanidades y las ingenierías incrementaban su matrícula y las de administración la disminuían. Este cambio era producto de los apoyos recibidos por las universidades para mejorar su infraestructura física y para la contratación de profesores con doctorado. Una de las motivaciones más importantes para los estudiantes eran las becas para realizar estudios de posgrado en el país o en el extranjero.

Además, los estudios de seguimiento de egresados mostraban una falta de pertinencia de los programas de estudio cuyos efectos hacían que más del 30% de los egresados no encontraran trabajo o se ubicaran en el subempleo. La actualización de la pertinencia requería también de la habilitación y actualización del profesorado, de infraestructura moderna, y de mantener un contacto estrecho y permanente con las empresas de base científica y tecnológica.

Hoy día, a más de un año de la pandemia, nos encontramos con retos enormes. Por una parte las carreras científicas y de tecnología son las que requieren la presencia del alumno en los laboratorios. Por otra, el recorte a las becas al extranjero es una desmotivación para los estudiantes. Los problemas económicos de las IES ponen en riesgo el mantenimiento de los laboratorios y los intercambios académicos y de investigación, fundamentales para el trabajo en equipo.

Adicionalmente, se calcula que ha habido una deserción del por lo menos el 8% en la educación superior, lo que representa más de 300 mil estudiantes, en su mayoría de las disciplinas científicas y de ingeniería.

Otro problema es la baja en la calidad de la educación. Sólo uno de cada dos estudiantes de educación superior usa una cpmputadora portátil y una tercera parte usa el teléfono celular. Ambos medios se consideran como poco apropiados para sesiones largas de trabajo.

La educación superior siempre ha sido uno de los medios más eficientes para disminuir la brecha de desigualdad, es uno de los factores fundamentales de movilidad social. La disminución de la matrícula tiene entonces un efecto negativo en la lucha contra la pobreza y la inequidad, y la disminución en la formación de científicos e ingenieros pone en peligro el desarrollo económico del país.

En el mundo hay una tendencia a disminuir la duración de los estudios de licenciatura a tres o tres años y medio, a flexibilizar las mallas curriculares, y a fomentar los intercambios de profesores y estudiantes entre las instituciones. La pandemia y las nuevas políticas no contribuyen a estos objetivos y profundizan la problemática de la calidad educativa.

No será posible, en el corto plazo, retornar a la educación presencial en las condiciones de antaño, Los modelos a distancia seguirán, así sea como modelos complementarios. Así que habrá que ir desarrollando nuevas pedagogías y modelos instruccionales acordes con los nuevos tiempos.

Los retos de una permanente actualización que enfrente los cambios de la globalización y los cambios científicos y tecnológicos requerirá de estrategias para tener mayor apoyo en estos rubros. No olvidemos que la inversión en ciencia, tecnología e innovación (CTIE) tiene una alta correlación con el desarrollo económico y con mejores niveles de bienestar.

También es cierto es que será difícil que mayor apoyo a la educación y a la CTEI produzca por sí mismo mayor desarrollo y bienestar si este apoyo no se traduce en una inversión atractiva para las personas, es decir, si no se traduce en una educación que asegure no sólo el empleo sino la satisfacción de haber recibido una formación que permita mayor bienestar en lo personal a cada profesionista.