La convivencia global, compleja por los desencuentros entre países hegemónicos y con intereses competitivos, tiende hoy a recuperar la apuesta a favor del orden liberal establecido en la Segunda Posguerra y en los valores que le son intrínsecos. En este contexto, la amenaza del Covid-19, aunque grave, tiene repercusiones positivas, entre otras, deja ver la importancia de consolidar esquemas de paz y seguridad colectiva sustentados en el Derecho Internacional y en la forja de nuevas formas de cooperación y solidaridad, que atiendan con prioridad a las naciones que acusan mayor rezago.
La coyuntura registra tendencias vanguardistas de alcance universal. Por un lado, la gente valora a la democracia como instrumento efectivo de cambio social y porque proyecta sus aspiraciones de bienestar. Por el otro, ese pragmatismo democrático desplaza ideologías caducas y coloca, en la cumbre de la agenda global, capítulos sensibles como la preservación del medio ambiente, los temas de género y la justicia económica internacional. Ambas tendencias, que moldean expectativas de sociedades y economías nacionales, se reflejan también en los procesos de toma de decisión de los estados en materia diplomática y en los teoremas de la política mundial.
En efecto, el teorema de que a toda acción corresponde una reacción, en sentido contrario y de la misma o mayor intensidad, indica que cada vez con más frecuencia la sociedad civil es la que marca las pautas de la política exterior de los Estados y no al revés, como ocurre cuando el Estado se erige como entidad omnipotente, incluso por encima de los intereses de la población. Visto así, el orden liberal de la Segunda Posguerra está sentando las condiciones para el ulterior desarrollo de una sociedad internacional democrática, donde la gente y el individuo tengan prioridad e incluso pasen por encima del Estado.
Algo similar ocurre con el teorema clásico para la atención de situaciones de crisis. Tras la tensa y peligrosa coyuntura mundial de los últimos cuatro años, la revalorización de la diplomacia multilateral renueva la esperanza histórica de alcanzar la paz por acuerdo, en los términos dispuestos en la Carta de Naciones Unidas. Esta posibilidad se desprende de la doble lección que ha dado al mundo la emergencia sanitaria acerca del valor de la democracia y las causas de la gente; y sobre la importancia de que el Estado esté al servicio del pueblo y no el pueblo al servicio del Estado.
Las vanguardias marcan camino, pero no siempre se traducen en acciones inmediatas. Así se explica que, por ahora y más allá de las valiosas iniciativas que acompañan al proceso de reforma de los organismos internacionales, este se quede corto porque los mismos carecen de instrumentos adecuados para atender las demandas de la gente común. Hasta hoy y no obstante el avance de las causas sociales, el tablero de las relaciones internacionales gira alrededor del Estado y de la necesidad de tejer acuerdos que acomoden, con más o menos virtud, intereses nacionales disímbolos asociados al poder en sus diversas manifestaciones. En cualquier caso, los tiempos que corren ya no dan para caprichos hegemónicos y desplantes de poder. Como bien señaló Benjamín Franklin, si la pasión impulsa, hay que dejar que la razón sujete las riendas.
Internacionalista.