La historia de México ha sido en gran medida una aventura en busca de lo propio, un reto en la convivencia con la otredad, en el respeto a la multiculturalidad, la tolerancia en lo político, en lo social y en lo religioso. La pregunta ¿quiénes somos? y la preocupación por construir un modelo nacional único y por el rescate o la edificación de una nueva identidad dentro de la diversidad, o a pesar de ella, cobraron especial vigor hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, nos preguntamos además acerca de nuestra participación en el movimiento hacia la modernidad y acerca de nuestro papel en la modernidad científica.

Un problema central en la búsqueda de las identidades nacionales, en particular en la persecución de lo mexicano y en el desarrollo de México como país multicultural, ha sido la disyuntiva real o aparente entre tradición y modernidad. Hoy día lo más común son los extremos: las filias y las fobias.

Hay un ideal y un desafío: la aceptación y construcción de una sociedad diversa, y la participación activa en una globalización que fomenta la estandarización en todos los órdenes.

México es sin duda uno de los casos paradigmáticos en materia de diversidad cultural y política, la complejidad del fenómeno se ha manifestado en la propia construcción, rescate o invento de nuestra identidad y en la cotidianeidad política reciente.

Pero lo mexicano no es un objeto, una cosa que pueda ponerse o quitarse al antojo, ni siquiera se trata de algo que pueda definirse con precisión, en realidad ninguna identidad nacional puede definirse, así sea con un enorme, e incluso infinito, núnero de factores, so riesgo de dejar fuera a algún nacional porque no cumpla un requisito.

Lo mexicano es sencillamente lo que somos en conjunto los que conformamos este pais, comos una construcción que data de hace miles de años. Nuestros antecedentes como especie humana se remontan a hace 200,000 años y hace más de 150,000 años las personas ya actuaban y se comportaban como lo hacemos nosotros.

Sin embargo, en sólo 500 años los cambios han sido espectaculares. Si tomamos como referencia el año del nacimiento del Cristo, la cantidad de información generada desde entonces hasta el año 1500, es comparable a la que hoy generamos cada 24 horas. La rapidez con que se dan los cambios es una de las razones de la enorme dificultad para evaluarnos, todo va tan rápido que cuando nos enteramos que algo va mal, parece ser demasiado tarde.

A nivel planetario se presenta una tensión y flota en nuestros días un nihilismo que nos ha hecho volver los ojos hacia asideros poco seguros, desde sectas religiosas y medicinas mágicas o milagrosas, hasta la búsqueda de un pasado idílico. Hoy día los cambios se presentan más violentamente que en ningún otro tiempo, y vivimos en la paradoja de ahogarnos en mares de información, pero sin elementos de discriminación que nos permitan distinguir entre el conocimiento legítimo y la charlatanería y sin elementos de justificación suficientes para evaluar cualquier pretensión de conocimiento.

Oscilamos en una dicotomía, entre un deseo de modernidad y equidad cultural por una parte, y por otra la ilusión de mantenernos diferentes, de rescatar lo local, de reconocer lo diverso. Es decir oscilamos entre dos polos, la cultura universal y lo autóctono, la ciencia y el saber popular, el exceso de información y la ignorancia para discriminarla, la búsqueda de un futuro y la nostalgia del pasado, el avance de la ciencia y la tecnología y el nacimiento de sectas, la búsqueda de valores universales como los derechos humanos y el rescate de valores locales y tradiciones, el deseo de conocer todo y un relativismo extremo, un ideal de método universal del conocimiento y el anhelo del reconocimiento de la verdad como un acuerdo.

Desde el siglo XVII inicia esta historia en la que el imperativo de conocer a México en la filosofía, en la literatura, en la sociología y en la politología ha sido una obsesión, con el afán de ser contemporáneos de todos los hombres, de arribar a lo universal; y con la ilusión de encontrar una identidad que nos distinga y nos diferencie.

Hace casi un siglo Emilio Uranga apuntaba que lo mexicano es como algo escondido, no reconocido, sólo lo indio ha logrado adquirir cotización universal, pero tan frustrante es un proyecto indigenista como uno malinchista, ambos niegan lo mexicano.

Destaca también el pensamiento de un arquitecto, Alberto T. Arai, para quien el único progreso que cabe aceptar es aquel que nos integre. Somos una creación dentro de la pluralidad cultural. México se ha hecho contra y con su pasado a la vez.

Finalmente, deberíamos admitir que como mexicanos debemos culturalmente tanto al español como al indígena, al árabe y a otras culturas, nuestra actitud frente a la vida, o frente a la muerte, o de nuestro espíritu festivo tienen sus raíces en esos pasados, pero hoy día habrá también que admitir que muchos de los rasgos culturales españoles, norteamericanos o universales actuales son producto de la influencia mexicana.