A 50 años de la masacre del Jueves de Corpus, en San Cosme, contra el Movimiento Estudiantil se usa cada vez con más frecuencia el término Halconazo para referirse a él.

El asunto no es baladí.

Reducir un movimiento a un término de prensa amarillista, a una “cabeza” de prensa como lo es Halconazo, implica el predominio de una forma de realizar una “política” huérfana de ideas, suplida por frases vacías, repetidas miles de veces para convertirlas en “verdad”. Ese es el caso de las frases usadas y repetidas por el presidente: no somos iguales; primero los pobres; economía moral; al carajo; contra los conservadores y neoliberales; solamente el pueblo decide; no me van a doblar; contra la mafia del poder; soy maderista; el pueblo me pide que me reelija; basta de fraudes electorales; y otras semejantes.

Mientras se repiten todas esas frases, se actúa en el sentido opuesto.

Recordar la Manifestación del Jueves de Corpus tiene sentido, si se aprenden las lecciones positivas y negativas, producto de esa lucha por las libertades y la respuesta autoritaria y criminal del Estado en contra de una movilización pacífica de estudiantes, realizada dos años y medio después de la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968.

Repetir frases como dos de octubre no se olvida; ni perdón ni olvido y al mismo tiempo apoyar prácticas represivas del gobierno actual contra las feministas, los ambientalistas, las víctimas de la tragedia anunciada de la Línea 12 del metro; callarse ante la militarización cada vez más extendida en todos los ámbitos de la vida pública nacional; es un estilo de simulación muy peligroso.

La violencia sigue ocurriendo en muchos aspectos de nuestra cotidianidad.

En estos días hemos conocido decenas de casos de asesinatos de candidatos a diversos puestos de elección. Al menos 34 candidatos han sido asesinados durante el periodo de campaña electoral, de ellos nueve de cada 10 son opositores a los presidentes municipales en funciones.

La violencia verbal está presente en los discursos de casi todos los candidatos, sus partidos y los arrebatos del presidente contra sus críticos, las instituciones autónomas y otros ciudadanos y movimientos opuestos a sus políticas. Todo eso constituye la restauración de políticas autoritarias, como las que produjeron las matanzas de Tlatelolco y San Cosme.

No sirve de nada hacer homenajes a las víctimas de entonces, si se mantiene una conducta de intolerancia ante los diferentes de hoy, sean de la derecha o de los movimientos populares.

Recordar el Movimiento del 10 de junio de 1971, es comprometerse con su legado principal: las calles no son propiedad del Estado y sus aparatos. La libertad de manifestación se defiende ejerciéndola.

De la Matanza del Jueves de Corpus, se pretendió responsabilizar a los propios estudiantes. El gobierno de Luis Echeverría afirmó inicialmente: hubo un choque entre los grupos partidarios de la manifestación y los opositores. Ese discurso tan absurdo se suplió por otro aberrante: fueron los emisarios del pasado. Casi igual se repite ahora: son los conservadores los opositores a la Cuarta Transformación.

Detrás de esa etiqueta, porque no es un programa, proyecto o propuesta articulado, sino una frase de propaganda, donde nunca se nos dice cuál es su contenido y su ruta, para realizar dicha Cuarta Transformación; pero se acusa a quienes no la comparten como golpistas e incluso patrocinados por el gobierno de los Estados Unidos.

Todo ese cúmulo de frases huecas, de señalamientos absurdos, donde los conservadores son los defensores de una democracia incipiente, conquistada por varios actores y movimientos, a lo largo de varios decenios, entre los cuales tiene un lugar muy importante la Manifestación del 10 de junio de 1971, esa distorsión de la historia nos ha conducido a la actual decadencia política.

Banalizar a los movimientos es una manera de anularlos, desprestigiarlos y fomentar la política de sumisión e incluso adoración de la gente al caudillo, al mesías, al Gran Protector y a fomentar la pasividad política, sustituida por la eterna gratitud al “señor presidente”.

Mediante esa política se consigue distorsionar la propia historia de los movimientos y se les reduce a un “asunto” de “nota roja” como “el halconazo”.

Es conveniente recuperar el sentido de las luchas democratizadoras, libertarias y de las palabras, para no caer en la trampa de la oratoria demagógica, donde todo se puede permitir al discurso o narrativa del Estado y sus aparatos, hasta llegar al extremo de la llamada pos verdad.

Urge llamar a las cosas por su nombre.

No es imposible conseguir la coherencia y evitar se nos siga otorgando gato por liebre.

La próxima semana se realizarán elecciones intermedias. Los pronósticos en torno a los posibles triunfadores y perdedores son impredecibles. Aunque al mismo tiempo sean casi, en cualquier caso, una continuación del empantanamiento actual.

No existen entre los partidos, las candidaturas, sus propuestas y sus prácticas elementos de cambio.

En casi todos los casos estamos ante la presencia de una casta con etiquetas y máscaras distintas, pero esencialmente es la que ha dominado por más de un siglo la vida de nuestra sociedad.

Ante los desafíos cada vez mayores y más profundos y complejos, para salir del atraso, la desigualdad, la miseria, la violencia y la decadencia política, convendría recuperar algunos legados de la Manifestación del 10 de junio.

Uno de ellos, fue evitar la falsa disyuntiva Echeverría o el Fascismo. Ese movimiento lo logró.

En nuestros días nos han colocado ante una disyuntiva igualmente tramposa: Con la Cuarta Transformación o con la derecha golpista.

Entonces se acudió a la imaginación, a la combatividad y a la tenacidad de sostener la lucha política a pesar del clima de terror impuesto por el Estado y sus aparatos.

No se puede negar la opción de la lucha armada tomada por muchos activistas estudiantiles, cuya valentía y sacrificios son ejemplares.

Una restauración del Estado autoritario, de los liderazgos autonombrados patriotas y nacionalistas, mediante su propaganda redentora, sería llevar al país a una ruta de crisis de consecuencias desconocidas.

Estamos a tiempo de presionar al Estado para dar un viraje democrático.

Desde muchos espacios, posturas políticas, ideológicas, culturales, de género y también generacionales se puede ir construyendo una ruta novedosa.

Pensar hacia adelante, impedir la conversión del Movimiento del 10 de junio de 1971, en una coartada para construir una operación de estafa, es una tarea de los jóvenes de ahora y de la aportación reflexiva de los jóvenes de entonces, sin recurrir a la nostalgia o la melancolía.

No es tiempo de construir estatuas de sal mirando al pasado.