Hay razones de sobra para festejar a los maestros en su día. No obstante que el símbolo nació a comienzos del régimen de la Revolución mexicana y fue una iniciativa desde la cúspide del poder político, pronto penetró en el ánimo social. El presidente Venustiano Carranza decretó en 1918 que el 15 de mayo la nación debería festejar a los maestros por su labor patriótica.

Los gobernantes con algo de cerebro ya se habían dado cuenta de que los maestros y las escuelas contribuyen de manera importante a la cohesión social, a reproducir —dicen corrientes estructuralistas y neomarxistas— el orden existente y preparar futuros ciudadanos —o súbditos— y trabajadores productivos. También para propagar cultura, arte y una visión del mundo acorde con las consejas de los grupos dominantes.

El maestro es el agente fundamental para que la ideología preponderante llegue al sanctum de la educación: el aula. Al celebrarlo, se justifica su hacer, pero también sirve para legitimar a los grupos gobernantes, no es un acto de cortesía simple. Hay ganancias simbólicas para los políticos que festejan al maestro.

La pandemia, sin embargo, no sólo terminó con las clases presenciales, también modificó el hacer de los docentes. Nadie se la esperaba, pocos tenían capacidades para el trabajo remoto, tuvieron que copar con fenómenos nuevos, innovar —aunque algunos no hicieron mucho— e invertir para adaptar su casa, comprar alguna computadora, pizarrones y agenciarse medios para hacer su trabajo de la mejor manera posible.

Varias encuestas muestran que, a pesar del cansancio, la insatisfacción —y la imposibilidad de alcanzar los aprendizajes esperados— las familias tienen a los maestros, quizá más a las maestras, en alta estima; diversas encuestas lo confirman. Cuando madres y niños homenajean a los maestros lo hacen con sinceridad. Dudo que los políticos sean veraces cuando discursean sobre el Día del Maestro; incluso, algunos tal vez lo vean como un ejercicio en obligación, como una tarea más de la función pública.

El simbolismo es útil para la política y los políticos. Hoy, inmensidad de funcionarios, del presidente para abajo en la pirámide del poder, manifestarán su cariño por los maestros; algunos hasta recordarán a su maestra preferida, dirán que a ella le deben parte de lo que son. La mayoría de la enorme cantidad de candidatos en las elecciones “más grandes de nuestra historia” perorarán sobre el maestro. Pero nada más hoy.

No es mucho lo que puede revisarse de lo que dicen los candidatos sobre los maestros, las escuelas y la educación; no los tocan en las campañas, son invisibles. Salvo una que otra referencia —casi como aforismos— o una respuesta a algún dicho de Alfonso Cepeda Salas o reclamo a docentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que impiden el paso, no hay declaraciones ni manifiestos de trascendencia. En la propaganda electoral la educación no cuenta.

Sí, en la prensa y los medios la educación está presente; declaraciones de uno y de otro invaden la plaza pública. ¡Qué si el regreso a clases! ¡Qué si el saqueo a las escuelas! ¡Qué si los libros de texto gratuitos renovados! Pero no como parte de las campañas. No leo que alguno de los candidatos proponga algo sustantivo sobre la educación de los mexicanos. Nada sobre el futuro de este sector estratégico.

Sí, algunos candidatos se comprometen a revivir a las estancias infantiles —que está muy bien— pero nada de mejoramientos en la formación y superación docente, menos cuestiones de calidad educativa o de pedagogía. Vamos, nada de aventurarse con los maestros para proporcionarles seguridad contra la otra pandemia: la violencia criminal.

Al presidente López Obrador le interesan las elecciones, pero no la seguridad de los mexicanos. Hay territorios extensos donde impera la ley del crimen organizado; la ausencia del Estado —que se simboliza con abrazos no balazos— corroe el tejido social. ¿Cómo pedirle a una maestra de un barrio de Aguililla, por ejemplo, que regrese a su escuela cuando el riesgo de agresión es mucho mayor que el del covid?

Quizá hoy el presidente, funcionarios y políticos en campaña les dirijan piezas elocuentes —bueno, el presidente no mucho— a los maestros, habrá reconocimientos y entrega de medallas y diplomas, pero no garantías de seguridad. A los delincuentes abrazos, a los maestros ¿qué? Aventuro que por enésima vez se hablará de revalorización de los docentes, de la gloria del normalismo y que el incremento de salario que se anunciará será magro.

Ya que al presidente López Obrador no le interesa la educación y su partido, Morena, nada más repite sus consignas, pienso que no estaría mal que los opositores ofrecieran muestras de que a sus militantes sí les importa. Vaya que hay materia para hacer propuestas razonables: más presupuesto, mejores condiciones de trabajo, seguridad para maestros y alumnos y, sobretodo, atacar al corporativismo sindical.

El año escolar 2020-2021 estuvo nublado; la pandemia empeoró la vida educativa. Pero los años que vienen no se miran mejor. El retorno a clases presenciales, además de lento e inseguro, traerá nuevos traumas y, quiero pensar, nuevas soluciones.

No obstante, las mejores salidas no provendrán del gobierno ni del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, menos de la CNTE, emanarán de los cientos de miles de maestros que sacarán lo mejor de sí mismos para entregarlo a sus alumnos.

Para ellos va un mensaje y un abrazo en este, un Día del Maestro, excepcional.