Estamos a unas horas de conocer los resultados de las elecciones intermedias del 2021.

Casi todas las encuestas, pronósticos, especulaciones e intuiciones, coinciden que habrá un empate.

De las 15 gubernaturas unas ocho serán para Morena y siete para candidatos de la alianza Va por México o de Movimiento Ciudadano o esa misma proporción al revés.

Lo mismo en las 16 Alcaldías de la Ciudad de México.

El porcentaje para la Cámara de Diputados oscila de 38 por ciento al 42 por ciento para Morena y para el bloque opositor alrededor de 40 por ciento. Lo restante se reparte entre los aliados de AMLO y el supuesto tercer camino de los de Movimiento Ciudadano.

Hace varias décadas existe un empate a nivel mundial, en materia electoral.

Las dos mitades se definían como el Bloque de Izquierda y el de Derecha.

Ese fue el escenario después de la Segunda Guerra Mundial, en los países donde había contiendas electorales.

Esa definición ha cambiado hace varios años.

Ahora los bloques no corresponden precisamente a esa dos grandes tendencias políticas e ideológicas.

En Europa y en los Estados Unidos e incluso en nuestra región, los electores han ido perdiendo sus definiciones politico-ideológicas emanadas de fines del Siglo XVIII, durante la Revolución Francesa y reorientadas en el Siglo XIX en torno al Socialismo, a favor o en contra; produciéndose fenómenos de tipo muy enigmático. Antiguos bastiones de los partidos socialistas y comunistas en Europa, se convirtieron en fortalezas de una derecha racista.

En nuestro caso, tuvimos casi un siglo de ausencia de elecciones.

Los partidos eran una excepcionalidad. El régimen posrevolucionario construyó un sistema apoyado en tres pilares: el presidencialismo, el corporativismo y la ideología nacionalista-estatista.

Los partidos socialistas no precedieron a la creación del partido comunista.

Las corrientes del marxismo oficial, tanto la autonombrada socialista o lombardista y la parte más ligada a la III internacional y a los países socialistas, tuvieron una larga época de sumisión a la idelogía y el Estado mexicano.

Paradójicamente el trotsquismo mexcano, promovió una visión apologética del Estado posrevolucionario y apostó por sus “tendencias nacionalistas y revolucionarias”, como una manera de sacar a la revolución de su estancamiento e interrupción, enfrentándose a las presiones e intereses de la burguesía y el imperialismo. No jugó un papel acorde a sus posturas críticas al stalinismo.

Una “teoría” muy semejante promovieron todas las ramas del árbol ideológico-político del maoísmo e incluso del castrismo.

El territorio democrático ha sido siempre un habitat incómodo para los “revolucionarios” mexicanos.

La cultura política de esas izquierdas autoritarias consideró y aún considera que

“En el mejor de los casos la ‘lucha democrática’ es una fase de acumulación de fuerzas” para hacer la “revolución”.

Los “liberales” son enemigos por definición de los “comunistas”, los “socialistas” y son portadores de los intereses “de clase de la burguesía y el imperialismo”.

En el espectro de las corrientes liberales y las diversas formaciones políticas de las derechas, tampoco hay tradiciones democráticas, muy arraigadas.

La derecha partidista fundó el PAN, como respuesta al cardenismo.

Los movimientos sociales transitaron por una vía distinta al poceso partidista y mucho más alejada al proceso electoral, prácticamente nulo en la vida política nacional.

El partido de Estado (PNR, PRM, PRI) funcionó siempre como una maquinaria. En esa simulación electoral era una oficina de operación encargada de legitimar el ingreso a los aparatos de representación.

El núcleo central, de ese inmenso aparato, estuvo siempre conducido de manera personal por el jefe del ejecutivo.

El presidente era al mismo tiempo el jefe de gobierno y el jefe de Estado.

La crisis política acumulada por decenios fue gestando un complejo, largo y laberíntico proceso denominado “transición democrática”.

La fecha de su inicio es polémica.

Para muchas generaciones ese parteagüas lo constituyó el movimiento del 68 y el del jueves de corpus de 1971.

En cualquier caso, estamos ante una muy reciente e incompleta tradición política electoral y partidista.

Tenemos una muy delgada capa de humus democrático.

Sin duda la escisión del PRI en 1988, con el surgimiento del FDN y la operación del fraude en su contra, marcaron un momento muy importante para ese difícil, largo, sinuoso e interminable camino transicional del Estado autoritario, corporativo a un régimen de democracia incipiente.

Las estructuras autónomas como el IFE, convertido en INE, nacieron con forceps.

La ausencia de tradiciones democráticas y el inmenso peso del Estado, favorecieron un diseño muy dependiente de los aparatos burocráticos y lleno de “candados” para impedir los fraudes y estafas. Surgió un aparato muy caro, donde todos los actores tenían sospechas de todos, por todo y, ante todo.

Curiosamente los diseñadores de esas normas y del financiamiento público, ahora se preparan para enterrar al INE, al que acusan de estar al servicio de los “conservadores” y el “neoliberalismo”, opuesto a la Cuarta Transformación y al pueblo.

No es extraño tener a un presidente con ínfulas de caudillo, ni tampoco a una masa de seguidores incondicionales.

Su fanatismo los hace considerar a cualquier crítica como “golpista”.

Liberal es una palabra maligna.

Cuando se exigen derechos se considera como opuesto al pueblo, a quien solamente se considera como receptor de las “buenas acciones del presidente”.

Por lo tanto, la democracia es una “entelequia”, los derechos humanos también.

No importa analizar la política gubernamental, confrontarla con la realidad y el caos gubernamental.

Tampoco interesa buscar solución a los problemas de desigualdad, desempleo, pobreza, descenso del crecimiento y todos los indicadores de violencia.

El presidente nos exige asumir su camino como único y real destino, lo contrario es atentar contra la “cuarta transformción”.

Los campesinos, ambientalistas, las feministas, los estudiantes, los artistas, los científicos son meros títeres de los “fifis”, siempre y cuando no sean sus socios, protegidos y beneficiarios de inmensos contratos multimillonarios.

El domingo 6 de junio del 2021, el presidente nos ha emplazado a “definirnos, sin doble discurso, sin hipocresía, estamos con el pueblo o con los conservadores”

Otra vez la política de gritar “al ladrón… al ladrón”, desde su enorme poder reproducido en cadena nacional, el presidente nos acusa, nos señala como enemigos “del pueblo”, aunque entre sus aliados, socios y corifeos estén antiguos represores e inlcuso destacados adversarios de los partidos de las izquierdas no oficiales.

Sigo siendo orgullosamente “liberal”, integrante del “coro fácil”, no van a poder silenciar a los opositores a un renacimiento del presidencialismo autoritario, apoyado en el sometimiento de sus “pastores” a los pobres rehenes de la miseria y la eterna ilusión en los “favores del señor presidente”.

Su empate no es suficiente para imponer una dictadura de huaraches.