El desenlace de 2018

La inédita revolución política que experimentó México a través del apasionado impulso del espíritu refundador nativista expresado del 1 de julio de 2018 despertó un fuerte ánimo colectivo de cambio de la vieja estructura económica, política, cultural y social que impidió realizar durante muchas décadas un proceso de desarrollo incluyente y justo para la mayoría de la sociedad. A través de ello, se pretendió iniciar no solo un cambio de gobierno administrativo, sino comenzó un ensayo para intentar producir una mutación del régimen político de México en el siglo veintiuno.

Con este fin, un sector mayoritario de la ciudadanía entregó un gigantesco voto de confianza al presidente Andrés Manuel López Obrador y a la coalición política Juntos Haremos Historia para que el país evolucionara de su etapa de colapso sistémico al que llegó desde hacía varias décadas bajo la dirección predominante de la lógica del mercado salvaje con pocos contrapesos y la arraigada dinámica cleptocrática de las administraciones gubernamentales anteriores; hacia otro proyecto de reordenamiento del crecimiento que prometió superar los arraigados vicios estructurales previos, tratando de erigir otra alternativa de futuro más equilibrada para todos los habitantes del territorio nacional.

El otorgamiento mayoritario de “buena fe” de dicho “bono democrático” histórico sin precedentes por la mayoría de los votantes hacia la jefatura del naciente gobierno de izquierda para alcanzar un mejor porvenir, tuvo como brújula esencial la restauración del “pacto social”, el fomento a la democracia, el acatamiento del Estado de derecho, el combate a la impunidad, el impulsar un nuevo modelo económico, el freno a la inseguridad, la lucha contra la corrupción, el establecimiento de otra ética pública, el fortalecimiento de los poderes institucionales de la República y la reconstrucción del proyecto de desarrollo del país para alcanzar un nuevo bienestar colectivo con mayor igualdad y paz. Todo ello, mediante el rescate del papel rector del Estado nación colocando el interés general de la sociedad por encima de los fines particulares de los grupos oligárquicos, especialmente de los poderes fácticos y de fracciones políticas.

Por consiguiente, la delegación masiva de la gran cuota de fidelidad ciudadana a la cúpula del joven gobierno morenista, no fue para obtener el simple empoderamiento de otra célula política diferente en la estructura de poder que volviera a reproducir las mismas lacras, escándalos, abusos y perversiones que practicaron los gobiernos anteriores; sino se concedió para crear otras dinámicas virtuosas de gobernanza pulcras en todos los niveles de la acción estatal con objeto de impulsar el avance de la democracia, la justicia, la seguridad, la pluralidad y la civilidad mexicana para impulsar el progreso. En otros términos, la hegemonía concedida al proyecto nacionalista de la izquierda no se destinó para conquistar el resurgimiento de otro autoritarismo político de diferente color político, sino se encomendó para la concretización específica de cada una de las promesas ofrecidas por el proyecto utópico de la novel dirigencia morenista del cambio histórico. Fue una gigantesca potestad ciudadana que se entregó colectivamente al Estado para establecer en el nuevo milenio los cimientos de la “otra sociedad”, anhelada profundamente por la mayoría de los habitantes desde finales de la Revolución mexicana, los diversos movimientos estudiantiles y las múltiples manifestaciones de protesta de la sociedad civil acontecidos durante el siglo veinte y el principio del siglo veintiuno.

Debido a ello, en dicho contexto de reconstrucción nacional es medular precisar que por el mero hecho desafiante de haber sido elegida la coalición política AMLO/MORENA por la voluntad de la mayoría ciudadana a través de una maquinaria electoral democrática en 2018; de ninguna manera este suceso representó automáticamente que el flamante gobierno de la “Esperanza del Cambio” ejercería directamente una conducción democrática, competente, honesta e incluyente del país en el periodo 2018 al 2024: votar no es condición estructural suficiente para garantizar la edificación de la democracia y el respeto al orden del derecho en la fase post electoral. Esto es, la consolidación afortunada de la pluralidad democrática durante los comicios de 2018 no fue seguridad absoluta para que ulteriormente en la etapa post neoliberal reine la democracia proba en la nueva gobernanza alternativa; sino que para que ésta exista se debe construir sólidamente respetando rigurosamente las reglas básicas de creación de la misma. De lo contrario, la realización inicial de un referéndum altamente democrático, paradójicamente en la posterior práctica cotidiana del ejercicio de la realpolitik, subsecuentemente, también puede dar origen a un grave sistema de conducción autocrática, corrupta o dictatorial de la sociedad.

 

El país que no se quiere más

El consenso plasmado por el referéndum de 2018 transparentó contundentemente el deseo de la mayoría de la sociedad mexicana por realizar un radical cambio en la dirección del proyecto global de desarrollo del país. En este sentido, un enorme conjunto ciudadano en el territorio nacional exigió que la brújula de orientación del República no regresara al viejo prototipo de crecimiento neoliberal salvaje y gangrenado, sino colocara las bases para crear el nuevo modelo alternativo de nación anhelado durante muchas décadas.

En una idea, para intentar la correcta refundación del régimen político del país en el tercer milenio, evitando caer en supuestas políticas públicas erráticas, no sólo se requiere atraer nuevos capitales externos, crear más infraestructura productiva, invertir en los polos marginados, separar el poder político del poder económico, rescatar el potencial energético de la nación, devolver al pueblo lo robado, limpiar el “cochinero” heredado, ejecutar nuevas dinámicas electorales pulcras, formar otro modelo de seguridad, enjuiciar a los expresidentes corruptos, descentralizar la administración pública, redirigir el proyecto educativo, impulsar el sistema de salud, atender a la juventud abandonada, etcétera, sino también es fundamental que se erija otro amplio “pacto nacional” de relación incluyente entre el Estado, las instituciones y la sociedad civil, para instaurar el espíritu garantista que postula la Constitución Política mexicana sobre los intereses grupusculares particulares, y crear auténtica democracia. En este sentido, no se trata de retornar al prototipo del mercado salvaje, ni a la alianza corrupta tejida entre grandes privilegios económicos e intereses políticos, ni a la simulación gubernamental, ni a la plutocracia estatal, etcétera; sino edificar un nuevo modelo de desarrollo basado en la combinación del mercado regulado, la política incluyente y la democracia rigurosa dentro del orden de derecho.

Por esto, con objeto de establecer un avanzado “pacto social global” en la República, es fundamental considerar que su edificación demanda indispensablemente rescatar los principios elementales del orden jurídico, potenciar la representatividad plural, vigorizar el entramado institucional, respetar el sistema de derecho, apoyar la actuación de los órganos autónomos, combatir la corrupción en todas las esferas, aceptar la participación civil diversa en la edificación de las políticas públicas, respetar los equilibrios republicanos como contrapesos al poder central, enaltecer las libertades ciudadanas, impulsar el amplio ejercicio de la transparencia, proteger la esencia del Estado laico, recuperar la riqueza de la crítica sustentada en la racionalidad argumentada, observar rigurosamente los derechos humanos, fortalecer el análisis científico para la elaboración de las directrices del Estado, y demás principios constitucionales, creando certidumbre legal, confianza en el orden público y unidad ciudadana, que son los requisitos básicos que exige la existencia de cualquier régimen democrático sano. En pocas palabras, para que exista una auténtica democracia en México, el verdadero desafío del flamante gobierno de regeneración nacional será “democratizar la democracia”, y no degenerarla para introducir otro régimen autoritario que regrese la nación al oscuro pasado.

En este sentido, además de la consideración de las bases anteriores la cimentación de un sistema democrático necesariamente cruza por la apertura, la tolerancia amplia, el reconocimiento de la diversidad, la aceptación de contra pesos, el diálogo plural, la escucha a todos los sectores, el debate civilizado de creencias, concepciones, ideas y posiciones que permitan edificar una opinión pública más enriquecida, que contribuya a llevar por senderos más virtuosos las decisiones del Estado. La existencia de la democracia reclama el respeto de múltiples corrientes de pensamiento que nutran sólidamente el espacio público, para que los ciudadanos se informen con amplitud, diversidad y oportunidad, sobre los variados hechos y conflictos que acontecen en la realidad cotidiana, y con base en ello, adopten soberanamente las mejores decisiones para sus vidas.

De no efectuarse tales requisitos fundacionales para construir el “otro México”, no se alcanzaría un progreso para la sociedad mexicana, pues reflejaría que el germen del viejo sistema político decadente no sólo no ha muerto, sino que continúa plenamente vivo, incrustado en el corazón de la nueva clase política de la “izquierda renovadora”. Si dicha realidad sucediera en México se introduciría una dinámica de gobernabilidad muy negativa, contraria al enfático mandato colectivo de transformación virtuosa que le exigió la sociedad al Estado en 2018 y que basaría su éxito en un reacomodo de la antigua cúpula de poder que ahora buscaría el aplauso de las grandes masas depauperadas a través de la aplicación de recursos populistas coyunturales, manejo propagandista de la narrativa oficial y difusión estridente de actos gubernamentales, en lugar de ganar la aceptación social mediante el logro de frutos concretos derivados de una gestión republicana de la gobernabilidad y de la toma de decisiones racionales, no caprichosas o voluntaristas. Si se consolidara tal horizonte hipotético no se beneficiaría a la sociedad, sino únicamente se privilegiaría a la reciente dirigencia del poder AMLO/morenista emergida después del referéndum de julio de 2018, y no a la colectividad integral que optó por realizar un profundo y pulcro cambio sistémico de la nación por el sendero de la democracia y el respeto al estado de derecho.

 

De la primavera mexicana al invierno mexicano: la democracia fallida

Dentro de este escenario, será fundamental esclarecer si el cambio histórico que aconteció el 1 de julio de 2018 contribuirá a crear mejores bases democráticas que posibiliten cimentar el surgimiento del “otro México” más avanzado y civilizado en el tercer milenio, o si simplemente reinstalará simuladamente otra versión remozada del “viejo sistema” político déspota y cleptocrático en el siglo veintiuno.

Si el nuevo gobierno del “cambio histórico” quebranta el orden republicano establecido y somete a la institucionalidad básica de la nación a designios caprichosos coyunturales para acumular más poder con objeto de congraciarse con sus adeptos y obtener su pleitesía, conduciría al país hacia un rígido modelo de gobernabilidad dictatorial que negaría la esencia de la democracia y el nuevo progreso histórico prometido. Con ello se sacrificarían los principios de reestructuración social profunda por los cuales votó la mayoría de la sociedad durante la transición a la democracia y, solo se beneficiaría a un pequeño grupo político oportunista elitista disfrazado de “izquierda progresista”, que buscaría para sí la repartición de lo que queda del patrimonio de México. En tales circunstancias podría sobrevivir la vieja y dañina “mentalidad carroñera” que propaga que México es un botín que debe compartirse entre los “compadres” y los “amigos leales” y no una nación que ofrece futuro amplio para todos los ciudadanos.

La aparente primacía de tales realidades contradictorias y otras más podrían reinstalar un sistema de gobernabilidad caudillista de corte redentorista, enmascarado de “avanzado”, “virtuoso”, “liberal”, “reivindicador” y “nacionalista” que en el fondo reproducirá los caciquismos, los señoríos, la podredumbre, los excesos, la descomposición, las sordideces, los abusos, los “cochineros”, los escándalos, los desequilibrios, las codicias los saqueos, las ambiciones, las carencias y las injusticias heredadas de administraciones anteriores, que fueron criticadas severamente por el novel régimen de la “Esperanza del Cambio”, y que se pretendían superar. Este giro autoritario alimentaría el resurgimiento de otra versión maquillada del antiguo régimen opresor, pero ahora camuflado de “izquierda democrática salvadora” que nos encaminaría hacia el “mesianismo histórico” de la gobernabilidad nacional unilateral. Dicho suceso sería equivalente a crear en México en el tercer milenio, la nueva versión de la “dictadura perfecta”, pero ya no de signo priista o panista (prianista), sino ahora con vocación morenista de izquierda redentora, donde los únicos que perderíamos seriamos nuevamente los mexicanos.

En este sentido, si el nuevo modelo de gobernabilidad de la autobautizada “Cuarta Transformación” de la República no abre caminos para el fortalecimiento de la “real democracia”, lo que se erigiría sería un gobierno con democracia fallida que nos regresaría al mismo punto de partida que se demandó superar el 1 de julio de 2018 y, reintroduciría el burdo empoderamiento unilateral de otra fracción política grupuscular para apoderarse del aparato de gobierno, con el fin de aprovechar las prerrogativas que pudieran derivarse del manejo autócrata de la administración pública, repitiendo las mismas perversiones que criticó de sus antecesores. Así, después de 2018 no habría existido transición sistémica a la democracia en México, sino solo un recambio de cupulas de poder político para repetir las mismas degeneraciones con diferentes vestimentas, escenografías, narrativas y colores. La primavera mexicana se convertiría en otro invierno mexicano, con lo cual el remoto cambio “trascendente” de la nación hacia la transformación del régimen político se abortaría, permitiendo que lo “arcaico”, lo “sucio” y lo “podrido” continuara prevaleciendo disfrazado con la máscara de “nuevo”, “renovado”, “avanzado”, “justo” y “transformador”.

En esta hipotética trayectoria el paradigma político de la jefatura nacional del “Movimiento Regeneración Nacional” no realizará en la segunda década del siglo veintiuno la mitológica “Cuarta Transformación” histórica de México, sino que lo que construiría sería la cruda “Cuarta Deformación” histórica con su respectivo régimen cesarista, dogmático, absolutista y populista, que produciría el estancamiento social y la reinstauración de la presidencia Imperial que tanto dañó vitalmente la evolución del país en siglos anteriores.

 

El redespertar del tigre

La existencia de este figurado escenario imaginario sobre el destino de la sociedad mexicana volvería a provocar gradualmente, a mediano y largo plazo, una fuerte desilusión, malestar, irritabilidad y desencanto colectivo, que ocasionarían el redespertar del tigre del México profundo con mayor fuerza, el cual momentáneamente quedó apaciguado con la promesa de alcanzar la esperanza de un mejor horizonte de vida justo, seguro, tolerante, equilibrado, incluyente y más humano para todos los habitantes de la República. Dicho presunto extravío histórico significaría el rotundo desperdicio de la enorme oportunidad trascendental de naturaleza civilizada que crearon los ciudadanos en 2018 para transformar pacífica e institucionalmente al país y edificar el renacimiento de la restauración nacional: abortamiento de la esperanza. Tal desaprovechamiento democrático de la izquierda morenista implicaría necesariamente que los ciudadanos tendrían que luchar por construir en el tercer milenio la nueva Quinta Transformación de su historia para conquistar otro futuro superior que respondiera con integridad a sus clamores ancestrales.

La sociedad mexicana observa muy despierta cual será el desenlace contundente que producirá el haber entregado mayoritariamente su fe de cambio estructural histórico del país a Andrés Manuel López Obrador y a la cúpula del Movimiento de Regeneración Nacional para escribir su “otro” porvenir en el siglo veintiuno…