Cuando triunfó la Revolución Sandinista, una de las tres revoluciones victoriosas de Iberoamérica, las otras dos son la mexicana y la cubana, a lo largo de todo el Siglo XX y lo que va del XXI; nadie imaginó la pesadilla que viven los nicaragüenses, bajo la tiranía de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. Al extremo de que la propia hija de ambos Zoila América, está exiliada, tuvo que huir de la violencia de género por parte de Daniel Ortega a quien se acusa de tener un sistema de “reclutamiento de muchachas” a las que somete a todo tipo de violencia sexual.

Esa es la calaña de ese siniestro personaje, que alguna vez fue un joven luchador y soñador de una sociedad libre de explotación, es también uno de los promotores y beneficiarios de la llamada Piñata, consistente en el despojo de residencias de la antigua oligarquía somocista, las que se quedaron una serie de “comandantes” entre ellos Tomas Borge, amigo de Carlos Salinas y biógrafo del mismo.

En Managua me dijeron, en un viaje a ese país en el años 2000, que incluso del Estadio de Beisbol de Managua se lo había “expropiado” para él mismo, Daniel Ortega.

Zoila América se encuentra asilada en Costa Rica. Es una de las 100 mil personas, según el ACNUR, que huyeron de la miseria, la violencia y la persecución política, a raíz de las movilizaciones populares y estudiantiles de marzo de 2018.

Solamente las de ese periodo. Hay mucho más nicaragüenses fuera del país, a lo largo de varios años.

En los años, los meses y los días de la Revolución Sandinista el gobierno mexicano tuvo una afortunada política intervencionista, apoyando a los Guerrilleros del Frente Sandinista de Liberación Nacional en su lucha contra la dinastía de los Somoza. Esa misma que los gringos, calificaban como “nuestros hijos de perra, pero son nuestros hijos de perra”.

Resulta una vergüenza, la política actual del gobierno de Andrés Manuel López Obrador al negarse a votar por la realización de elecciones libres en Nicaragua, aduciendo el famoso “principio de no intervención”. Incluso el Embajador mexicano Agustín Gutiérrez Canet, familiar de Beatriz Gutiérrez Muller, ha dicho que la posición de México en la OEA es una vergüenza.

Lo es más, cuando México tuvo una abierta participación en contra de la dictadura de Anastasio Somoza.

Antes, durante y después del triunfo de los muchachos sandinistas el gobierno mexicano tuvo una participación muy activa, afortunadamente intervencionista contra una de las dictaduras más salvajes y largas del continente, como la de los Trujillo en Dominicana y la de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela y por supuesto la de Fulgencio Batista en Cuba. No sobra recordar que “el mismo Daniel Ortega, quien llegó a Managua el 19 de julio de 1979 en compañía de la recién conformada Junta de Gobierno a bordo del avión Quetzalcóatl del Gobierno de México, es hoy un feroz autócrata empeñado en reelegirse por cuarta vez el 7 de noviembre”, como lo escribe Jorge G. Castañeda, él mismo quien en su juventud estuvo en Managua recién triunfó al sandinismo.

La abierta mutilación de los derechos políticos, ha llegado al extremo de inhabilitar o encarcelar a sus posibles rivales y reprimir a sus aliados.

Daniel Ortega ha establecido la llamada Ley 1055 de “defensa de los derechos del pueblo a la independencia, la soberanía y la autodeterminación para la paz”.

Como señala Jorge G. Castañeda: “Dicha aberración legal designa traidores a la patria a todos aquellos que ‘inciten la injerencia extranjera en los asuntos internos, pidan intervenciones militares y se organicen con financiamiento de potencias extranjeras’. Otro mecanismo ha sido el de acusar a opositores de lavado de dinero.

Todo esto sucede en un país muy diferente al de 2018, cuando miles de jóvenes salieron a las calles a protestar por distintas causas, desde una reforma a la seguridad social hasta la falta de oportunidades para los estudiantes universitarios, y fueron brutalmente reprimidos por fuerzas estatales y oficiosas o paramilitares. Más de 300 manifestantes murieron, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Pero la sociedad se encontraba en plena efervescencia; hoy no es el caso”.

Para frenar esa política dictatorial es necesario presionar a la pareja infernal de Ortega-Murillo. Por eso es inadmisible la postura de abstención del gobierno mexicano y la del argentino que se negaron apoyar la resolución de la OEA del 15 de junio, donde se expresaba la grave preocupación porque “el gobierno de Nicaragua no ha implementado reformas electorales para que las elecciones previstas para noviembre de 2021 sean libres y justas”.

Hay varios candidatos opositores presos o inhabilitados entre ellos Cristiana Chamorro, la precandidata presidencial de oposición con mayor apoyo en las encuestas; su sobrino Juan Fernando; otro precandidato declarado, Arturo Cruz, embajador del propio Ortega en Estados Unidos entre 2007 y 2009; la líder revolucionaria e historiadora Dora María Téllez; al exvicecanciller Víctor Hugo Tinoco, y en total a 15 opositores presos.

Ante esa vergonzosa postura, Marcelo Ebrard ha querido disfrazar su apoyo a Ortega, llamando al Embajador mexicano a “consultas”.

Insisto Nicaragua fue para México un país muy cercano. Muchos de los gobernantes del primer gobierno revolucionario se formaron en México, algunos de ellos fueron mis colegas en la Facultad de Economía.

Incluso hay que recordar que uno de los 10 comandantes del Ejército Sandinista de liberación Nacional fue el mexicano Víctor Manuel Tirado, quien sigue vivo.

La ayuda del gobierno era inmensa, el propio presidente del PRI Carlos Sansores Pérez, padre de Layda gobernadora electa por Morena en Campeche, dio mucho dinero en efectivo para la reconstrucción de Nicaragua después de la prolongada guerra.

Yo mismo vi en Managua como el servicio de transporte urbano estaba formado por autobuses de Ruta 100, enviados por altos funcionarios del gobierno de José López Portillo, lo cual me dijo con orgullo mi amigo Óscar Levin Copel.

Pero no solo el gobierno mexicano apoyó a los sandinistas. Muchos de mis compañeros de entonces fueron a combatir en el Ejército Sandinista y muchos más, mujeres y hombres, llegaron a Nicaragua para realizar labores entre los pueblos empobrecidos de ese país, tanto como médicos, alfabetizadores, organizadores agrarios y muchas otras tareas.

El triste desenlace de la revolución nicaragüense, tuvo en medio una guerra fratricida patrocinada por el gobierno de Estados Unidos, través de la llamada “contra” a la que entrenaron en los campos de los narcos que encabezaba Rafael Caro Quintero. Eso no debe omitirse.

La cuestión es no disfrazar el apoyo a una dictadura tan nefasta como la de Daniel Ortega y Rosario Murillo, en la supuesta política de “no intervención”.

Nicaragua es un ejemplo triste de como una revolución puede pervertirse y volverse una dictadura brutal contra su pueblo.