En memoria de René Juárez Cisneros, quien hizo de la política una vocación.

Políticamente la elección federal del 2024 inició el 7 de junio pasado, y con ello el comienzo de los comicios presidenciales de ese año. Otra cosa será el arranque del proceso electoral 2023-2024 y los componentes que implica: coaliciones, registro de plataformas electorales, precampañas, campañas, jornada comicial, resultados, quejas e impugnaciones, constancias de mayoría y declaratorias de la elección. No siempre los tiempos electorales coinciden en toda la línea con los tiempos políticos.

Si acorde a esa premisa ya está en marcha la próxima elección presidencial, lo está la sucesión en el poder ejecutivo federal. A esa lógica obedecen, pero también a una estrategia más sofisticada, las expresiones del presidente Andrés Manuel López Obrador sobre las personas que podrían recibir la estafeta de buscar el voto popular el primer domingo de junio de 2024. En varias ocasiones ha expuesto que en el movimiento que encabeza hay quienes con mérito podrían asumir esa responsabilidad.

¿Por qué el Ejecutivo querría “adelantar tiempos” y abonar a un escenario de hipotética disminución de su preeminencia política al abrir el juego sucesorio? ¿Acaso la persona que en detrimento de la gestión de gobierno ocupa su tiempo en pensar y actuar política y electoralmente, tendría un descuido de esa naturaleza? ¿Quién, como el Ejecutivo de la Unión, se dedica íntegramente a hacer política, podría abrir flancos para su debilitamiento?

Tratándose de la cuestión más emblemática para el sistema político mexicano y para el discurso obsesivo de la transformación, no puede pensarse sino en una planeación rigurosa y sistemática.

Apunto unas pinceladas del entorno: (i) el balance de los comicios de este año otorga al partido del gobierno la mayoría relativa en la Cámara de Diputados y la posibilidad de la mayoría absoluta con sus alianzas electorales (no del todo sencillas, pero factibles), así como 11 gubernaturas; (ii) el resultado permite lograr la aprobación del presupuesto anual de egresos y de la cuenta pública analizada por la Auditoría Superior de la Federación, y en 16 entidades federativas la responsabilidad del ejecutivo local recaerá en la persona postulada por el MRN y en dos más por partidos aliados, antes de las resoluciones de los tribunales electorales, con sus lógicas consecuencias de la acción territorial para la jornada comicial de 2024; y (iii) el pertinaz ejercicio de concentración del poder -por vías formales e informales- que ha llevado a cabo el titular del Ejecutivo Federal.

¿Necesidad o descuido al colocar la sucesión presidencial en la narrativa del poder antes de culminar el tercer año? No es una ni otro; sólo astucia de quien conoce tanto los antecedentes como el presente, y opta por generar una provocación a las oposiciones bajo la divisa de divide et impera.

En un escenario de polarización política, crisis del sistema de partidos, coalición electoral del PAN, PRI y PRD que se convierte en coalición parlamentaria y evaluación razonable de que esa estrategia de entendimiento y alianza es la que hizo factible el resultado electoral que permite incrementar curules a los futuros grupos parlamentarios, parece evidente que por ahora la opción para competir realmente por la magistratura ejecutiva electoral federal en 2024 es la articulación de una nueva coalición con la base de 2021.

Quien domina al MRN y ha impulsado que esta formación partidaria adopte connotación hegemónica, al tiempo que concentra en la presidencia el mayor poder del Estado que le sea posible, no necesita referirse a la sucesión presidencial hacia el interior de su movimiento o del gobierno que encabeza. La referencia es para los de enfrente.

En la tradición de las sucesiones presidenciales del siglo pasado, a partir de 1940 el fulcro fue el Ejecutivo Federal en funciones. No amplío, pero con partido hegemónico y aún con partido dominante, la clave fue el vértice real del partido en el poder. En las sucesiones presidenciales del presente siglo, afirmándose la alternancia, se aprecian con mayor claridad los procesos de formulación de las postulaciones del partido en el poder y de las formaciones partidarias en la oposición.

Quizás por eso debería llamarnos la atención que ante la “apertura” del Ejecutivo de la Unión, cuya lógica es la del partido en el poder, desde las oposiciones algunos sean arrastrados a esta arena.

¿Acaso hay duda de que -al día de hoy- Andrés Manuel López Obrador definirá la candidatura del MRN para el 2024? El juego es claro: encarta y soslaya; encarta y ajusta; encarta y deja caer la afirmación de que la carta será la propia. Ejemplifico, ¿alguien podría creer que desde las representaciones diplomáticas en la ONU o ante los Estados Unidos, puede obtenerse esa candidatura? Por otro lado, uno dijo sí quiero y otro afirmó que estará en la boleta. Expresarse urbi et orbi no creo que implique mayor preocupación para el fulcro de la decisión, pero cada quien su juego.

En las oposiciones el proceso de postulación de quién irá en pos de la presidencia de la República ha tenido otras pautas, que obedecen a lógicas internas particulares. En el 2000, 2006, 2012 y 2018, las candidaturas de las oposiciones tuvieron su ritmo interno y frente al poder. Tres fueron exitosas y las tres tuvieron el ingrediente de la coalición. Sin embargo, esas alianzas fueron a partir de la definición del abanderado para la presidencia de la formación política preponderante en la futura coalición (Fox, Peña y López Obrador).

¿Dónde está la trampa? Y dos ya han caído en ella. La trampa está en que si la viabilidad de las oposiciones en 2024 requiere la coalición, la manzana envenenada que coloca el Ejecutivo Federal es la tentación de adelantar fases de un proceso complejo, sin cumplir con las etapas previas.

Para llegar a esa hipotética coalición de 2024 faltan los comicios locales de 2022 para renovar el poder ejecutivo en Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas, y de 2023 en Coahuila y México. Faltan tiempo y hechos políticos para la mejor toma de decisiones rumbo a una alianza con una postulación competitiva.

Cuando el dirigente nacional del PAN perjudica al Gobernador de Yucatán, Mauricio Vila, al lanzarlo al ruedo y Enrique de la Madrid Cordero come ansias y levanta la mano, responden a la lógica del dirigente real del partido en el poder, sin valorar que son otros los factores y los tiempos para articular una propuesta, conformar una coalición y seleccionar una candidatura.

En el juego de la sucesión a uno le sobra el colmillo y otros exhiben la ingenuidad.