La educación no es sólo un conjunto de conocimientos útiles de los que podemos echar mano de manera evidente y pragmática. El deseo de muchos estudiantes de preparatoria de no tener que aprender matemáticas porque van a ser abogados, o el rechazo a la historia o a la literatura de un futuro ingeniero, refleja una corta visión y la pobre formación durante la infancia y la adolecencia.

Creer que sólo vale la pena aprender lo útil, lo que nos sirve en el trabajo o lo que aporta a la economía es equivalente a asesinar la ciencia básica, el arte y las humanidades. Es eliminar el placer por la lectura y la creatividad literaria, por la pintura y la investigación científica.

Es la misma tendencia economicista de privilegiar a lo que llaman ciencia “aplicada” en contra de la ciencia “pura”, que proviene de quienes conciben a la ciencia únicamente como una actividad utilitaria, madre de la tecnología; de quienes sólo ven a la ciencia como fuente de soluciones prácticas. Esta tendencia observa a la actividad científica como un instrumento puramente utilitarista, sujeto a los análisis de costo-beneficio económico, olvidando el papel de la ciencia como liberadora de prejuicios oscurantistas a través del conocimiento de la naturaleza y del hombre mismo, y como una aventura intelectual inigualable.

Si sólo importara lo útil, la cocina no tendría tampoco sentido más allá del placer que causa el comer bien y el oficio de la cocina, total, si sólo se trata de nutrirnos para sobrevivir, bien podríamos consumir las píldoras, cápsulas y polvos pertinentes.

Y el arte, ¿qué clase de conocimiento obtenemos del arte?, ¿es posible hablar de verdad en el arte? Heidegger considera que el arte hace surgir la verdad. El conocimiento en las ciencias del espíritu es un saber, un saber como haber visto, en el sentido más amplio de ver, que quiere decir captar lo presente como tal.

Harold Pinter, laureado con el Premio Nobel de Literatura en 2005, decía que en el arte y las ciencias humanas no hay grandes diferencias entre realidad y ficción, ni entre lo verdadero y lo falso; que una cosa no es necesariamente cierta o falsa: puede ser al mismo tiempo verdad y mentira; la única verdad es que no hay verdad única.

Las obras literarias, aunque en su origen no hayan tenido ese propósito, son testigos de su tiempo y representan una importante fuente en el análisis de la historia, de la vida cotidiana, de las prácticas o los modos de pensar. La obra de arte en general es siempre testigo de su época y representa una fuente histórica y cultural que es también testimonio de la complejidad de las acciones humanas y de la importancia de las circunstancias en que éstas se realizan.

De hecho la historia y la literatura tuvieron un inicio común; su separación como componentes de un mismo género se dio a fines del siglo XVIII con la pretensión cientificista de la historia. Hacia finales del XIX la historia ya asumía la racionalidad como norma y contaba con objetivos y metodología propios; se había convertido en una profesión diferente de la literatura.

Patricia Fumero, en un ensayo acerca de la relación entre la historia y la literatura, observa que la literatura no sólo nos informa del tiempo en que fue escrita, o de las características del autor, sino incluso nos ayuda a comprender cómo se moldean los comportamientos e identidades colectivas e individuales; y pregunta: ¿hasta qué punto la historia no es literatura? Lo cierto es que es la literatura es historia en varios sentidos y ambas son un espejo de las relaciones humanas y una fuente de verdad, pero a la vez de creatividad, caracterísitca esencialmente humana.

El placer, el ocio y la creatividad están entrelazadas. Son ellos los que nos posibilitan a pensar fuera de los esquemas tradicionales o aceptados y nos permiten arriesgar caminos insospechados, nos abren la posibilidad de pensar de manera flexible y multidimensional.

El placer de admirar y crear el arte, de escribir y leer, de soñar, de ver la noche, de observar el amanecer, de jugar dominó o ajedrez, nos humaniza, nos forma. Defendamos simpre ese placer de ser.

 

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