El pasado domingo 8 concluyó la XXXII Olimpiada, que acogió Tokio en circunstancias marcadas por la pandemia de Covid-19 y sus secuelas internacionales. Estos juegos ocurrieron un año después de la fecha originalmente prevista y las medidas sanitarias adoptadas para contener el virus impidieron al público asistir a las competencias.

En este inédito escenario, los atletas sólo fueron acompañados por sus entrenadores y equipos de apoyo. Incluso a sus familiares y amigos cercanos se les negó el acceso. El Comité Olímpico Internacional, fiel a sus principios y con el apoyo del Comité Organizador, logró acreditar en tan difíciles condiciones que, más allá del espectáculo y de las ganancias económicas que significan las olimpiadas, lo más relevante es el entusiasmo de los atletas y su vocación por seguir haciendo del deporte la materialización abstracta del rendimiento corporal.

Sin proponérselo, en Tokio se recuperaron valores originarios de los juegos olímpicos de la era moderna, entre otros, que lo importante es la competencia en sí misma y no el triunfo; que el alto rendimiento deportivo es loable cuando resulta del esfuerzo y disciplina del atleta y no del financiamiento que reciben los deportistas profesionales con fines de mercadotecnia y lucro.

Como se sabe, en los tiempos de la Guerra Fría la polémica sobre la participación de este último tipo de deportistas en justas olímpicas, fue una constante. Los apoyos que brindaban los países socialistas a sus atletas les permitían dedicarse al deporte de tiempo completo, en detrimento de aquellos que, en naciones en desarrollo, se preparaban solos y, en el mejor de los casos, con el respaldo de precarias becas.

Para compensar desventajas, diversas empresas comenzaron a pagar altos salarios a las estrellas para competir y ganar, sobre todo en países desarrollados. Fue un vuelco negativo del olimpismo, que de espectáculo entre deportistas aficionados pasó a ser feria de intereses de atletas profesionales y sus patrocinadores comerciales.

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No obstante esta realidad, que aún lastima los valores olímpicos y como efecto de la pandemia, los juegos de Tokio han enriquecido notablemente al olimpismo. En primer lugar, porque conocieron la participación de delegaciones que compitieron con los colores del Comité Olímpico Internacional, ya sea porque sus integrantes son refugiados o porque sus países de origen afrontaron sanciones por el uso, en justas previas, de sustancias prohibidas. Otro aspecto relevante es que estos juegos dieron amplia visibilidad a más de 120 atletas de la comunidad LGBTQ+ y permitieron a la canadiense Quinn, primera futbolista transgénero, obtener una medalla. Esta XXXII Olimpiada ya también es valorada por su sustentabilidad

. Con camas de cartón en el pueblo olímpico y medallas elaboradas con metales preciosos, obtenidos de teléfonos móviles en desuso; con uniformes y antorchas fabricados con derivados del plástico y aluminio reciclados, entre otras innovaciones, Tokio ha establecido un antes y un después en la historia olímpica. Los avances son meritorios y complementan el esfuerzo desplegado por los organizadores y los atletas participantes para ofrecer, a un mundo cansado por el COVID, la retribución que solo puede ofrecer la emoción deportiva. Enhorabuena por el olimpismo, que así pavimenta nuevos caminos de convivencia y entendimiento, que así refleja las condiciones, necesidades y aspiraciones de la aldea global. #CITIUS #ALTIUS #FORTIUS.

Internacionalista.