Con base en la tragedia de la conflagración mundial de la segunda gran guerra del siglo pasado, surgió en 1945 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como la expresión de la voluntad política de los pueblos del planeta para evitar la guerra, impulsar la vigencia de los derechos humanos, generar condiciones en favor de la justicia a través del imperio del derecho internacional y promover el mejoramiento general de las condiciones de vida de la humanidad.

Un ámbito de convergencia de un mundo de Estados nacionales para definir un conjunto de principios en favor de la paz, la igualdad entre los pueblos y la cooperación internacional en la solución de los problemas que involucran a la propia comunidad mundial.

Una vertiente fundamental para alcanzar cada vez mejores condiciones de vida en favor de los distintos pueblos del orbe ha sido la cooperación económica y social impulsada por la Organización, que incluyó el componente de hacer frente a los problemas sanitarios de carácter internacional.

Bajo ese contexto y a la luz de esas directrices del rediseño del orden mundial, en 1946 nació la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuya finalidad es “alcanzar para todos los pueblos el grado más alto posible de salud”, y entre cuyas funciones destacan “actuar como autoridad directiva y coordinadora en asuntos de sanidad internacional” y “estimular y adelantar labores destinadas a suprimir enfermedades epidémicas”.

Ante la aparición del virus SARS CoV-2, causante de la Covid-19, han sido puestos a prueba la concepción y el diseño anteriores. Durante la vida de la ONU y la OMS no se había presentado una epidemia de auténtico alcance global que requiriera acciones de la misma naturaleza. Primero la declaratoria de la pandemia de alcance universal y las recomendaciones para mitigar y contener los contagios y, posteriormente, el impulso a la generación de conciencia de la vulnerabilidad de toda la población si el esfuerzo por la inmunización generalizada no obedece a una determinación por la casi universalidad.

En medio están, desde luego, la investigación científica y el desarrollo de las vacunas, el reto de su fabricación y distribución y el aún mayor desafío de hacer accesible la vacuna para todos los pueblos del planeta en condiciones de igualdad. A la luz de la premisa de que nadie estará completamente seguro hasta que cada quien lo esté de no ser contagiado, se diseñó y puso en marcha la iniciativa COVAX para asegurar el acceso a la vacunación contra la Covid-19 de todas las naciones del mundo, con criterios de equidad desvinculados de su capacidad económica y científica para adquirir o fabricar las dosis inmunizadoras en las cantidades necesarias y con la oportunidad adecuada.

En sí, este esfuerzo en el cual participan más de dos terceras partes de los Estados del mundo, busca lograr que para finales del presente año haya podido disponerse de 2 mil de millones de dosis en condiciones de igualdad entre las naciones. Algunas serán de vacunas de una sola inoculación y otras de dos. Un gran y muy relevante esfuerzo que -sin embargo- parece muy lejos todavía de lo requerido para la magnitud del problema que enfrenta la humanidad.

Al valorar los resultados de los estudios sobre la duración del efecto de la vacuna y si las de una sola dosis se ven ahora en la tesitura de contemplar un refuerzo, o si las de dos dosis deben llevar a una tercera para prolongar el efecto, el hecho es que antes de que un 70 u 80 por ciento de la población mundial pueda ser vacunada, habrá surgido la necesidad de volver a vacunar a quienes ya lo habían sido, por el solo paso del tiempo.

¿A qué me refiero? A que con el paso presente y las limitadas previsiones para que la vacunación se produzca en condiciones de acceso equitativo para todas las naciones -desarrolladas o de menor desarrollo relativo-, junto con las capacidades de producción mundial de las vacunas y su distribución, el nuevo coronavirus podrá encontrar condiciones para seguir mutando y acrecentar su resistencia a las defensas de nuestros organismos, multiplicándose su peligrosidad.

Hoy se estima que el planeta tiene 7 mil 888 millones de habitantes y crece a razón de 52 millones por año. En el mundo se han registrado 214.5 millones de personas contagiadas con el SARS CoV-2, de las cuales 4 millones 474 mil han fallecido y se estima que existen 18 millones 128 mil personas que han padecido la enfermedad. Por otra parte, a partir del 4 de diciembre del año pasado y hasta el 23 de este agosto, un total de 1 mil 919 millones de personas han recibido la inoculación completa de la vacuna y 2 mil 549 millones han recibido la primera dosis de fórmulas que de origen requieren dos.

Antes del SARS CoV-2 se consideraba que la producción mundial de vacunas ascendía a 3 mil 500 millones por año y si bien hay estimaciones discutidas en torno a que este año podrán producirse 12 mil 500 millones de vacunas, en la reunión del G-7 celebrada en junio pasado en Londres, el panel de expertos de los procedimientos especiales del Consejo de Derechos Humanos estimó que a estas fechas sólo el 1 por ciento de las vacunas administradas hasta ahora lo habían sido en los países de menores ingresos relativos.

Así, mientras en los Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, por ejemplo, el porcentaje de la población completamente vacunada es de 52.2 por ciento, 62.9 por ciento y 59.5 por ciento, respectivamente; en Brasil, Chile y nuestro país los porcentajes son de 26.4 por ciento, 70.2 por ciento y 24.5 por ciento, en cada caso; y en Egipto, Nigeria y Kenia los porcentajes son de 2.1 por ciento, 0.7 por ciento y 1.5 por ciento.

En la lucha contra la Covid-19 hay varios componentes que requieren apreciarse con un enfoque integrador: la falta de transparencia sobre la capacidad productiva de las vacunas y las adquisiciones hechas o comprometidas por los gobiernos nacionales; las limitaciones de la previsión supranacional de la iniciativa COVAX, frente al fuerte ingrediente de los Estados nacionales con mayor capacidad económica para asegurar las vacunas para un alto porcentaje de su población; y la realidad de las zonas del planeta donde el acceso a los beneficios de la vacunación parecen todavía muy lejanos.

Ante la relativa incertidumbre sobre la capacidad de producción y distribución de la vacuna y el período promedio de protección que confiere, no puede estimarse que en un tiempo determinado se alcanzará el escenario de vacunar al 70 por ciento de la población mundial y que su protección esté vigente, para estimar la presencia de la “inmunidad colectiva”.

Son de reconocerse los esfuerzos de la ONU y la OMS para que la vacunación llegue a los países de menor capacidad económica relativa, pero son francamente insuficientes. Ante una amenaza a la salud de la humanidad de proporciones nunca vistas y a pesar de esos espacios internacionales, impera la visión nacional y el propósito de reactivar la comunidad propia. Ese ánimo no ha sido acompañado por el compromiso con la humanidad toda. No es el único caso, pero ante los efectos de la pandemia es muy clara la ausencia de liderazgos para el momento presente. Ante la epidemia global la solidaridad internacional está sujeta a limitadas visiones nacionales.