La perversión califica algo no solamente malo, sino que causa un daño de manera intencional, se puede agregar que quien lo causa, lo hace con un cierto placer que corrompe las costumbres y el orden habitual de las cosas.

Mentir deliberadamente para burlarse de los demás es perverso, como lo es el grito homofóbico en el futbol, y aunque algunos afirmen que su intención no es homofóbica, se trata de cualquier manera de un insulto público con el que gozan los agresores.

Cuando lo malo se convierte en acción cotidiana, cuando las malas acciones se hacen costumbre y parecen ser normales, hay una crisis civilizatoria, lo peor del ser humano emerge.

Es un proceso cancerígeno, no se percibe su inicio, se cuela como el agua, hasta que de repente, nos sorprende la inundación, el tumor extendido y maligno, el camino sin retorno.

¿Y en que momento se perdió la cortesía y desapareció el respeto mutuo? ¿A qué hora perdimos la capacidad de diferir sin insultar o de discutir sin violencia? Parece que son lujos que han quedado en el pasado.

Con la rapidez de estos cambios hemos abandonado también la posibilidad de pensar más y mejor, de dar tiempo a nuestros semejantes, de darnos tiempo a nosotros mismos, nos estamos llevando en ese atropello los valores y modales elementales que un día fueron la base de la educación para la convivencia pacífica.

Y hoy día se presume la perversidad y se le elogia, se admira al violento, al que grita y falta al respeto, se justifica al que delinque y al flojo, y cada vez menos personas se ven a sí mismas en los demás. Las acciones no tienen más justificación que satisfacer lo individual, los gustos y preferencias personales, la ideología propia, las ideas de cada quien, lo demás y los demás han dejado de ser importantes.

El precipicio es profundo, hemos transitado desde un nuevo lenguaje en el que es imposible articular una frase completa sin una sola grosería, del descalificar un argumento con ataques a la persona, hasta convivir con los feminicidios y la violencia doméstica, con cientos de muertes diarias asociadas al narcotráfico, miles de fallecimientos en una pandemia interminable.

La sensibilidad que mostramos con el golpe de los sismos de 1985 y del 2017 en los que fallecieron más de diez mil personas y alrededor de cuatrocientos, respectivamente, hoy ha desaparecido. La cifra de muertos de los terremotos, especialmente el del 85 nos pareció brutal, diez mil; pero hoy día se reporta esa misma cifra en homicidios cada trimestre y no nos produce ningún efecto.

La solidaridad mostrada en esas catástrofes tampoco emergió ahora durante la pandemia. La negación a cumplir con los protocolos más elementales, con la finalidad de protegernos y proteger a los demás, han sido ignorados. La consecuencia es de todos conocida, México ocupa entre el tercer y cuarto sitio con mayor número de fallecimientos por COVID. Con cifras oficiales, se han reportado, en promedio, 550 fallecimientos diarios por el virus y eso ya no nos impacta. La nueva cotidianeidad perversa se ha instalado en casa.

¿Cómo detener esta perversidad? Para terminar con el cáncer de la violencia no hay otra quimioterapia que el estado de derecho, aplicar la ley. Esa misma receta es la única que podrá funcionar también contra la corrupción. Y es triste decirlo pero quizá tengamos una generación perdida, o por lo menos, una generación difícil de rescatar. Pero también hay otra generación de mexicanos jóvenes ya formados y exitosos, profesionistas y posgraduados que pueden y deben sustituir a la clase política y geriátrica de México, ojalá muchos de ellos se comprometan también con una nueva política. Y, finalmente, tendremos que mirar a los pequeños nuevos ciudadanos y con ellos reconstruir el país con una buena educación, aprovechar todas las formas y posibilidades para educar, y además, educar con el ejemplo. Educar en la familia, en la escuela, por internet, en la televisión. Educar en los deberes cívicos, en los valores, en los procedimientos científicos, en la responsabilidad y la disciplina, en la prudencia y en el difícil arte de vivir con tolerancia y bienestar.