La pandemia ha golpeado nuestra libertad, la economía, la cultura, pero uno de los sistemas que más ha sido afectado es, sin duda, el sistema educativo. No ha sido un problema local o nacional, la suspensión de las clases presenciales, el aislamiento y la incertidumbre han estado presentes en todo el mundo.

Uno de los primeras sorpresas fue el descubrimiento de que la transición hacia un sistema de educación a distancia no es ni fácil, ni rápido. No se trata solamente de sustituir el salón de clases por sesiones virtuales en la computadora de manera simplista. Ni tampoco de que la tecnología digital sea la panacea, es sólo un herramienta, sí, poderosa y muy útil, pero sólo una herramienta en el complejo proceso de enseñar y aprender.

Si bien podríamos decir que la pandemia representó una tragedia en mucho sentidos, los fallecidos, los enfermos, la caída de las economías, las pérdidas de empleo, el aislamiento social, también es cierto que es una crisis que nos ha puesto a prueba en muchos aspectos, entre otros ha puesto a prueba nuestra creatividad, inventiva y capacidad para enfrentar las crisis y diseñar políticas emergentes que nos permitan entender, prever y tomar las mejores decisiones.

Aunque, desgraciadamente, no han faltado las voces de charlatanes que no sólo desinforman y presumen su ignorancia, sino que a la vez nos ha dejado ver el peor rostro humano, la falta de empatía y de solidaridad, poniendo en riesgo su salud y la de los demás, también hemos sido testigos de la formación de grupos de apoyo en solidaridad con los enfermos y con los deudos. A través de las redes sociales y los medios de comunicación muchos maestros, padres de familia, periodistas, profesionistas, académicos y científicos nos comparten diariamente la información más relevante sobre el virus y sus mutaciones, acerca de las medidas más efectivas para evitar los contagios, las novedades en los tratamientos, la efectividad y necesidad de las vacunas y las consecuencias posteriores a la enfermedad. Poco se ha compartido, sin embargo, acerca de las experiencias de la escuela en casa.

Yo personalmente agradezco el compromiso de todos ellos y reconozco la calidad y utilidad de la información, sin embargo, en la mayoría de los casos se trata de iniciativas individuales, de un interés personal del investigador, y los problemas a resolver son complejos y, por tanto, deben abordados en equipo, con interdisciplinariedad y multidisciplinariedad, pero, sobre todo, con una dirección y política institucionales que provea de los fondos suficientes.

También te puede interesar leer

La perversidad cotidiana

Se realizaron algunos intentos de proyectos, por ejemplo, varias universidades públicas y  privadas anunciaron hace casi un año que estaban trabajando en el desarrollo de una vacuna, al final no hemos tenido noticias y probablemente se trató de una propuesta individual o de un grupo pequeño que terminó sin los apoyos necesarios ni logró conjuntar un equipo lo suficientemente interdisciplinario.

Parecía que CONACYT haría lo correcto cuando anunció la vacuna mexicana, que conformaría un excelente grupo de científicos mexicanos para desarrollarla y les apoyaría financieramente con la participación de las instituciones públicas y privadas, que se trataba de una verdadera política de estado. Pero no.

En educación han habido muchas reflexiones, pero se tiene muy poco trabajo de campo acerca de los problemas de la educación en línea, del uso (bueno y malo) de las tecnologías, de la innovación educativa durante la pandemia (que seguro la hay), de la participación de las mamás y los papás, del impacto educativo en la familia, ¿Hay casos de éxito? ¿cuáles fueron los índices de reprobación en los distintos niveles? ¿Se ganó algo en materia de educación autónoma y autodidacta, y en qué niveles?

A más de un año de pandemia, hemos producido poco conocimiento al respecto en México. Hay trabajos individuales o de pequeños grupos, como ya mencioné, pero nada que pueda de verdad aportar y resolver las grandes preguntas. En relación con la salud también me atrevo a plantear algunas preguntas.

¿Cuáles han sido las consecuencias producto del aislamiento? Nutrición, bienestar psicológico, violencia familiar.

¿Qué efectos secundarios se han presentado a largo plazo en quienes han sufrido la enfermedad? Por edades, región geográfica, sexo, actividad.

¿Cuáles son y han sido las rutas de los contagios?

Quizá no debamos contar con el CONACYT ni con los ya desaparecidos fideicomisos, pero seguramente nuestras universidades podrían aprovechar a la ANUIES para iniciar una política nacional en torno a la problemática derivada de la pandemia y así mostrar a los incrédulos su enorme capacidad de investigación básica, aplicada e innovadora.