Entre las justificaciones para que México no invierta en energías limpias, que no tengamos un aeropuerto de los mejores del mundo, que los salarios de un obrero, un artesano, un albañil o un carpintero les permitan vivir con bienestar, que puedan ganar incluso más que un profesionista, está la de que eso sólo puede ocurrir en otros países, en esta tierra no estamos preparados, no nos queda, nos falta madurez, no hay que copiar nada del exterior. Esta forma paternalista de pensar recuerda a Porfirio Díaz, quien afirmaba que nos estábamos lo suficientemente maduros para la democracia.

Y así, nos hacemos creer que no merecemos nada mejor, lo único que se nos ocurre es que quienes viven bien, quienes han estudiado en otro país, quienes viajan, dejen de hacerlo, son costumbres para los extranjeros, nosotros debemos tener otra cultura, la de la pobreza y el conformismo, los mexicanos somos como menores de edad que necesitamos apoyos del gobierno para sobrevivir porque somos incapaces de generar riqueza, más aún, consideramos un error moral hacerlo.

¿Es esa la cultura y los valores que queremos transmitir a las nuevas generaciones? ¿Aprender a causar lástima para recibir ayuda? ¿Tener a la mediocridad como norma? ¿Negarse a tener éxito? ¿Tener miedo a competir? ¿Sustituir a los argumentos con insultos?

Es decir, ¿debemos abandonar una buena educación que abone a las capacidades y competencias y, es su lugar, tener sólo principios morales, es decir, buenos deseos? Esta dicotomía es falsa, es una falacia que lejos de permitir el desarrollo armónico de una comunidad y el crecimiento del bienestar en todos los aspectos, sólo contribuye a disminuir la autoestima y a promover la envidia y el odio porque pretende desconocer que el éxito no es, en general, una consecuencia de acciones ilegales o inmorales sino que la mayoría de las veces es producto de sacrificios y del trabajo honesto, aunado a una gran capacidad y disciplina; y que el fracaso no es tampoco consecuencia del destino o de las acciones de los demás, sino que lleva consigo una enorme carga de la responsabilidad de quien lo padece.

Triunfar en la vida, tener prosperidad, no es sólo un asunto de dinero, es, sobre todo, la felicidad que causa tener un empleo en el que uno se siente útil, casi imprescindible, en el que uno muestra su potencial, y que le permite proveer de lo necesario para vivir con bienestar con una buena percepción económica, ese es el mejor reconocimiento a la capacidad de los individuos.

Quien piensa solamente en el fracaso de los demás como condición para la propia felicidad es capaz de hundir el barco en el que viaja con tal de que mueran aquellos a quienes envidia y odia. Es el manipulador que se martiriza para hacer sufrir a quienes los rodean y hasta es capaz de dar la vida con tal de lograr la infelicidad de los otros.

Todos esas aves de malagüero se equivocan. Los mexicanos nos sabemos creativos, luchadores, felices y con increíble buen humor. Nuestra hospitalidad cruza fronteras, pero tiene sus mejores frutos con nuestros semejantes. Las historias de éxito de millones de mexicanos dentro y fuera de México están en el centro de todas nuestras familias, todos tenemos algún familiar, o varios, quizá muchos, que nos han puesto el ejemplo y a quienes quisiéramos imitar. Esta sí es nuestra cultura, con valores victoriosos, de optimismo y de una gran capacidad, tanta como la de cualquier otro ciudadano del mundo.

No podemos negar la gran riqueza de nuestro mestizaje. Hoy día que es posible conocer a nuestros ancestros con una prueba de ADN, podemos saber que no hay mexicano de alguna raza pura, somos, como dijo José Vasconcelos, hijos de las mejores culturas del mundo, llevamos lo mejor de muchas razas, nuestra mexicanidad es la raza cósmica. Somos triunfadores, somos mexicanos.

El futuro no es destino, es construcción, pongamos manos a la obra.

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