En el año de 2021 hemos conmemorado los quinientos años de la caída de la Gran Tenochtitlán y los doscientos de la consumación de la independencia. Son centenarios que, si bien, son importantes, fueron festejos netamente locales. Nos importan, principalmente, a los mexicanos; de alguna forma y en menor medida, a los españoles. Hay otras efemérides que festejar. Aludo a dos de ellas.

 

León X

En el contexto internacional, el día primero de diciembre se conmemorarán los quinientos años de la muerte del León X, el papa Medicis. Éste fue hijo de Lorenzo de Medicis. Con el nombre de Juan llegó a cardenal a la edad de 14 años (N. Maquiavelo, Historie fiorentine, libro VIII, 36). Su familia hizo mucho por la cultura del Renacimiento; él, como papa, por su soberbia, se abstuvo de hacer lo que debía para evitar la propagación del protestantismo. Eso fue bueno para la humanidad y para las libertades de culto y de conciencia.

León X, un papa culto, refinado y amante de las artes llegó a papa relativamente joven. Fue electo para el cargo por cuanto a que los miembros del cónclave sabían que viviría poco. Enrique Heine, refiriéndose a esa circunstancia, dice: “León X, aquel soberbio florentino, alumno de Policiano, el amigo de Rafael, aquel filósofo griego coronado con la tiara que le confirió el cónclave, quizá porque sufría una enfermedad que no era seguramente producto de la abstinencia cristiana, y que entonces era aún muy peligrosa. León de Medicis debió reírse mucho de aquel pobre, sencillo y casto fraile, que se imaginaba que el Evangelio era la continuación del cristianismo, y que esa constitución debía ser una verdad. Quizá no adivinó jamás lo que anhelaba Lutero, preocupado como estaba con la construcción de la iglesia de San Pedro, costeada de tal modo con el tráfico de las indulgencias que el pecado procuró el dinero para que se elevase esa iglesia que se convirtió al punto en un monumento a las extravagancias sensuales, de idéntico modo que una prostituta egipcia construyó la pirámide de Rodopis con el producto de sus vicios.” (Alemania, UNAM, México, 1960, pg. 21 y 22).

León X no desentonó en ese concierto de papas mundanos. Alejandro VI, el papa Borgia, español, por cierto, tuvo amantes de los dos sexos. No se abstuvo de nada. Supo de todo. Se metió con su propia hija Lucrecia, en una relación incestuosa; ella también fue amante de su hermano, el duque Valentino, también hijo del papa y cardenal de la iglesia católica. Julio II, un simoníaco, fue un papa guerrero. Como tal atrevido y arrojado.

 

Demóstenes

En año que entra no estará exento de festejos. En el mes de noviembre de 2022 se cumplirán 2300 de la muerte del orador y político Demóstenes. En su género, el de la oratoria, fue lo máximo. En el de la política, como defensor de su ciudad, un gran patriota. Como un jurista: sobresaliente y original.

La conmemoración anticipada de esa efeméride me permite recordar algunas etapas de su vida, de su desempeño como orador y jurista; de su muerte y de algunos testimonios arqueológicos que aún subsisten.

Los discursos de Demóstenes, aparte de ser lo máximo en el arte de la oratoria, son una prueba de su talento. No sólo dominaba el arte de la retórica, también era un gran psicólogo. Se refiere que en alguna ocasión defendía a alguien que era acusado de un delito grave. Al estar pronunciando su discurso, percibió que los miembros del jurado estaban distraídos y bostezando. Esas circunstancias lo pusieron en sobre aviso. Suspendió su exposición y dijo al jurado: quiero referirles una historia. En ese momento, ante el cambio brusco, los del jurado pusieron su atención a lo que el orador iba a relatar:

“En pleno verano un muchacho alquiló un burro para ir de Atenas a la ciudad de Mégara; al mediodía, el sol caía de plano, y para resguardarse de sus rayos se puso debajo del asno para aprovechar su sombra, El dueño del animal le dijo que aquello no se podía hacer. Quiso el muchacho saber el porqué, y el propietario del orejudo animal le dijo: ‘Porque no está en el contrato; yo te he alquilado el burro para que vayas encima de él, no para que te pongas debajo’. Discutieron y el joven aseguró que cuando alquiló el jumento alquilaba también su sombra. Que no”—decía el dueño—que sí –decía el muchacho.” (Pancracio Celdrán Gomaríz, Quién fue quién en el mundo clásico, Temas de hoy, p.142).

El pleito derivó en un juicio que se ventiló ante los tribunales. Demóstenes, al terminar la narración, abandonó la tribuna; al hacerlo el jurado y el público reclamaron saber el fin de la historia. El orador, volviendo a la tribuna, recriminó a los jueces su desatención a la defensa en la que estaba de por medio la integridad y patrimonio de su cliente y, en cambio, se mostraban interesados en saber el fin de un pleito sin importancia.

Como dice Hermógenes, la oratoria de Demóstenes tenía todo: claridad, dulzura, grandeza, belleza, viveza, carácter, sinceridad y habilidad. (Sobre las formas de estilo, p. 98). Sabía ofender sin perder grandeza: “A lo que parece, aunque no me gusta injuriar, es necesario que lo haga.” P. 136.

También fue un gran jurista. Se refería que en alguna ocasión fue contratado para defender a una mujer. Ella ejercía una de las actividades que en la actualidad tienen confiadas los bancos. En alguna ocasión la mujer recibió de dos personas en depósito una fuerte cantidad de dinero, lo hicieron con la condición de que la regresara siempre y cuando se presentaran los dos depositantes. Aceptado que fue el trato, se retiraron. Pasado algún tiempo, se presentó ante ella uno de los dos que habían hecho el depósito; lo hizo vestido de luto y con lagrimas en los ojos. Le refirió a la depositaria que al salir de Atenas habían tomado un barco y que éste había naufragado y que él, por circunstancias de la vida, había sobrevivido. Ante esa circunstancia pidió a la depositaria le hiciera entrega de la suma que habían entregado en depósito. Ella, ante esas circunstancias, no tuvo inconveniente en regresar lo recibido.

Al poco tiempo se presentó ante la mujer quien supuestamente había muerto en el naufragio y reclamó la cantidad que ella había recibido en depósito. Ante la negativa a devolver por segunda vez lo recibido, fue demandada ante los tribunales de la ciudad. Ella contrató los servicios de Demóstenes como abogado. Éste, en representación de su cliente, aceptó la existencia del depósito y manifestó que su cliente estaba dispuesta a regresar la suma reclamada siempre y cuando se cumpliera la condición pactada: que se presentaran los dos depositantes. Con esto ganó el juicio.

Frente a Atenas hay una isla que antiguamente pertenecía a Trecén: Calauria; en ella había un santuario dedicado a Posidón en el que ejercía el oficio de sacerdotisa una doncella; en ese lugar se suicidó Demóstenes y dentro de él se hallaba su tumba. Pausanias, que en el siglo segundo de nuestra era pasó por el lugar, dio testimonio en el sentido de que vio tanto el santuario como la tumba (Descripción de Grecia, libro II, 13, 2 y 3). En la actualidad, en el lugar, únicamente hay un pequeño sitio descampado con dos hileras de piedras de mármol formada. Eso es lo que quedó del santuario. De la tumba, nada.

Plutarco, a quien debemos el grueso de la información con la que contamos, informa que Demóstenes se suicidó el 16 del mes de pianepsión, posiblemente el 22 de noviembre del año de 322 antes de la era actual. El mismo autor afirma: ” … que es el más lúgubre de los de las fiestas de Deméter, en el que las mujeres ayunan en honor de la diosa sin salir de su templo.” (Vidas paralelas, Demóstenes, XXX).

Demóstenes amó a su patria: la ciudad-estado de Atenas. Se opuso al dominio macedónico. Eso fue su perdición. Ante el avance de sus enemigos se refugió en el santuario de Posidón que se halla en la isla de Calauria; éste, por serlo, era inviolable; por ello era un refugio para quienes huían. Los macedonios que procuraban aprehender a Demóstenes no se atrevieron a entrar al lugar para hacerlo; se limitaron a invitarlo a salir. El orador, tranquilamente, se sentó, aparentó escribir algo; hacía pausas y en ellas llevaba a la boca la pluma con la que escribía; lentamente se recostó y así quedó. Cuando los que lo perseguían penetraron al santuario, lo encontraron muerto. Existía la versión de que en la pluma guardaba en veneno que terminó con su vida.

“El excesivo amor de Demóstenes por los atenienses le condujo a esto. Me parce que se ha dicho con razón que un hombre que se ha dedicado sin reservas a la política y que confía en su pueblo, nunca ha terminado bien su vida.” (Pausanias, Descripción de Grecia, libro 1, 8, 3).

 

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