La pandemia de la Covid-19 nos ha conducido, al mundo en su conjunto, a una situación nunca antes experimentada. El capitalismo ha sufrido, aparte de los recorridos de ciclo corto entre crecimiento y recesión o estancamiento, tres grandes crisis estructurales, la que se inicia en los años setenta del siglo XIX, y desemboca en la Primera Guerra Mundial; la que estalla con el crack de la Bolsa de Nueva York en 1929 y conducirá a la Segunda Guerra Mundial, y la tercera que principia con los setentas del siglo XX y que continúa hasta la fecha.

En los tres crisis se han registrado fuertes caídas de la actividad económica, acompañadas del desempleo consecuente. Sin embargo, la crisis económica que hoy vive el mundo constituye una situación nunca antes vista. Cuando la enfermedad aparece, el proceso de globalización está ya consolidado, lo que significa que los intercambios entre países, no sólo de mercancías, sino de fuerza de trabajo, de tecnologías, de productos y expresiones culturales, se han multiplicado por millones. Por eso, la epidemia se convierte en unos días en pandemia y ocasiona que las economías se paralicen de manera simultánea, con excepción de las actividades esenciales como las de producción y distribución de alimentos, los medios de comunicación, los hospitales, la seguridad o el transporte, o sea las actividades sin las cuales sería imposible la convivencia.

En las otras crisis estructurales, la recesión, la caída de la actividad económica, se presentaba de manera alternada. Por primera vez en la historia la paralización afecta de manera simultánea a todas las economías. Esa sincronía explica el porqué las caídas fueron tan fuertes durante 2020. La profundidad del descenso llevó a pensar que la recuperación tardaría varios años, incluso algunos la situaban hasta 2024. Sin embargo, en lo que va de 2021, ya se ven signos de recuperación.

Si bien en los indicadores macroeconómicos, como la tasa de crecimiento del producto interno bruto o del empleo, se observa una mejoría, lo que es también evidente es que la detención de la economía está determinando una reestructuración, debido a que la paralización afectó de manera diferenciada a las distintas ramas de la producción. Por mencionar algunos ejemplos, es obvio que la rama farmacéutica creció exponencialmente tanto por la producción extraordinaria de algunos medicamentos, como por la generación de vacunas. Lo mismo puede afirmarse de las ramas vinculadas a las telecomunicaciones y, en general, dispositivos electrónicos, pues el uso de esas tecnologías se convirtió en necesidad urgente para todos los hogares. Entre las ramas más afectadas, al contrario, están todas las vinculadas al turismo y al entretenimiento, así como las aerolíneas.  Además hay otra clase de afectación, pues algunas ramas, como la automotriz, están padeciendo la falta de algunos insumos, que no se han producido en la cantidad suficiente para cumplir con la demanda que implica la recuperación.

Además de la diferenciación entre las ramas, también hay que registrar que la paralización afectó menos a los grandes consorcios que a las pequeñas y medianas empresas que, al no contar con los recursos suficientes para sufragar los gastos fijos mientras no recibieron ingresos, cayeron en la quiebra. La mortandad de pequeñas y medianas empresas de cualquiera de las ramas fue realmente extraordinaria en todas las economías.

En México esas mismas tendencias están presentes. Hay efectivamente signos de recuperación, y al mismo tiempo, las consecuencias de una afectación diferenciada de las ramas y las dimensiones de las empresas. A lo que hay que añadi,r el enorme peso de la informalidad que abarca a más del 50 por ciento de la actividad económica.