Vivimos la era del conocimiento, disfrutando sus logros, y a pesar de la enorme cantidad de información científica generada cada día, el analfabetismo científico, parece ir en aumentos, y es alarmante. Estamos en una paradoja en la que proliferan las pseudociencias, sectas y charlatanerías a la vez que se reconoce que el desarrollo de los pueblos está íntimamente relacionado con su avance científico y tecnológico.

El impacto de la ciencia es evidente. Es gracias a ésta que hoy las parejas pueden planificar su vida familiar mediante el uso de anticonceptivos y que la expectativa de vida se ha incrementado veinte años en las últimas cinco décadas. Apenas en 1960 se inventaron las latas de aluminio para envasar alimentos y bebidas. Las computadoras y los teléfonos celulares son muy recientes pero ya forman parte de la cotidianeidad. El genoma humano se ha descifrado y el conocimiento del cosmos avanza a una velocidad nunca antes vista.

Uno de los incentivos más importantes para llegar a esta era del conocimiento ha sido, sin duda, la curiosidad humana y el deseo de conocer en general, pero también el deseo de conocer el destino, la inevitabilidad. Sin la ciencia, esa curiosidad permanece pero en su lugar aparecen fácilmente los oráculos, las pseudociencias y los charlatanes.

Fue hasta el siglo XVII que los signos-secretos van perdiendo importancia y se separa de manera radical a la naturaleza de la subjetividad humana. El universo y sus leyes se conciben, desde entonces, como independientes de los hombres. El paso de abandonar la mera opinión para sustituirla por una fundamentación de los saberes basada en hechos, las evidencias y los experimentos fue enorme.

El pensamiento científico puso de manifiesto los errores del sentido común. Los objetos-signo del medioevo quedaron reemplazados por una visibilidad organizada que otorgó a los saberes un nuevo sentido. Este cambio trajo consigo la instauración de una forma de conocimiento privilegiada y admirada por sus enormes conquistas. En particular constituyó una exitosa forma de predicción, de conocer el futuro, pero sobre todo mostró que debajo de las apariencias de un mundo complicado existía un orden extraordinario, matemático, que muchos interpretaron incluso como la mejor muestra de la existencia de Dios.

Muy pronto los logros de la ciencia maravillaron a todos y elevaron la estima del ser humano, que se había percibido a sí mismo como limitado e ignorante. Con la ciencia como ejemplo, todos se preguntaron si sería posible imitar el método científico en todas las disciplinas para lograr conquistas semejantes.

Pensemos en algunos ejemplos de los asombrosos éxitos del nuevo pensamiento que hoy nos  parecen ya cotidianos.

¿A quién se le pudo ocurrir que la Tierra se mueve? No hay razón para pensarlo. ¿Quién siente que se mueve? No hay vientos permanentes en una sola dirección que nos indiquen algún movimiento del planeta, tampoco observamos que al soltar un objeto éste caiga ¨hacia atrás¨, en la dirección opuesta al movimiento de la Tierra, y a pesar de todo nos dicen que la velocidad del planeta es de más de 30 kilómetros por segundo. Todos vemos que el Sol sale por el oriente y se oculta por el poniente y observamos también todas las noches el movimiento de las estrellas. ¿Tenía Copérnico alguna evidencia de que la Tierra tuviera movimiento? No. Y si hiciéramos caso a la observación y a la experimentación creo que la conclusión sería que la Tierra no se mueve. ¿Sabemos que la Tierra se mueve, o sólo lo creemos? Lo que nos dicen los hechos, el sentido común, es que estamos en reposo, que no nos movemos.

La primera demostración experimental del movimiento terrestre fue presentada por León Foucault en 1851 más de trescientos años después de Copérnico. Dicho sea de paso, lo mismo ocurrió con la teoría de la relatividad general de Einstein, cuya confirmación experimental se dio varios años después de publicada y aceptada por muchos.

Hoy día parece que regresamos al medioevo, la evidencia y los hechos pierden importancia frente a las opiniones. Se desprecia a la ciencia y se condena a los científicos, se condena sin pruebas.