En una reunión que el Consejo Político Nacional del PRI tuvo este fin de semana, sus miembros acordaron negar permiso a Quirino Ordaz Copel, ex gobernador del estado de Sinaloa, para aceptar el cargo que le ofrece AMLO: ser embajador de México en España. Al parecer su determinación es definitiva, pero no inapelable y difícilmente acatable.

Ese Consejo hizo algo más: acordó que en lo sucesivo cualquier miembro que reciba un ofrecimiento similar de parte de la actual administración pública federal, antes de aceptarlo debe recabar su permiso previo. El viejo político Augusto Gómez Villanueva explicó la razón de la negativa: impedir que AMLO sabotee la alianza tripartida que su partido tiene con el PAN y el PRD.

El acuerdo del Consejo, como dice el dicho; “Son ilusiones de hombre pobre …”. Lo es por muchas razones. No será acatado. En caso de que sea desobedecido, me temo que no habrá autoridad que sea capaz de obligar al remiso y de sancionarlo por su incumplimiento. Todo apunta a que habrá una desbandada de los priistas más notables, los que pudieran tener futuro.

El sello priista que tienen sus miembros no es indeleble; no se les impuso en un herradero y a fuego; se les puso con ceniza; me temo que con una simple enjuagada y sin necesidad de jabón, desaparecerá de la frente y corazón de sus militantes; con mayor razón, si se toma en cuenta la circunstancia de que su viejo y decadente partido no tiene nada que ofrecerles ni la posibilidad de castigarlos.

El PRI, supuestamente tuvo un programa político: se hacía llamar revolucionario, de avanzada y progresista; no hubo tal; quienes formaron parte de él vieron en el programa un buen pretexto para enriquecerse y para abusar del poder. El supuesto programa político, si existió, se adaptó a los deseos y caprichos del candidato presidencial en turno, nunca hubo identidad ideológica; siempre prevaleció el interés. Bajo sus siglas gobernaron presidentes con ideologías y programas de gobierno totalmente diferentes, como Lázaro Cárdenas, Plutarco Elías Calles o Luis Echeverría, por un lado y, por otro, como los de Miguel Alemán, Gustavo Días Ordaz o Carlos Salinas de Gortari.

En el pasado el PRI y su Consejo Político, en casos de rebeldía o de insubordinación, estuvo en posibilidad de castigar y de perseguir a quienes defeccionaban; existió el temor de recibir represalias; dentro del partido existía alguien que podía imponer la disciplina partidista y castigar a los disidentes. Los tiempos han cambiado. Ya no lo hay. La pertenencia por interés subsiste; en casos de infidencia, el temor a ser sancionado ha desaparecido.

Ahora quienes pueden ofrecer posiciones y castigar infidelidades usan chaleco color guinda. Quien truena los dedos, el que da y quita; el que promete y amenaza es un tabasqueño. Él tiene muchas posiciones a su disposición que ofrecer a los infieles.

Quienes en la actualidad aspiran tener participación en el banquete de la vida política son pragmáticos, no reconocen colores o ideologías. Se comprometen con quien detenta el poder. Le juran fidelidad. Éste los invita y le dice: para todos hay.

La estructura de los partidos comenzó a ser minada en forma definitiva con el surgimiento de Morena. Se acentuó en 2118 y se consolidó con al triunfo de AMLO. Éste, llegado el momento, se dio el lujo de escoger y desechar. Muchos fueron despreciados. Un ex ministro de la Corte, que fue procurador llevó su currículum y ofreció sus servicios al candidato electo. Fue ignorado. Lo mismo pasó con otros.

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Con tantos ex priistas y ex panistas que han aceptado cargos dentro de la administración morenista, se corre el riesgo de que el logo del partido se convierta en un arcoíris de colores y que el guinda, que lo distingue, desaparezca. Ese sería lo de menos, el mayor riesgo, no para Morena, sino para el país, es que, por razón del trabajo de cooptación que realiza AMLO, desaparezcan las ideologías, los partidos e, incluso, los colores y olores partidistas. Digo olores por razón de que hace unos setenta años los priistas olían a sudor de campo o de taller; los comunistas vestían overol y los panistas olían a loción fina.

Me temo que el acuerdo del Consejo Político será una “Llamada a misa”: nadie le va a hacer caso. Las promesas de fidelidad a los colores del partido fueron escritas en el agua: desaparecían conforme se iban escribiendo. El PRI poco es lo que podrá ofrecer a sus socios de la triple alianza para el 2024, con excepción malas mañas y basura reciclable. En el reparto que se haga en 2024, no creo que sus socios del PAN y PRD quieran dar algo por ellos y que supere lo que les tocó en el reparto de 2021.

Por más que AMLO haya cargado con mucha basura del PRI –él es parte de ese paquete de desechos–, y algunos buenos y mediocres elementos del PAN, no creo que se anime a incorporar a su partido a Manlio Flavio Beltrones, Ricardo Anaya, Diego Fernández de Cevallos, Jorge Castañeda, Javier Lozano Alarcón, Mario Marín Torres, Ulises Ruíz, Graco Ramírez Abreu, Gabriel Quadri y otros. Ellos, como dice la Biblia: Por ser filisteos incircuncisos, “No entrarán en mi reposo.”

Los que nunca aceptarían formar parte de su administración, aunque se mueran de hambre, serían los “Chuchos” Jesús Zambrano y Ortega. Deseo no equivocarme.

El acuerdo adoptado por el Consejo Político del PRI llevará a situaciones extremas: la expulsión de todos aquellos líderes que acepten cargos dentro de la administración lópezobradorista y que quede en evidencia la impotencia que tiene ese partido para imponer disciplina entre sus miembros.  A la larga ello pudiera derivar en la desaparición de ese instituto político.

Los habitantes de nuestro país tienen derecho a una oposición auténtica y fuerte, ello implica la existencia de partidos independientes, con ideología propia y con líderes comprometidos con la democracia. A pesar de que el PRI, a largo de toda su historia fue una negación a todo lo anterior, su existencia como instituto político es necesaria. No se debe dejar de reconocer que los mexicanos, durante mucho tiempo, lo consideraron como una opción válida. Por no haber más opciones válidas, votaron por él.

AMLO, si es un auténtico demócrata, no puede aspirar a gobernar un país de un solo partido: el suyo, Morena; y de un solo hombre: él. Lo que está haciendo al cooptar a los líderes de la oposición, es llevar a nuestra democracia a una antidemocracia; a un país de un solo hombre y de un solo partido; estado de cosas contra lo que él y sus seguidores lucharon: la hegemonía del PRI. Eso no fue admisible; tampoco lo será ahora. No se vale destruir la democracia con el pretexto de salvarla de las manos de aquellos que, por sus componendas y arreglos, en lo “oscurito” la destruyeron o prostituyeron: el PRI y el PAN.