Ofrezco disculpas por ir a lo básico, pero parece pertinente. La conformación con aliento y garantías públicas del sistema de partidos radica en la necesidad de que en la República existan dos o más opciones de gobierno. Las formaciones partidarias se explican –en última instancia– como la articulación de pensamiento, organización y propuestas para asumir las responsabilidades de conducción del Estado que emanan del voto popular y la legitimidad que otorga.

Quizás en los sistemas parlamentarios lo anterior se aprecia con mayor nitidez y naturalidad, e incluso más en los de corte wesminsteriano, por la función reconocida institucionalmente a la oposición con mayor número de representantes y su posición privilegiada para debatir con el gobierno o, en otras palabras, con los miembros del Parlamento con la mayoría y las tareas del gobierno.

Sin embargo, que se note más claramente o se pueda apreciar mejor en el sistema parlamentario, no quiere decir que en el sistema presidencial no exista o no esté presente la función de la oposición o de las oposiciones como la alternativa que tiene la ciudadanía de otro gobierno, con base en la siguiente votación para la titularidad de la presidencia.

En este contexto, no es descabellado afirmar que una de las obligaciones primarias de todo partido político es la formación de cuadros y, aún más, la formación de personas con la preparación y la capacidad para asumir las responsabilidades gubernamentales en caso de que el voto popular favorezca la candidatura presidencial postulada.

Desde luego que los partidos no conservan la exclusividad de las postulaciones a los cargos públicos de elección popular; la candidatura sin partido o independiente se reconoció en términos del sustrato que tienen el derecho humano a participar en los comicios mediante el cumplimiento de los requisitos legales. Sin embargo, ello no cancela sino que refuerza el sentido de los partidos como organizaciones para que el ciudadano acceda a las funciones públicas de elección popular, habida cuenta las prerrogativas de que disfrutan para cumplir esa encomienda fundamental.

El hecho mismo de la candidatura independiente –como realidad y no como derecho– es una prueba de la crisis que desde hace algún tiempo se ha señalado a nuestro sistema de partidos.

Su evolución, ciertamente, marca ritmos distintos que van albergando la pluralidad para dejar atrás el sistema de partido hegemónico y luego el de partido dominante, hasta entrar en la etapa de la competencia democrática por el poder, pero en cuya trayectoria de apertura a la diversidad de la Cámara de Diputados y del Senado, el porcentaje de votación para mantener el registro partidario y acceder a la distribución de curules en San Lázaro no podría considerarse –por sí mismo– como la evidencia de constituir una alternativa de gobierno para la Nación. Se aprecia la diferencia entre representatividad para enriquecer la pluralidad en la Cámara de Diputados o en el Senado y la posibilidad de asumir las responsabilidades del poder ejecutivo federal con todas sus implicaciones.

En el nuevo tiempo político que a mi juicio está marcado por la preparación que el presidente Andrés Manuel López Obrador y caudillo del Movimiento de Regeneración Nacional (MRN), hace de la ruta electoral hacia el 2024, las oposiciones enfrentarán cada vez más el reto de proyectar su capacidad para hacer gobierno; el tránsito de la oposición a la proposición. Hasta ahora impera resistir y oponerse. Viene el tiempo de exponer el diagnóstico y proponer con argumentos que generen confianza y convenzan.

Si se atiende al objetivo reciente de las oposiciones –coligadas o no– en la elección de este año para renovar la Cámara de Diputados, a fin de disminuir el número de integrantes del MRN y de sus aliados para que las propuestas de reformas constitucionales requieran de otros grupos parlamentarios, se trató de una condición habilitante parcial pero insuficiente para el proceso comicial federal de 2024.

La votación fue por la amplitud del contrapeso en la integración de la Cámara de Diputados y su mensaje de aval a la contención que en asuntos constitucionales lograron en el Senado los grupos parlamentarios del PAN, PRI, MC y PRD. Sin embargo, “oponerse a” o “contener a” no es la coordenada de la próxima elección federal, sino las propuestas de gobierno para el siguiente período presidencial.

Si bien puede entenderse –aunque para algunas personas no resulta justificable– el pragmatismo de la coalición del PAN, PRI y PRD para la elección de la Cámara de Diputados en funciones, e incluso reconocerse el planteamiento de pasar a una coalición parlamentaria para regir durante la LXV Legislatura, no se alcanza a delinear una opción de gobierno.

También te puede interesar leer

Mitad del período: Es un nuevo tiempo

Conciliar diferencias frente a la amenaza a la pluralidad y la convivencia democrática en la diversidad que representa el presidente la República y sus descalificaciones polarizantes, con el propósito de reflejar mejor el mosaico ideológico–representativo de la Nación, guarda una gran distancia con la conformación de una propuesta del gobierno para el país. La unidad lograda en defensa del México plural no alcanza a constituir una auténtica opción de gestión pública.

Es válido asumir, como una lectura de la expresión de la ciudadanía que sufragó el 6 de junio último, que se acuñó un mandato para que los partidos coligados en Va por México (PAN, PRI y PRD), así como para que MC en su determinación de disputar por sí los votos al MRN y sus aliados, hicieran contrapeso a la gestión del presidente Andrés Manuel López Obrador. Contrapeso emanado auténticamente del rechazo a distintas decisiones y acciones presidenciales y sus consecuencias para la sociedad, pero no un mandato distinto; había dos límites: las funciones propias de la Cámara de Diputados y el período de la legislatura.

La cuestión, ahora, parecería ser el siguiente tramo: ¿pueden los partidos de oposición presentarse como opción de gobierno? Y en esa ruta, ¿cuál es el equilibrio virtuoso entre la ubicación de cada partido de oposición en el mundo de las ideas y su proyección política–electoral, y el pragmatismo renovado de coligarse por la determinación de derrotar al MRN y sacarlo de Palacio Nacional?

Si la alternativa para las oposiciones en los comicios presidenciales de 2024 es la coalición contra Andrés Manuel López Obrador; si la opción de inicio es ofrecer un gobierno de coalición; si sustentando la idea de una y otra coalición hay ausencia de liderazgos políticos reales, parecería que los partidos políticos implícitos no se atendrían a la función primordial de ser opciones de gobierno, ni de espacios para el surgimiento y desarrollo de esos liderazgos.

En la memoria reciente, una cúpula impulsando una candidatura ha tendido a fracasar; en cambio, un liderazgo ha tendido a capturar el mayor apoyo nacional: Fox en 1999–2000; Calderón para el 2005–2006; Peña para el 2011–2012, y López Obrador para el 2017–2018. La coalición sin liderazgo se antoja como colocar los bueyes detrás de la carreta.

En menos de dos años habrá iniciado el proceso electoral federal 2023–2024. La esperanza renace con la proyección de liderazgos atractivos y confiables. ¿Quiénes tienen propuesta de gobierno y liderazgo para encabezarla? Propuesta y liderazgo podrían regir la coalición viable, no a la inversa.