Este 1º de diciembre se cumplen tres años de la toma de posesión del Presidente López Obrador. La pregunta principal es si hay o no algo digno de celebrarse en beneficio de los mexicanos y las respuestas van a ser variadas, según los ángulos y las distancias de la perspectiva.

Si se revisan los números, parece que las acciones han sido  adecuadas y los resultados son positivos. Los programas sociales incluyen a cientos de miles de personas y hay un número que resume la política social de la 4T: 1 de cada 4 mexicanos está dentro de algún programa de beneficio colectivo. Otras cifras van en el mismo sentido, como el bajo índice inflacionario, pese a algunos saltos en los últimos meses. Las remesas récord desde América del Norte; la reducción aceptable del desempleo y, a pesar de todo, la estabilidad de la moneda mexicana si se atiende solo a factores internos.

Los buenos resultados se dan, pero hay una cifra que ya era alta en los inicios del sexenio y que ha subido en los meses recientes: la popularidad del Presidente López Obrador.  Por estos días se sitúa por arriba del 60% y las tendencias son crecientes. El asunto requiere de reflexiones, puesto que se trata de un fenómeno político con pocos precedentes reales en el país.

En mi opinión, las razones del alto grado de aceptación hacia el Presidente son múltiples y dependen de dos factores básicos: la personalidad del Presidente y las acciones que ha realizado su gobierno, en beneficio de un número creciente de ciudadanos a lo largo del territorio mexicano.

Las causas para el alto grado de aceptación serían: uno, en el país hay una realidad sumamente cuestionable, donde hay corrupción, impunidad, pobreza extrema y violencia y todos los males de un desarrollo injusto. El presidente  AMLO enfrenta esa realidad y para la mayor parte de los ciudadanos, es bueno tener un Presidente que “le entre” a los problemas nacionales… los mexicanos ya están cansados.

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También, para los mexicanos, la corrupción y la impunidad son los dos mayores azotes en la historia del país. Por eso mismo, la narrativa lopezobradorista en contra de los manejos tramposos de los recursos públicos es la que espera escuchar.

Además, AMLO le rinde cuentas todos los días a los mexicanos, con un lenguaje sencillo y directo. Esta relación comunicativa no existió en los gobiernos anteriores que, aún si realizaban acciones positivas, éstas pasaron sin pena ni gloria ante una población que no era tomada en cuenta.

Finalmente, la clase política vivía en México en clave de despilfarro permanente. A la corrupción se añadía el gasto en todo lo que significa lujo agresivo. Por eso mismo, la austeridad del gobernante equivale a un bálsamo para una población fastidiada con el gasto de sus gobernantes.

Hace medio siglo, don José Pagés Llergo escribió una frase impactante: “Cuando los poderosos pierden la vergüenza, los humildes suelen perder la paciencia”. Seguramente mucho de eso hay en el consenso de los mexicanos de hoy respecto a su gobernante. Los mexicanos de poder se pasaron de la raya… perdieron la vergüenza. Lo bueno de la respuesta popular es que se perdió la paciencia pero no hubo mayores violencias. El apoyo a López Obrador es una respuesta y es una exigencia de cambiar. La aprobación hacia el Presidente nos indica que la política tiene otra —quizá la última— oportunidad.

@Bonifaz49