Fiel a su estilo, el presidente Andrés Manuel López Obrador crea y recrea la oportunidad de la campaña política permanente y utiliza las facultades y recursos del poder ejecutivo para profundizarla, pero en un nuevo tiempo; el tiempo que marcó a partir de los resultados de los comicios de junio último. Los saldos positivos y los resultados negativos del balance parecen haberle mostrado la necesidad de apretar el paso.

Así llega al inventado ritual de presentar informes trimestrales de gestión con un guión recortado y sin preguntas del programa matutino de noticias y opiniones gubernamentales que conduce casi cotidianamente. Esta ocasión -con el pretexto del tercer aniversario de asumir el cargo- con una concentración en el Zócalo de la Ciudad de México para reiterar (aún en emergencia sanitaria) que la movilización de sus partidarios es central en su conducta y estrategia política.

Hay en el discurso presidencial un gran contraste entre los componentes de información sobre lo realizado y los elementos del mensaje político; un uso contradictorio del valor de la veracidad en una y otra de esas partes; una especie de Jano en su oratoria, con un rostro que mira a una expresión y una evaluación ilusoria de una gestión de pobres resultados reales, y otro que ve la expresión de la conducta que se anuncia y propaga, la cual sí es consistente con la forma de conducirse hasta ahora.

De un lado lo que se afirma sin sustento o con alguno muy endeble y discutible (por ejemplo, el acceso a un sistema de salud pública integral y gratuito para cualquier persona al término del período 2018-2024), y del otro lo que se postula se hará para ir a las urnas en 2024 y sus estaciones intermedias -en su caso, la revocación de mandato, y las elecciones locales de 2022 y 2023-, aunque también con la autocomplacencia de negar la realidad (por ejemplo, el respeto a la Constitución y del derecho a la información o la protección de la naturaleza).

Quizás un puente entre esas dos partes sea el énfasis -en la primera parte- en los recursos públicos destinados a la atención de los adultos mayores de 65 años, la pensión de personas menores de edad con alguna discapacidad y las becas para estudiantes de familias con menores ingresos, y la expresión -en la segunda parte- de que “atender a los pobres es ir a la segura para contar con el apoyo de muchos, de millones, cuando se busca transformar una realidad de opresión y alcanzar el ideal de vivir una sociedad mejor”.

Por irreal, es imposible negar las enormes desigualdades políticas, económicas, culturales y, sobre todo, sociales que existen en nuestro país. La dirección de la gestión pública es necesario tenga como su objetivo primordial su abatimiento y la generación de condiciones mínimas de igualdad mediante el acceso a bienes y servicios para la población. Sin embargo, en la gestión en marcha está a la vista el uso del erario para construir y mantener una clientela electoral.

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En la organización y desarrollo del acto del 1 de diciembre pudieron apreciarse a plenitud los dos ejes fundamentales de la actuación del Presidente López Obrador: (i) la transferencia directa de dinero público a quienes son beneficiarios de los programas sociales, referidos por el propio Ejecutivo como “ayudas” o “apoyos”, y no como medios para acceder al disfrute de derechos sociales y a un mejor nivel de desarrollo; y

(ii) el dominio de la comunicación pública no sólo como variable independiente del sistema político, sino como elemento para vulnerar el principio de la democracia representativa y la pluralidad política que implica, como lo ilustró José Carreño Carlón en su intervención en la mesa de pluralismo político de la Cátedra José Luis Lamadrid Sauza de la Universidad de Guadalajara, que se efectuó el 4 del actual como parte de las actividades de la FIL Guadalajara.

Es la combinación que parecería ayudar a explicar la alta aprobación del Ejecutivo Federal en las encuestas de opinión, la valoración positiva de la actuación gubernamental en el manejo de la emergencia sanitaria y la falta de politización de aquellas percepciones medidas que arrojan porcentajes negativos en aspectos específicos de la gestión presidencial.

El Ejecutivo Federal cuenta con la certeza de las asignaciones presupuestales -y su margen de maniobra- en los términos que propuso a la Cámara de Diputados, y se ha apoderado gradual pero implacablemente de la comunicación del sector público y de la resonancia que le proporcionan los medios privados de comunicación.

Con esos elementos y a pesar de los datos objetivos sobre la ausencia de crecimiento económico (aún antes de la pandemia), la disminución de la inversión privada y de la creación de empleos mejor remunerados, el aumento de las personas en condición de pobreza y pobreza extrema, la inseguridad imperante en amplios espacios del territorio nacional y el ejercicio de violencia extrema de la delincuencia organizada, que goza de impunidad, el Ejecutivo se toma la libertad de ingresar al espacio más escurridizo: la revolución de las conciencias.

Si una cuestión es difícil de cambiar, es la forma de pensar de las personas. No obstante, se afirmó por enésima vez que se han sembrado “las bases para la transformación del país” y que en “tres años ha cambiado como nunca la mentalidad del pueblo”, lo que implicaría “lo más cercano a lo irreversible” de la transformación planteada.

No me detengo en las condiciones y el tiempo que debe mediar para que ocurra el cambio en la forma de pensar del pueblo, porque lo que está a la luz del día es la combinación de los recursos para los beneficiarios de los programas sociales y el ejercicio de propaganda cotidiana con el dominio de la comunicación pública.

Sin embargo, vale detenerse en la reiteración y la advertencia que emanan del discurso presidencial.

Se reitera que la autocrítica o la evaluación objetiva de lo propuesto y lo logrado o que debería lograrse, es un campo ajeno a esta administración. Se asume que basta decir que las cosas se han realizado, para que ello en verdad ocurra, como cuando afirmó que el gobierno no permitirá actividad alguna que dañe la salud, destruya el territorio o afecte el medio ambiente. Los ejemplos saltan a la vista.

Y se advierte que el gobierno no tiene más propósito que refrendar a su opción en la titularidad del poder público. No es una cuestión de ubicación o no en el centro de las percepciones políticas de la sociedad o de señalar las ideas que se sostienen y las propuestas que se hacen para la Nación, sino de rechazar los valores de la convivencia democrática en una sociedad plural.

El Presidente Andrés Manuel López Obrador convocó a profundizar la polarización, pero no la que propicia el debate, sino la que confronta, descalifica y excluye por considerar que lo diverso carece de legitimidad. Definir y asumir planteamientos en el mundo de las ideas y diferir de otras expresiones, pero convivir con base en el respeto y la tolerancia mutua es la esencia de la pluralidad política. Renunciar al centro no puede cancelar la pluralidad.