La autonomía universitaria es una conquista derivada de la lucha de la disidencia.

Desde el temprano dominio autoritario fue en la Universidad donde se refugiaron los disidentes y los demócratas. Más tarde, a partir de finales de los años 50, todos los 60 y buena parte de los 70 y los 80, casi en todas y cada una de las Universidades públicas se libró una larga resistencia contra el autoritarismo del priato.

Ante los diversos ataques actuales, desde el poder contra varias universidades- la UNAM, UDLA, CIDE y otras, bajo la apariencia de luchar contra “mafias” sin duda existentes y muy perniciosas- vale la pena no olvidar algunas cosas.

Las agresiones a las Universidades no prescindieron de todo tipo de ataques violentos: persecuciones, expulsiones, balaceras, grupos paramilitares de todo tipo: porros, muros, fuas, mafias del tipo de la FEG en Jalisco; Federaciones Universitarias corporativas, una variante del charrismo en el medio estudiantil.

Además de todo lo anterior, el priato derrocó rectores, como a Elí de Gortari en Morelia y utilizó al ejército para ocupar las Universidades: Morelia, UNAM o lo hizo mediante grupos paramilitares o policiacos: Sonora, Monterrey, Tabasco, Poza Rica, Sinaloa, Guerrero, Guadalajara, Durango, Nayarit, Chihuahua, Oaxaca, Puebla; prácticamente en todo el país. Sin descontar al Politécnico, las Escuelas de Agricultura y las Normales rurales.

Lo mismo reprimió el priato a los universitarios (incluyendo como tales a los de las instituciones de educación superior) para frenar luchas de apoyo a movimientos sociales. Lo hizo para eliminar internados y comedores estudiantiles como el IPN; para aplastar la lucha contra aumentos de tarifas en camiones del DF: UNAM, IPN, Normales; o los movimientos en defensa de la economía popular: el precio de la leche: Puebla; movimientos en defensa del sufragio: Guerrero; del patrimonio nacional: Cerro del Mercado en Durango; luchas por la reforma universitaria: Morelia, Oaxaca, Nuevo León, Guadalajara, Tabasco, Sonora, Sinaloa, Chihuahua, UNAM; para romper huelgas del sindicalismo universitario: UNAM.

El salvajismo llegó al extremo de las matanzas de Tlatelolco y San Cosme, con la previa ocupación del IPN y la UNAM por el ejército durante el 68.

Solamente retomando las banderas y el programa de la Reforma Universitaria será posible un resurgimiento de la UNAM y las demás universidades públicas.

Para ello se requiere un renacimiento del movimiento estudiantil y una nueva etapa del proceso de lucha de los docentes e investigadores.

No se combate a las “mafias” usando el poder del Estado o del gobierno, mucho menos atacando a los investigadores y estudiantes, como se hace con los del CIDE.

Más bien pareciera que estamos ente una estrategia gubernamental, para golpear la Autonomía Universitaria, que tanto les disgusta a los estatistas como AMLO, Morena y sus intelectuales.

No extraña que el presidente quiera también acabar con los internados de las Normales Rurales.

Todo aquello que no se somete a su voluntad, es señalado como enemigo de la patria, en el más puro estilo diazordacista.

La Ley Orgánica de la UNAM – legislación inconstitucional desde la reforma al artículo tercero en 1980- pronto cumplirá ochenta años. Ideada para superar una de tantas crisis universitarias, ha sorteado múltiples movimientos desde 1945. A contrapelo de su propia tradición crítica, de su transformación sustantiva en su dimensión, de las mutaciones científicas ocurridas a nivel mundial y nacional y de las nuevas condiciones políticas que, sin duda, contribuyó a realizar, la UNAM mantiene una estructura institucional caduca, opuesta a los vientos reformadores.

La burocracia universitaria ha conseguido prevalecer, gracias a su capacidad para unir a las diversas facciones formadas en torno a intereses intra y extra universitarios. Las fuerzas portadoras del cambio y la reforma universitarias no han podido y/o no han sabido aprovechar las diversas coyunturas que les favorecían. En 1966, por ejemplo, concentraron su esfuerzo en poner fin al autoritarismo del Rector Ignacio Chávez y en conquistar el “pase automático” de los estudiantes procedentes de los planteles de la Escuela Nacional Preparatoria, como reivindicación de la educación masiva. Sólo se pudieron dar, aisladamente, experimentos de cogobierno y autogobierno en unas cuantas escuelas y facultades, especialmente en Economía y Arquitectura, con poco de menos fortuna en Ciencias y Medicina. Esas experiencias antecedieron y sucedieron al movimiento de 1968.

En torno al movimiento de junio de 1971 -no debe olvidarse que su origen fue apoyar la lucha cogobiernista y autonomista de los universitarios de Nuevo León- un sector del movimiento pretendió construir un proyecto de carácter nacional orientado a la reforma universitaria. Sus tendencias polares, “ultras” y “aperturistas”, prevalecieron. Los promotores de la reforma universitaria cometieron graves errores y en muchos casos (Sinaloa UAS, Puebla UAP, Guerrero UAG, Oaxaca UABJO) devinieron en experiencias doctrinarias. A lo largo de la década de los setenta, el movimiento universitario se concentró en la construcción del sindicalismo, con sus aportes y sus inocultables perversiones.

Uno de los espacios donde el PRI ha conseguido preservar su control son las Universidades públicas. Tremenda ironía.

Tampoco se realizará una Reforma Universitaria mediante una cacería de brujas y al mismo tiempo se deje intocada la estructura jurídica y política de las legislaciones universitarias inconstitucionales.

Todas las leyes orgánicas deben ser derogadas, empezando por la de la UNAM.

El gobierno, su partido y aliados tienen los votos suficientes para hacerlo, pero en lugar de ello se prefiere una gran alaraca contra algunos grupos de poder, críticos del gobierno y se deja de afectar a los de sus propios grupos que participan en el control de la UNAM y otras universidades. Hay muchos intelectuales orgánicos del gobierno de AMLO que disfrutan de ingresos superiores a los cien mil pesos, contrastando con los raquíticos ingresos de los profesores de asignatura, quienes tienen a su cargo más del 85 % de las horas clase en la UNAM y no cuentan con la mínima estabilidad en el empleo, son contratados semestralmente.

La carencia de instrumentos políticos y organizativos de los estudiantes, imprescindibles para sostener de manera permanente espacios de participación y no someterse a los ritmos necesariamente espasmódicos de los movimientos, han anulado su capacidad de interlocución con la burocracia universitaria y por tanto sus posibilidades de contrapeso a la misma. Entre los docentes e investigadores, denominados frecuentemente como académicos, se ha procesado una maligna relación de competencia que ha destruido todo tipo de vida colegiada. Sin estudiantes organizados y participativos, con docentes e investigadores ensimismados en su sobrevivencia laboral y dispersos y con un sindicato cada vez más alejado de sus orígenes; las agresiones del gobierno de AMLO pueden llevarnos a un retroceso muy grave, incluso está en riesgo la Autonomía Universitaria.

Es falso tener que optar por la defensa de los grupos internos de poder que controlan a la UNAM y a otras universidades públicas o apoyar la cacería de brujas de AMLO.

La alternativa es recuperar la tradición de lucha por la Reforma Universitaria.

@joelortegajuar

Te puede interesar leer

Demagogia a raudales