Desde tiempos milenarios, el ser humano ha medido el tiempo. Animado por necesidades de alimentación y supervivencia, primero lo hizo con base en los cambios estacionales de la naturaleza y su combinación con los astros. Más tarde, las diferentes culturas adoptaron formas de medición asociadas a festividades y creencias religiosas. Hoy, el calendario más popular es el denominado Gregoriano, que fue creado en 1582 por el Papa Gregorio XIII para compensar desfases con los 365 días del ciclo solar. Habituado a conferir características singulares y símbolos a periodos emblemáticos, como ocurre con el paso de un siglo o de un milenio a otro, el género humano ha enmarcado siempre los acontecimientos relevantes para preservar su memoria y enseñanzas.

En este afán de recordar y recapitular sobre eventos de alto impacto, el año 2021 será recordado como el segundo de la trágica pandemia de Covid-19, aún no superada y que ha visibilizado la vulnerabilidad de todos los pueblos frente a un enemigo microscópico. En las relaciones internacionales, la emergencia sanitaria se ha traducido en una movilización diplomática, de recursos y conocimientos sin precedente. Como resultado, en tiempo récord se contó con la vacuna; ahora el reto es que no se monopolice y que esté disponible en todos los confines del orbe. Los conflictos tradicionales, las luchas de poder, el terrorismo, el armamentismo y los hegemonismos en sus diversas expresiones, conviven hoy con la amenaza invisible del Covid y sus mutaciones. La cosa es seria y exige una coordinación fina de autoridades nacionales y organismos internacionales para atender con eficacia este nuevo reto, que pone en vilo a la paz y seguridad mundiales. Es un gran desafío, que refleja insuficiencias estructurales del sistema económico global, que ahondan la brecha entre los pocos que tienen todo y los muchos que no tienen nada.

En sí misma, la emergencia sanitaria es peligrosa. Sin embargo, lo es más si se ve como resultado de una globalización inacabada y perversa, que ha lastimado seriamente el tejido social en las naciones de la periferia. En estas condiciones, el Covid-19 es una fuerte llamada de atención sobre la urgencia de combatir rezagos y emprender acciones que dignifiquen las condiciones de vida de millones de personas. Este siglo, por muchos considerado el de las oportunidades de progreso y bienestar que habrían de suceder al conflicto Este-Oeste, dista mucho de ser así. Las amenazas a la paz y la seguridad internacionales añaden, a su complejo y temerario catálogo, esta perniciosa pandemia. Es la consecuencia directa del maltrato al planeta, de la explotación masiva de recursos naturales y de un sistema de producción y consumo que privilegia lo superfluo, agota reservas, genera encono y perfila un escenario mundial volátil, inestable y de alto riesgo. En efecto, el Covid-19 abrió la caja de Pandora y alerta a pueblos y gobiernos sobre la importancia de no seguir ignorando el tema del desarrollo con justicia. Para borrar la posibilidad de que, para el año 2030, la tasa de pobreza en el planeta sea del orden del 7%, según estima el Banco Mundial, el sistema financiero internacional debe concebir políticas y destinar recursos para una recuperación post-pandemia sostenible e inclusiva. Solo así los países menos favorecidos podrán reanudar el crecimiento. Es de esperar que, en el Año Nuevo 2022, este mundo de sombras conozca nuevas luces.

Internacionalista.