El año ha iniciado con retos y oportunidades para todos. En esta dualidad, el balance siempre es positivo y señala caminos que urgen a ser transitados con optimismo y una visión constructiva del futuro. Nada ni nadie, está exento de dificultades, pero tampoco de abrazar la posibilidad de identificar en lo áspero el retoño de lo terso. Así ha discurrido la historia humana, tal y como refiere Aristóteles cuando alude al constante devenir de las cosas, al flujo mismo de la vida.
En este contexto de renovación y cambio, las relaciones internacionales evolucionan con rapidez y apuntalan la doble prioridad de controlar la emergencia sanitaria y de evitar que escalen las tensiones y conflictos armados que se registran en diferentes latitudes. La hoja de ruta es a la vez siniestra y compleja, porque opone de manera simultanea el anhelo de acabar con el Covid, a condiciones objetivas que polarizan sociedades, radicalizan el discurso político, vulneran instituciones y tejidos sociales, y privilegian la amenaza o el uso de la fuerza para allanar disputas. En esta abyecta circunstancia, se impone apostar por una paz que fortalezca la voz publica de todas las personas y las confirme, en la libertad y la convivencia anónima, como usuarias y actoras del poder.
Es tiempo de que todas y todos disipemos cortinas de humo y nos veamos cara a cara, para reconocernos en nuestras debilidades y fortalezas. El rostro de cada persona, esculpido por experiencias y emociones únicas, es el mejor testimonio de las dificultades que hemos debido remontar en los últimos años, pero también de un silente optimismo. Es en nuestras actitudes donde podemos reflejarnos mejor, en los gestos que confirman la necesidad de un cambio que arroje luz y, sin metáforas ni buscapiés, nos permita recuperar el gozo de la vida, en su más amplio sentido.
En la esfera publica de todas las naciones, el discurso político debe ir de la mano de hechos concretos que den voz y voto a los callados de siempre, que reconcilien y sumen para beneficio colectivo. Sin mitos, pueblos y gobiernos están llamados a promover talentos y complementariedades para invertir antiguas e indolentes relaciones de sumisión, y construir una nueva normalidad democrática, en el respeto a lo plural y diverso. Una nueva normalidad que se aleje de la autodestrucción y permita edificar el bien común, en el sentido tomista del término.
No es un catálogo de buenas voluntades. La narrativa política y diplomática debe inspirarse cada vez más en la unicidad del género humano, para evitar lo que divide y subrayar lo que amalgama a todas las naciones. Sin estridencias ideológicas, todo debe estar hoy al alcance de todas y de todos. Sin exclusiones de género y haciendo uso del espacio público para impulsar la tolerancia y el diálogo intercultural, ha llegado el momento de revindicar el derecho a decir y opinar, a hacer para transformar. En las relaciones internacionales, es un desafío mayúsculo que exige osadía y talento diplomático para aceptarnos en nuestras diferencias y, a partir de ahí, construir la paz sostenible a la que todos tenemos derecho. La apuesta es a favor de la cooperación para el desarrollo, de tal suerte que todos vivamos bien en la misma casa y la humanidad se reconozca en su complejidad histórica, sin dobles raseros.
Internacionalista