La decadencia de la casta en el poder es infinita. Sus escándalos son cotidianos y cada vez más obscenos. Casi todo el entorno del presidente está involucrado en prácticas de corrupción y de enriquecimiento inexplicable. En los días recientes uno de los hijos del presidente ha sido exhibido habitando una gran mansión en Houston. El presidente no desmintió la información, simple y llanamente dijo “se ve que la señora tiene dinero” (la esposa de su hijo mayor). No sabemos el alcance de éstos hechos en relación con la popularidad del presidente, no debe descartarse que no bajen sus rangos de aprobación.
Desafortunadamente el caso del hijo mayor del presidente forma parte de un verdadero modus operandi, donde son incontables los casos de corrupción y manejo turbio de grandes cantidades de dinero de funcionarios y familiares muy cercanos al presidente. No es un asunto de tipo azaroso. Los casos del tesorero y del secretario particular del entonces jefe de Gobierno del (entonces) Distrito Federal, fueron la punta del iceberg de un fenómeno que se sigue dando ahora en el gobierno federal, que preside Andrés Manuel López Obrador.
La casta en el poder está en decadencia.
Estamos muy lejos de una renovación nacional para erradicar la corrupción. Las exigencias de un cambio contra la casta en decadencia han sido frustradas. Hay una estafa en contra de los electores, que votaron por AMLO, porque ofreció acabar con la corrupción. Esa estafa ha producido un extraño fenómeno de alienación o encantamiento de millones de personas con la demagogia presidencial. Las evidencias decadentes de los gobernantes son ignoradas por mucha gente, ocurre un fanatismo tal, que no solo no ve lo evidente, sino que justifica al presidente y lo considera como víctima de los poderosos que se oponen a la supuesta cuarta transformación.
No importan los hechos, la gente le cree a los “otros datos” del presidente, hasta ahora no ha surgido un descontento importante contra el estancamiento de la economía, la inflación, la carestía, el desempleo y el crecimiento de la pobreza. No existe la menor intención del gobierno de dar un viraje a su política económica contraria a la inversión productiva y el establecimiento de una reforma fiscal progresiva.
El gobierno de AMLO, aplica con una tenacidad impresionante la esencia de una política económica neoliberal.
Además, práctica una ruta anacrónica en la cuestión energética, apoyando proyectos absurdos, basados en los energéticos no renovables y además con contratos a petroleras de los Estados Unidos, con lo que toda la demagogia nacionalista se cae como un castillo de naipes. Hay un profundo desdén a las energías limpias, como la eólica, uno de cuyos pioneros fue Arturo Whaley hace más de veinte años.
No se tiene, la menor consideración por las generaciones jóvenes y las que vendrán, a las que se les está heredando un planeta al borde del colapso.
Toda la demagogia en la llamada reforma energética, encubre en realidad los grandes negocios de la casta en el poder con capitales texanos.
Quiero recordar ahora algunas cuestiones en torno al envenenamiento del Planeta.
El riesgo de un apocalipsis planetario está a la vuelta de la esquina. El peligro de exterminio del planeta es verosímil.
No es solamente un tema de impacto mediático. Los investigadores consideran que vivimos una Era denominada Antropoceno. En la página del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Conceptos y Fenómenos de Nuestro Tiempo hay una conceptualización elaborada por Investigadores, entre ellos algunos del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, que cito de manera extendida:
“Antropoceno: ¿nuevo concepto para viejos problemas?
“El Antropoceno, de acuerdo a su definición más básica, se refiere a una nueva era geológica cuyo motor de cambio es el ser humano (Crutzen, 2006). Los promotores del concepto señalan que el uso de fertilizantes para la agricultura, la deforestación, la producción y el desecho de enormes cantidades de plásticos, las pruebas nucleares y la quema de combustibles fósiles han generado y acelerado cambios irreversibles y sin precedentes en el planeta: extinciones masivas de especies, altas concentraciones de dióxido de carbono y metano en la atmosfera, elevados niveles de nitrógeno y fosfato en los suelos, contaminación oceánica, deshielo de los polos e incremento de la temperatura” (Carrington, 2016).
Apenas el 13 de mayo de 2019 Bill McKibben, educador y luchador por el medio ambiente dejaba su propia reflexión en sus redes sociales: “Pensando en la madre naturaleza hoy”.
“A partir de esta mañana, la concentración de CO2 llegó a las 415 ppm por primera vez en muchos millones de años”.
El problema no es pequeño: las organizaciones ecologistas llevan años alertando del problema que los humanos estamos generando, pero no se les escucha. Las fábricas siguen contaminando, los coches siguen contaminando, las calefacciones siguen contaminando… El mundo no se pone de acuerdo para poner freno a una situación que muchos consideran catastrófica. Incluso hay quien ha puesto fecha: si antes de 2030 no se cambia de dirección, no habrá marcha atrás.
La decadencia de la casta en el poder impide atender a los fenómenos que tienen al planeta al borde de un colapso.
Estamos sometidos a la estridencia y el amarillismo de los escándalos de corrupción de la casta y ello nos impide atender los problemas graves.
Vivimos escenarios muy semejantes a los descritos por Curzio Malaparte en su libro Muss El Gran Imbécil: “Que me importaba si en los años de su gobierno Italia se había convertido en una bufonada, en un biombo chino sobre el que se habían pintado escenas de batallas y de triunfo, coronas cesáreas y trofeos de victoria, Hércules musculosos bajo tumultuosos cielos de nubes a lo Tiépolo , un biombo para esconder un bidé? Italia, más o menos, siempre había sido así: un montón de retórica, una multitud de héroes exultantes, elocuentes oradores graeculi, un laberinto de intrigas y de corrupción”.
Es casi imposible sustraerse de ese clima de intrigas y de episodios cada vez más llenos de heces que se tiran entre si los miembros de esa casta poderosa en decadencia.
Esa putrefacción nos condena a ser espectadores de una pelea llena de inmundicias.
Siempre será bueno para la salud de la vida pública, colocar en la mesa de debates los temas de verdadera importancia, como el ecológico.
Los espacios son muy reducidos en medio de esa vorágine decadente, pero siempre habrá manera de sortear la cortina de miseria, para salir del circuito vicioso de las disputas palaciegas.
Lo lamentable, es que esa decadencia trae consigo el aumento de la violencia, como vemos en estos días con el asesinato da varios periodistas, el cerco de paramilitares a las comunidades zapatistas, los casos de feminicidios y violencia contra las mujeres, niños y las atrocidades crecientes en la violencia intrafamiliar.
El escenario de la decadencia no es ajeno a la agudización de la militarización, la persecución a migrantes y todos los hechos de creciente uso de la represión del gobierno.
Es en ese escenario, que se hace posible la triste perversión del “triunfo” de los charros en el sindicato de PEMEX.
La puesta en marcha de una campaña del gobierno contra el EZLN y Marcos, es parte de esa misma decadencia de la casta dominante.
Aunque por ahora no se vislumbra un vuelco que cambie esa crisis, no se debe abandonar la esperanza en un viraje.


