Estamos viviendo un tiempo histórico,
un momento estelar de la historia de México 
Andrés Manuel López Obrador
La educación escolarizada es una herramienta privilegiada para difundir el pensamiento hegemónico, el conocimiento oficial, dice Michael Apple, por vía de dos componentes cardinales del currículo: planes de estudio y libros de texto. Éstos se diferencian de los libros en general por obedecer a cánones formales y guiones determinados por autoridades (o burocracias) constituidas. Los textos de lenguaje, artes, civismo y ciencias sociales manifiestan con más franqueza las ideas que interesan a los grupos gobernantes.
El 30 de enero, la Secretaría de Educación Pública convocó a participar en las Asambleas de análisis del plan y los programas de estudio para el diseño de los Libros de Texto Gratuitos para la Educación Básica, del 31 de enero al 25 de marzo. El boletín 25 de la institución comunicó que “El proceso de construcción del Plan y los Programas de Estudio para la Educación Básica se llevó a cabo de julio a diciembre de 2021”.
Si ya hubo un proceso de construcción de planes y textos, entonces, ¿qué diseñarán los actores involucrados? Poco o nada puede suponerse. Nótese que convocan a asambleas no a foros o consultas, este lenguaje es parte de los símbolos ideológicos de la Cuarta Transformación; acaso los convocantes quieran que la gente piense que en la asamblea se decide qué y cómo enseñar, también el para qué. Quizá deseen que los participantes imaginen que resuelven, no que les consulte para que digan sí.
Pero es una idea tramposa, una visión invertida de la realidad, como decía Marx, Karl, no Arriaga, que era la ideología. Hay bastantes elementos para pensar, como argumentan colegas investigadores que escriben en Educación Futura, que las asambleas son dispositivos para legitimar asuntos que la burocracia ya procesó, teatros para maquinar un falso consenso.
Para animar esas reuniones, la Dirección General de Desarrollo Curricular cuyo director general es Marx Arriaga), puso en circulación un “Documento de trabajo”, Marco curricular común y plan de estudios 2022 de la educación básica mexicana, donde define los cánones fundacionales de un bosquejo de cambio radical de propósitos y contenidos del currículo.
Es un expediente rico en apuestas que machacan la ideología de la 4T, la que pregona el presidente López Obrador desde el púlpito de Palacio Nacional. Pero quizá vaya más allá; va cargada de diatribas contra los mestizos (no sólo contra los aspiracionistas), es la negación del espíritu de la “raza cósmica” que articuló el discurso de José Vasconcelos, el fundador de la SEP y al que tanto elogió el año pasado el grupo que encabeza Delfina Gómez Álvarez.
El Marco curricular se basa en un diagnóstico verosímil; se apoya en trabajos de investigadores reconocidos pero acomodados de tal manera que les permite a los autores abogar por una “transformación” radical del currículo y la pedagogía. Y en las propuestas recurren a citas de ensayistas famosos y teóricos de la educación popular, como Paulo Freire.
La justificación de la propuesta descansa en una especie de discriminación racial a la inversa; en el relato, el mestizo —no el indígena ni el afrodescendiente— es el villano. El documento asienta: “Pese a las distintas reformas que se han aplicado en la educación básica en los últimos treinta años, ha prevalecido el referente identitario surgido en el periodo posrevolucionario en tanto programa de la modernidad, centrado en al menos cuatro elementos: nacionalismo, mestizaje, positivismo y patriarcado”.
Luego arremete contra el régimen de la Revolución mexicana y el sistema educativo que edificó; también crítica, pero no mucho, al corporativismo. Define que el programa del régimen se expandió en dos vertientes: una revolución cultural con el fin de cambiar la mentalidad de mujeres y hombres vía la escolaridad y “el predominio de los valores laicos con una orientación nacionalista y familiar”. Es decir, el laicismo también es un adversario de la 4T. Lo cual es creíble, pues el presidente manifiesta sus creencias religiosas con asiduidad. Aunque, por otra parte, lo contradice, ya que es un admirador declarado de La cartilla moral, de Alfonso Reyes, uno de los pilares de la ideología de la Revolución mexicana.
Prosigue la parte donde ese racismo al revés se manifiesta diáfano y, aunque no lo hace explícito en los términos, equipara al régimen de la Revolución mexicana con el nazismo, si bien sustituye a la raza aria, por el mestizo. “El elemento articulador de la unidad nacional fue desde un principio el mestizo”. Luego apunta: “que era deber del gobierno fusionar racialmente a la población mexicana, generalizar las ideas de la cultura moderna, unificar el castellano como idioma oficial, elementos indispensables para construir la nación Mexicana (sic)”. Esta fue la segunda vertiente, la revolución antropológica que, según el documento, tuvo su base en el “mestizaje y la erradicación de las herencias indeseables que degradaban el tejido social”.
El Marco curricular asegura que el Estado impulsó una reingeniería social donde los antropólogos promovieron la política indigenista de unidad racial y los demógrafos promovieron la migración de la población de “raza” blanca europea, pero impidieron el paso de aquellos grupos migrantes considerados indeseables. Incluso, afirma que “médicos y psiquiatras establecieron un conjunto de medidas para impedir la reproducción de poblaciones y sujetos indeseables”, casi como en la Alemania nazi. Un despropósito, pienso.
Hay otros cánones que evocan la retórica presidencial y afirman el deseo de cambiar todo: organizar los guiones curriculares en cuatro áreas y escribir textos afines. Al final de cuentas, pienso, en caso de que se logre difundir tal currículo, ese momento estelar será conocimiento oficial, pero no hegemónico.
Retazos
En México no hay idioma oficial, aunque un diputado de Morena, Manuel Huerta Martínez, propuso una adición al artículo 4 de la Constitución en 2020 para que así fuese. No prosperó. ¿Por qué no asombra que el funcionariado de la SEP ignore tal precepto?


