Así como el presidente Andrés Manuel López Obrador marcó su nuevo tiempo de actuación y gestión política a partir de decantar en su dimensión el resultado electoral de junio del año pasado y asumir fortalezas y debilidades, pero sobre todo que no alcanzó el resultado que esperaba en la renovación de la Cámara de Diputados y en los comicios locales de la Ciudad de México, parece indispensable que las oposiciones apresuren el paso a su propio nuevo tiempo.

El clima presente más inmediato exhibe tres componentes: (i) las tensiones —y quiebres— al interior del Movimiento de Regeneración Nacional (MRN) y de sus distintos espacios y vertientes con el Ejecutivo Federal por la candidatura presidencial de ese partido en 2024; (ii) la insistencia del propio inquilino de Palacio Nacional por impulsar reformas constitucionales en materia de energía, elecciones y Guardia Nacional, a pesar de requerir acuerdos relevantes con otras fuerzas políticas para lograr la mayoría calificada de dos tercios de las cámaras del Congreso General; y (iii) el debilitamiento natural de la fuerza presidencial en la cuenta regresiva del mandato y de la lucha por la candidatura en el partido de su militancia, a pesar de buscar en el fraude a la revocación un nuevo impulso.

Y en el horizonte de la primera parte del período presidencial en curso no pueden dejar de colocarse en perspectiva algunos hechos y sus consecuencias: (a) la negación del pluralismo político por parte del Presidente de la República y la adopción de una postura de confrontación con lo diverso y con quienes disientan; (b) la ausencia de una visión de Estado que aspire a integrar a las fuerzas políticas en objetivos de carácter nacional, emblematizada por la declaración del 1 de diciembre de 2021 sobre la descalificación que le merece e incluso la aversión que le produce el centro político en el mundo de las ideas y las acciones de gobierno; y (c) la falta de diálogo real con las oposiciones para establecer espacios de convivencia democrática entre las fuerzas partidarias, con ánimo -aunque sea- de buscar la legitimación de algunas políticas públicas o de ciertas decisiones.

Con esos antecedentes y lo avanzado de los tiempos políticos del período 2018-2024, parece necesario que las oposiciones pasen a un nuevo tiempo, particularmente las ubicadas en las dirigencias partidarias y los grupos parlamentarios, cuya naturaleza como ámbitos de contraste en la competencia por el poder y el ejercicio de facultades parlamentarias es, precisamente, criticar, oponerse y proponer una ruta distinta. No dejan de ser oposición al poder presidencial –lato sensu– los Ejecutivos locales emanados de PAN, PRI y MC, pero por su responsabilidad la dinámica es otra.

Se ha señalado en distintos análisis y opiniones que las oposiciones —específicamente las agrupadas en la coalición “Va por México” en la elección federal de 2021— no se perciben; no se sienten; no calan en la sociedad. ¿A qué se debe esa conclusión? ¿Tendrá relación con que los medios de comunicación no les conceden los espacios equivalentes a los que destinan al Ejecutivo de la Unión, su gobierno y su partido? ¿A que el mensaje que transmiten los representantes de las oposiciones no es de interés para los medios? ¿A que los mensajes no logran captar el interés de la audiencia?

Desde luego que el presidente López Obrador ha establecido un dominio aplastante en el aparato de comunicación política y trasciende a los medios no gubernamentales, y que la transferencia de recursos presupuestales en forma de programas sociales genera adeptos y mantiene lealtades, pero ello no es suficiente para apreciar la auténtica baja estimación de la sociedad por las oposiciones.

Es cierto que la votación del año pasado para renovar la Cámara de Diputados mostró un porcentaje mayor para las oposiciones que para la coalición encabezada por el MNR. En efecto, con base en la votación total emitida la coalición PAN, PRI y PRD obtuvo 39.21 por ciento de la votación, a la que si le sumamos el 7.01 por ciento de MC, se alcanza 46.22 por ciento de los sufragios; mientras que “Juntos Hacemos Historia” logró 42.76 del porcentaje de esa votación (MRN 39.4 por ciento, PVEM 5.43 por ciento y PT 3.24 por ciento). Sin embargo, el resultado parece deber más a la sociedad no partidista por impulsar el contrapeso en la Cámara de Diputados que por el atractivo de la coalición “Va por México”.

Parecería un error grave dar por sentado que ese resultado puede trasladarse a futuros comicios o que, por sí mismo, sea un piso. Al contrario, la sociedad no partidista y con cierta desconfianza en los partidos de oposición, optó por votar en contra del partido en el gobierno y sus aliados. Conservar ese retorno electoral requiere de un trabajo cotidiano que no se aprecia en los espacios políticos.

¿A qué me refiero? La directora del semanario “Zeta” de Tijuana, Adela Navarro Bello, en la reciente mesa de análisis de LatinUs expuso —si la escuchamos en sentido inverso a lo que ocurre— la agenda necesaria para las oposiciones, específicamente para los partidos de la coalición “Va por México”: ser oposiciones creíbles mediante su retiro de las posiciones de negociación y de construcción de acuerdos.

Si en el tiempo de construir acuerdos, el Ejecutivo Federal y su partido desdeñaron a las oposiciones o incumplieron palmariamente los compromisos -como los acuerdos para las reformas constitucionales de la Guardia Nacional o la revocación de mandato-, mantener la posición del diálogo y la búsqueda de entendimientos y acuerdos es minar la posibilidad de ofrecer una opción atractiva en los comicios de 2024.

¿Es incongruente plantear la defensa del pluralismo político y ahora optar por la confrontación con el régimen? Pienso que no a estas alturas del período presidencial y con los antecedentes enunciados. Más bien es momento de que las oposiciones lo sean de tiempo completo y en los temas que interesan a la sociedad. De hacerlo en las dirigencias partidarias (el diálogo buscado por el PAN vino a destiempo y debilita a ese partido y a las oposiciones) y su vinculación con la base social, y en los grupos parlamentarios, donde el diálogo para el eventual tránsito de las iniciativas prioritarias y emblemáticas del régimen lopezobradorista desdibuja y desalienta a parte de la sociedad sin partido que verá en los acuerdos como se diluyen quienes deberían representarlo.

Si asumimos que el gobierno federal y quien lo encabeza han generado agravios relevantes para la sociedad, como la desaparición de fideicomisos públicos, el desabasto de medicinas, la carga de los gastos catastróficos en las familias por la desaparición del Seguro Popular, el elevadísimo número de decesos por la irresponsabilidad mostrada ante la pandemia del SARS-CoV2, el descuido del personal de salud que ha hecho frente a la emergencia sanitaria, la pérdida de empleos por haberse ahuyentado la inversión y el ataque a la libertad de cátedra y a las instituciones de educación superior, está muy abierto el campo para la actuación de las oposiciones en el territorio.

Cabe ir de las dirigencias partidarias y los grupos parlamentarios a la base social y la identificación de coincidencias con la sociedad civil. La ausencia de resultados y las denuncias públicas de corrupción y abusos del gobierno lopezobradorista son fuente importante para el diseño de la crítica y la propuesta. Ya no es tiempo de los acuerdos, ni siquiera en el ámbito de la seguridad, donde el planteamiento de llevar la Guardia Nacional al Ejército no sólo sería un retroceso, sino una rendición de la más elemental protección de los derechos humanos.

Y el nuevo tiempo requiere de liderazgos basados en la credibilidad, el prestigio y la capacidad para convocar al renacimiento de la esperanza. La negociación y el acuerdo como ruta de las oposiciones constituirían un error estratégico para el momento presente. La credibilidad de la oposición en la sociedad requiere abandonar la búsqueda del entendimiento con el gobierno.