No obstante que las herramientas para el análisis de la política y el Estado son ricas y muchas de ellas novedosas, con frecuencia recurrir a los clásicos ofrece pistas para interpretar circunstancias actuales. En el capítulo XVIII de El príncipe, Nicolás Maquiavelo previene que: “Cuando un príncipe dotado de prudencia advierte que su fidelidad a las promesas redunda en su perjuicio, y que los motivos que le determinaron a hacerlas no existen ya, ni puede, ni siquiera debe guardarlas, a no ser que consienta en perderse”.

Parece que AMLO hace el esfuerzo por cumplir lo que prometió en su campaña electoral y en llevar a puerto sus deseos que, a juzgar por sus propios dichos, surgieron de su imaginación, no de estudios científicos, ni siquiera burocráticos. Y tal vez se sienta realizado y en camino a la historia porque una de sus ilusiones ya es realidad, el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles.

Sin embargo, las obras faraónicas no dejarán la huella que espera el presidente. Muy pronto se verán los desaciertos y a él se los cargará quienquiera que lo suceda en el puesto. También quiere mantener su pacto de borrar de la faz de México, la “mal llamada” reforma educativa y todo lo que huela a neoliberalismo. Empero, en el camino perjudica a millones de mujeres, niños y comunidades completas.

Cuando un mandatario se apoya en su carisma como único método de gobierno y desdeña a la burocracia, cosecha para sí los méritos, pero también corre el riesgo de estribar la culpa de todo lo malo que suceda en su gobierno. A pesar de sus defectos, la racionalidad burocrática es la mejor constructora de legitimidad; al final de cuentas, la ciudadanía mide resultados; el carisma se agota en la persona del gobernante.

La teleología de la llamada Cuarta Transformación es lineal, unidimensional y recuerda demasiado a las tendencias reduccionistas del régimen de la Revolución mexicana. El discurso político y el apoyo popular que sustentan a la 4T son diferentes a los de los estados que buscan la expansión e incursión del Estado en las relaciones sociales. Parece que Andrés Manuel López Obrador no le interesa gobernar, le importa estar en la plaza pública, fijar la agenda política y materializar sus sueños.

Al asumir que su pensamiento es el único correcto, pavimenta el camino de su infortunio. Buena parte del carisma y popularidad de AMLO se deben a las becas y transferencias de recursos a personas mayores. Conozco a señoras que lo adoran —es literal— como a un santo porque reciben tres mil, 600 pesos cada dos meses; les ayuda a soportar su miseria. Mis alumnos agradecen la beca que disfrutaron en la educación media, aunque algunos no la necesitasen (les valía para chelas y cigarros); en cambio, a los que si la requerían apenas les alcanzaba para el camión, textos, materiales y algún gasto menor. Por ello, cavilo que muchos más ciudadanos lo recordarán por lo que pierden en su sexenio, en especial mujeres proletarias.

El presidente López Obrador es un hombre de fe, se guía por creencias más que por proyectos. Su 4T se caracteriza por liquidar instituciones, programas y recursos presupuestales que, aunque no a la perfección, funcionaban. La cancelación de estancias infantiles, refugios para mujeres víctimas de violencia y escuelas de tiempo completo, por ejemplo, afecta más que nada a los infantes y a madres trabajadoras. El presidente la trae contra las mujeres y más contra las pobres.

Con todo, la racionalidad burocrática, la regencia por normas establecidas y con reglas claras, es mejor que el gobierno por intuición. Claro, la entrega de donativos y becas alimenta la popularidad del mandatario, pero no resuelven los problemas.

Una muestra de ese desgobierno es la desconfianza del presidente en la burocracia y aun de los mandos que él mismo designó. Vamos, la secretaría de Educación Pública, Delfina Gómez Álvarez, dejó plantados el 23 de marzo a los diputados de la Comisión de Educación que le solicitarían encontrarle el sí a las escuelas de tiempo completo. La maestra Delfina no ofreció un argumento razonable. Hasta por la tarde de ese mismo día la SEP sacó una breve nota informativa, con tono oficinesco, para anunciar lo que AMLO pregonó en la mañanera del 7 de marzo: “La Secretaría de Educación Pública informa que, por instrucción del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, los beneficios que incluían las Escuelas de Tiempo Completo se mantendrán en el programa de La Escuela es Nuestra”.

No fue a la reunión con los diputados, pero en la misma nota dice que sí irá a una sesión, cuando los diputados gusten. Intuyo que en estos días habrá una enmienda a las reglas de operación del programa la Escuela es Nuestra, que apenas publicó  el Diario Oficial de la Federación el 28 de febrero. En el tenor original establece que los fondos de ese programa son para rehabilitación y mantenimiento de planteles. Les llegan directo a los padres de familia, dizque para evitar intermediarios.

En el texto citado, Maquiavelo postula: “No hace falta que el príncipe posea todas las virtudes…, pero conviene que aparente poseerlas”. Aunque de mala manera y solo hasta que no pudo quitar de la agenda las protestas por la desaparición de las escuelas de tiempo completo, el presidente ordenó a su vicaria en la SEP que hiciera el anuncio. Ahora va a aparentar que tiene la virtud de escuchar.

Sin embargo, mantiene su promesa de desmantelar la reforma educativa y por esa vía perjudicar a la educación, a los estudiantes, a sus familias y a México. Y, por no seguir el consejo de Maquiavelo, el presidente López Obrador consiente perderse, no ahora, que se apoya en su atractivo popular, sino ante el juicio de la historia.