Narrador, dramaturgo y periodista de gran oficio, arriesgado y experimental en los más de los cauces de escritura que abordó, Vicente Leñero (Guadalajara, 1933-CDMX, 2014) se caracterizó además por ser un colega y maestro generoso al promover el surgimiento de nuevas generaciones de importantes autores en su prestigiado Taller de Dramaturgia. Becario del Centro Mexicano de Escritores y discípulo destacado de Juan José Arreola, el entonces joven ingeniero civil acabó de definir allí su verdadera vocación literaria, de la mano de aquel genial autodidacta que a la postre se convirtió en uno de los polígrafos más sabios de nuestro ámbito literario.

Primero cuentista perspicaz y luego novelista que por la vía de la experimentación formal obtuvo sus iniciales éxitos, dentro de un contexto en el cual la narrativa mexicana de los cincuenta y sesenta perfilaba una sana tendencia de búsqueda y de liberación con respecto a antiguos moldes, afianzó un lugar indiscutible en las letras mexicanas tras la publicación de Los albañiles, Estudio Q y El garabato. El primero de estos tres títulos representa un encuentro eficaz de sus manifiestos intereses tanto literarios como periodísticos, y los otros dos apuntalan un no menos notable poder de búsqueda en lo concerniente a la estructura narrativa y a sus preocupaciones filosófico-políticas.

Si nuestra tradición latinoamericana incluye notables ejemplos de quienes han trabajado con fortuna en la amplia frontera literario-periodística, Leñero concibió dos textos invaluables en la materia: Los periodistas y Asesinato. Obras maestras de la llamada novela sin ficción a la usanza del Truman Capote de A sangre fría, conforme poseen los mejores atributos del narrador propositivo y el reportero tenaz, ambos títulos tejen fino en la consecución de un hiperrealismo que desnuda implacablemente la crueldad y la estulticia de los poderes político y judicial, con la denuncia y la revelación incuestionables como factor común.

Valioso teórico de ese oficio cotidiano que ejerció con similares recogimiento y firmeza, con una no menos asombrosa vocación, la amplia bibliografía de este plurivalente polígrafo incluye además otros estudios y compilaciones de obligados estudio y consulta como Talacha periodística y su volumen en coautoría Manual de periodismo. En Talacha periodística, por ejemplo, se vuelve a hacer patente esa irrenunciable ubicuidad genérica tan presente y visionaria en nuestra tradición, conforme el talento anfibio del escritor nada y se desplaza con sinigual habilidad en los terrenos de la crónica y el drama, la entrevista y la farsa, el reportaje y el entramado novelístico, a la vez que se muestra sabio en ámbitos tan disímiles como la psicología, la historia o la antropología.

Uno de los dramaturgos más prolíficos y versados, Vicente Leñero tiene de igual modo un lugar preponderante en nuestra literatura teatral. Debutó con Pueblo rechazado en 1968, en una puesta memorable de Ignacio Retes, y que con casi el mismo reparto se volvió a poner años después. Obra inspirada en el Caso Lemercier, colocó a su autor entre los más notables de su generación, dentro de una plural nómina que gestó un más que saludable viraje en el curso de la dramaturgia mexicana del siglo XX.

Pionero de lo que él mismo llamó teatro-documento en nuestro país, le siguió una obligada versión teatral de su reconocida novela (Premio Biblioteca Breve) Los albañiles que le mereció el Premio Juan Ruiz de Alarcón y estrenó el propio Retes. Uno de sus directores de cabecera, daría a conocer más tarde, también de su autoría, La carpa, El juicio, Los hijos de Sánchez (a partir de la novela de Oscar Lewis que igual llevó al cine Hall Bartlett con guion del propio autor), La visita del ángel y Jesucristo Gómez. En manos de algunos otros de los más importantes directores mexicanos, el teatro explosivo y no menos experimental de Leñero ha encabezado no pocos de los grandes sucesos del quehacer escénico nacional e incluso latinoamericano, como sucedió con Compañero que escenificó Pepe Solé, o La mudanza que le volvió a hacer acreedor del Premio Juan Ruiz de Alarcón y montó Adam Guevara, o Alicia, tal vez en versión Abraham Oceransky.

Premio Nacional de Lingüística y Literatura, ha tenido en el no menos arriesgado y experimental Luis de Tavira a otro de sus más capaces y sabios promotores con El martirio de Morelos, y Nadie sabe nada, y La noche de Hernán Cortés que igual mereció el Premio Juan Ruiz de Alarcón, y Todos somos Marcos, grandes textos dramáticos de madurez que reflejan muy bien su no menos hondo conocimiento de distintos momentos neurálgicos de nuestra historia. Autor de los no menos valiosos documentos teatrales ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?, Avaricia, Señora, Hace ya tanto tiempo y Los perdedores, mención aparte merece de igual modo lo que hizo el gran Pepe Estrada con Pelearán a 10 rounds.

De igual modo premios Xavier Villaurrutia y Jalisco, Vicente Leñero recibió también el Nacional de Periodismo en varias ocasiones, por su no menos admirable labor como periodista y maestro de oficio en varios géneros y editor valiente (por muchos años subdirector de Proceso). Con una no menos sorprendente producción de textos cinematográficos, radiofónicos y televisivos, su nutrido y variado acervo se enriqueció  con guiones igualmente premiados como los escritos para biografía fílmica de la primera actriz y gran diva Miroslava, y su versión a la novela El callejón de los milagros del Nobel egipcio Naguib Mahfouz, o el del gran éxito de ruptura La ley de Herodes, o su no menos celebrada lectura de El crimen del padre Amaro de la narración homónima del portugués Eça de Queiroz.