Los movimientos pacifistas cobran notoriedad en situaciones de conflicto y su suerte va de la mano de su legitimidad. Como colectivos, su mejor herramienta es su capacidad de penetración y movilización sociales. Los pacifismos tienen como razón de ser su oposición a situaciones disruptivas, derivadas del uso de la fuerza en modalidades que la opinión pública considera indebidas, inmorales y por ende ilegítimas. En este discurso hay una presunción básica, que posiciona a los movimientos pacifistas y sus dirigentes del lado bueno de la historia, en el espacio reservado para quienes reconocen en la virtud y el humanismo los recursos que desactivan la violencia en cualquiera de sus manifestaciones.

Durante los primeros años de la Segunda Posguerra, la lucha por la independencia de diferentes pueblos, en particular en África y Asia, derivó en la conformación de movimientos de liberación nacional que recurrieron a la lucha armada para alcanzar sus objetivos. Para hacerse de apoyos financieros y políticos, tales movimientos se vieron en la necesidad de acercarse a las potencias de la época, las cuales identificaron en ello la oportunidad para manipularlos en beneficio de sus intereses hegemónicos. Paradójicamente, la virtud inherente al anhelo de independencia, libertad y soberanía de tales movimientos, con frecuencia sucumbió a la tragedia de los dogmatismos ideológicos y derivó en su alineamiento con la inescapable realidad del mundo bipolar y de su temible equilibrio del terror.

En esta coyuntura, destacó el liderazgo en la India de Mahatma Ghandi, quien lejos de apostar por la lucha armada para alcanzar la independencia de su país, transitó por la vía de la no violencia, una fórmula que privilegió la resistencia civil pacífica frente al imperialismo británico. Ajeno al dogma, Ghandi cobró notoriedad universal al apostar por lo que edifica y no por la intolerancia que destruye, por movilizar conciencias a favor de la dignidad y la paz. Su lucha le costó la vida pero su legado trasciende generaciones. Con su muerte, los movimientos pacifistas cobraron inusitado vigor y favorecieron la conformación de un entorno político y diplomático más sensible al desarrollo social y a los temas que importan a la gente, un ambiente que en 1960 ofreció la plataforma para la aprobación de la afamada resolución 1514 de la Asamblea General de la ONU, sobre la concesión de la independencia a los pueblos y países coloniales.

Ahora que la guerra asola a Ucrania, con sus secuelas de tragedia y dolor, Ghandi se encarna en millones de personas que invocan, en todo el mundo, la unidad de propósito del género humano y su vocación natural con la no violencia y con el rechazo a modalidades actualizadas de dominación de unos pueblos sobre otros. En la globalización, la gente común es solidaria con la gente común, y ya. En otros tiempos, así lo preveía también el notable diplomático francés Charles Maurice Talleyrand, cuyo fino olfato político le permitió pasar a la historia al afirmar que la opinión pública “tiene más espíritu que Napoleón, que Voltaire y que todos los ministros presentes y futuros.”

El autor es internacionalista.