A sus hijos Óscar, Adrián y Karol

Entre la mucha gente valiosa que me presentó don Rafael Solana, como lo refiero en mi libro que sobre él escribí y reeditó la UV en el centenario del natalicio de este notable polígrafo veracruzano en el 2015 (Rafael Solana. Escribir o morir), uno de ellos fue el también destacado dramaturgo y crítico teatral Tomás Urtusástegui. Miembro de una valiosísima generación de egresados del prolífico taller del destacado dramaturgo veracruzano Hugo Argüelles, y aunque mayor que sus no menos talentosos correligionarios Sabina Berman, Víctor Hugo Rascón Banda o Jesús González Dávila, por ejemplo, porque él había hecho trayectoria antes en una no menos exigida carrera como la de médico cirujano, Urtusástegui de igual modo contribuyó a dar brillo a llamada “Nueva Dramaturgia Mexicana” con propositivas y exitosas piezas, signadas por la creatividad y la inteligencia, de su ecléctico y nutrido catálogo como Cupo limitado o Huele a gas o Sangre de mi sangre.

Quien de igual modo hizo del teatro su pasión esencial, su otra gran vocación no menos inaplazable, Tomás Urtusástegui llegó a escribir más de cuatrocientas obras en sus casi cuatro décadas de ascendente trayectoria dramatúrgica, de las cuales sabemos se estrenaron más de la mitad. Hecho insólito, evidencia además que era un hombre de trabajo, incansable, pues estaba convencido de que un escritor sólo puede consagrarse en su oficio sin dilación ni respiro, en el quehacer voluntario y consistente, porque el oficio de escribir, parafraseando a Borges, no da tentativa alguna de escapatoria, en cuanto supone una condena, una marca indeleble.

Quien prosiguió sus estudios de dramaturgia con Vicente Leñero, recuerdo haber coincidido con él, con el mismo don Rafael, y con el propio Leñero y su esposa, en una ruta teatral, en Mérida, y todos juntos fuimos a Chichén-Itzá, en la que fue una excursión memorable. Por muchos años coincidimos gustosos, como miembros de la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro, en muchas y diferentes ediciones de la Muestra Nacional de Teatro, en donde en varias ocasiones fue como autor representado por alguno de los grupos participantes y siempre como espectador enterado, como especialista, como crítico y cronista con espacio en diferentes medios de circulación nacional.

Dramaturgo y comentarista especialmente generoso con los grupos amateurs, estudiantiles y otros teatristas a los que sin pretensión alguna les proporcionaba los derechos de sus obras, a Tomás no le importaba si lo estrenaban y/o montaban profesionales o principiantes, en el entendido de que el hecho teatral es la más efímera de todas las manifestaciones artísticas, y como tal, lo que lo identifica y define es precisamente su destino escénico y el que cada representación constituya un hecho irrepetible, único. Más que para ser editado, si bien muchas de sus obras han sido publicadas, Urtusástegui escribía para ser llevado a escena, para propiciar la catarsis en el público asistente que sólo el hecho teatral ofrece o permite, con lo que se convierte en un acto colectivo. En este sentido, este dotado dramaturgo llegó a entender a plenitud lo que sólo el teatro es capaz de propiciar, de generar, de incentivar, de desencadenar, recordando al dramaturgo estadounidense Arthur Miller.

En sus casi cuarenta años de escritura ininterrumpida, y en sus casi medio millar de piezas teatrales, Tomás Urtusástegui escribió obras originales y adaptaciones, dramas, comedias, sátiras, sketches, monólogos, pastorelas, obras infantiles, vodeviles, guiones para cine y televisión (fue de las plumas predilectas de Enrique Alonso Cachirulo y Silvia Pinal, por ejemplo), programas educativos, televiteatros, radioteatros, como conocedor a ultranza de todos los géneros y especialidades de la escritura dramática y sus espacios fronterizos. Maestro en la materia, escribió su propio Manual de dramaturgia, que generosamente compartía entre sus colegas y sus muchos discípulos como incansable docente del Sistema Nacional de Creadores y profesor de las escuelas de la Sociedad Nacional de Escritores de México donde fue uno de sus miembros más activos y propositivos, así como en otras instituciones que se beneficiaron con su talento y su sabiduría.

Como periodista y crítico en activo, miembro y hasta titular de la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro (y de la Asociación Internacional de Críticos de Teatro de la UNESCO), la agrupación más antigua en su gremio, colaboró, entre otros medios de circulaciones nacional y locales, por ejemplo, en el periódico unomásuno y en las revistas Escénica y Primera llamada. Promotor generoso de la obra de otros colegas de distintas generaciones, especialmente más jóvenes, hizo adaptaciones y versiones diversas, y de su propia obra, por ejemplo, el guión del cortometraje Carretera del Norte, dirigido por Rubén Rojo Aura, así como programas de radio para el IMER y Radio Educación, prólogos de distintos libros, paráfrasis, ediciones especiales, incunables conmemorativos, etcétera. Con prácticamente 48 horas en su reloj biológico, Tomás se daba tiempo para todo, incluidos, por supuesto, sus roles no menos protagónicos de esposo atento ––hasta que su compañera de toda la vida se le adelantó en el camino––, de padre comprometido, de amigo solícito, a la par de todo lo que imponen la medicina, la escritura dramática, la investigación y la crítica teatrales, la promoción cultural y escénica.

Premio Juan Ruiz de Alarcón y presea Nezahualcóyotl al mérito de la Sociedad General de Escritores de México, entre otros muchos justos reconocimientos, el teatro de Tomás Urtusástegui se presentó con éxito dentro y fuera de México, e incluso varias de sus obras han sido traducidas a otros idiomas para escenificarse en países europeos con otras lenguas. ¡Un ejemplo de vida y de trabajo! ¡Descanse en paz!