Disidente es una palabra, un concepto terrible. Significa cárcel, tortura, incluso ejecución, pero sobre todo la muerte civil. Tal como lo dice uno de los personajes de Leonardo Padura en su gran novela El señor que amaba a los perros, cuando su esposa le pregunta que le han hecho por ser disidente, contesta: Nada. Simplemente lo convierten en Nada, no existe, sus amigos lo rehúyen, sus familiares viven el acoso de bandas disfrazadas en los CDR , Comités de la Defensa de la Revolución. Nadie quiere verlo. Es un apestado. Bien lo decía Marcelino Perelló temen contagiarse, es una pandemia peor que el Covid 19.

Un prototipo del disidente es Solzhenitsyn quien fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1970 «por la fuerza ética con la que ha continuado las tradiciones indispensables de la literatura rusa». ​ En 1974 fue expulsado de la Unión Soviética y se le retiró la ciudadanía; la cual le fue restituida en 1990, 16 años después.

Entre octubre de 1969 y junio de 1970 viví en Moscú. Llevé unos cuantos libros, entre ellos Un día de Iván Denisovich, que tuvo miles de lectores cuando Jrushov autorizó su publicación, después la prohibieron pero se reprodujo por centenares de miles de copias hechas a mano, samizdat, como lo hicieron con Doctor Shivago de Boris Pasternak. También Vaclav Havel sufrió las mismas prohibiciones a su obra, pero al caer la dictadura cómplice de la invasión del Pacto de Varsovia se convirtió en presidente de Checoslovaquia.

Los disidentes en Irán o en Corea del Norte son encarcelados o ejecutados. En Venezuela son torturados e incluso ejecutados, algo similar ocurre con los disidentes en Nicaragua.

La muerte civil es la más terrible de las penas que sufren los disidentes.

En sociedades policiacas hay delaciones de hijos a sus padres, recuerdo como en la era de Brezhnev le dieron una medalla de Heroína de la URSS, a una niña que delató a sus padres “por tener hábitos burgueses, leer prensa occidental y no acudir a las reuniones del PCUS, Partido Comunista de la Unión Soviética”. Putin se formó en la policía secreta de la URSS. El espionaje era generalizado en Alemania Oriental, la Stassi tenía fichadas a millones de personas.

Cuando viví en Moscú, como estudiante de la Universidad de Amistad con los Pueblos, Patricio Lumumba, la milicia, policía uniformada, irrumpió en mi komnata, habitación, y decomisó un cártel con Marylin Monroe, otro de los Beatles y uno de una china semidesnuda de la Revista Playboy, además se llevaron todos mis libros, entre ellos el de Solzhenitsyn.

He sido disidente toda mi vida.

Ahora estamos viviendo una fanatización extrema entre los miembros de Morena, sus aliados del PT y toda la nomenclatura que gobierna el país. Ese fanatismo llega a extremos de intolerancia que por dar una opinión distinta se califica como traidores o conservadores a movimientos y personas.

Antiguos camaradas y amigos son considerados como enemigos. Abundan los casos de dolorosas rupturas.

Como disidente de los gobiernos del PRI sufrí las persecuciones de mi generación.

Los movimientos estudiantiles de una década larga de 1956 a 1972 sufrieron la agresión sistemática del Estado y sus aparatos represivos, por ello los autores de esa represión fueron considerados genocidas porque esas políticas de Estado pretendían suprimirlos, llegando a la matanza en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 y en las calles de San Cosme el 10 de junio de 1971. En esas luchas aprendí el inmenso valor de la libertad.

Sin libertad el ser humano no puede existir.

La cancelación total o parcial de las libertades fue la causa principal del derrumbe del llamado campo socialista. Sociedades enteras sufrieron un sistema opresivo que produjo muchas víctimas, varios millones perdieron la vida o tuvieron que padecer en los campos de concentración soviéticos, conocidos como Gulag. Muchas víctimas eran militantes comunistas algunos incluso morían gritando loas a José Stalin o pintando con su sangre los muros de las prisiones. Durante decenios se ocultó toda esa barbarie, cuando se admitieron los crímenes de Stalin en el Informe secreto de Nikita Jrushov al XX Congreso del PCUS, muchos militantes lloraron y negaban que esa barbarie fuera cierta.

Los trotskistas fueron pioneros en el combate a la barbarie estalinista. Quizá por ello tienen posturas muy críticas ante los gobernantes de Rusia, China, Cuba, Venezuela y Nicaragua lo mismo que los de Corea del Norte y de algunas dictaduras autonombradas Repúblicas Populares en África y Asia central.

Ser disidente en México desde una postura libertaria, como es mi caso, implica padecer la difamación, el aislamiento por parte de antiguos compañeros y camaradas que han abaratado los sueños y hoy adoran al caudillo.

No se admite la menor crítica a un gobierno que aplica políticas antipopulares y se somete a los designios de los grandes capitalistas y además desarrolla una militarización de la vida pública en todo el país.

La obsesión por el poder del presidente lo lleva a tolerar casos inauditos de abuso de autoridad como los cometidos por el Fiscal General y no actúa contra los evidentes casos de corrupción de altos funcionarios de su gobierno y de algunos de sus familiares.

Las libertades conquistadas por varios movimientos a lo largo de varios decenios de luchas contra el autoritarismo deben defenderse con firmeza.

No se debe aceptar la descalificación del gobierno que afirma que sus críticos son de derecha, negando la existencia de muchos opositores en el seno del movimiento social y popular.

No es delictuoso oponerse al gobierno actual de Morena.

El precio de sufrir las acusaciones difamatorias y padecer una silenciosa censura no podrán callar mis opiniones disidentes.

Los disidentes somos una especie de archipiélago. Se requiere construir puentes para unir a esas islas e islotes. Unir a esa disidencia dispersa es una labor necesaria para impedir su avasallamiento por el Estado y sus aparatos.

Resistir el aislamiento y las calumnias es una fase de la lucha actual por el libertarismo. Lo seguiré haciendo desde la disidencia.