Es azote de la humanidad y paradójicamente motor de economías; impulsa el avance tecnológico y el desarrollo de ideas que cautivan por su potencial para el progreso. A largo de la historia, ha sido y sigue siendo, instrumento para someter y afianzar acciones que, por sí solas, son insostenibles. Convertida en verbo, atemoriza. Cuando es sustantivo, alude al universo de lo abstracto.

Se conoce en los cuatro puntos cardinales y la sola invocación de su nombre se traduce en una perversa fórmula, que combina miedo con docilidad. Sus formas son tan diferentes como los pueblos del orbe; sus técnicas y recursos se benefician de experiencias previas y de objetivos sin mesura. Como todo, tiene calidades y niveles, momentos tensos y otros más ligeros; a veces muy pesada y las más insostenible, es motivo de orgullo y vergüenza, según se trate del que la invoca o del que se arrepiente de haberlo hecho. Constructora y destructora de imperios, abusa de los sueños y los trastoca en pesadilla. Como tormenta de mil centellas, ilumina el cielo y opaca las estrellas. A su paso, todo cede y lo poco que queda apenas se sostiene. Es un evento que lastima el alma y deja huella en el tiempo, que diluye la idea de un ser supremo y desaparece del imaginario colectivo al jardín primigenio.

Los esfuerzos para regularla siempre se han quedado cortos, les ha faltado músculo para contener sus impulsos y razones para evitar su materialización y consecuencias. Es componente del poder y un costoso préstamo a fondo perdido; es espejo de sombras y realidades inasibles, cofre de la ambición y prueba irrefutable de la necedad humana.

Clasificada por sus calidades y cantidades, por sus alcances y limitaciones, una vez desatada es difícil de parar. Al igual que ocurre en los desiertos, su temperatura es de extremos y no conoce puntos medios. Fría o caliente destempla, oscila como el diapasón de un reloj que nunca deja de marcar la fatídica hora en que ocurre.

De las tragedias es la peor por la destrucción que genera y porque su inicio y terminación son caprichosos y dependen de los acomodos que acuerdan aquellos que la generaron. Según el resultado, a sus protagonistas se les deifica o defenestra. Los primeros escriben La Historia -su historia- y los segundos reivindican las razones que podrían haberles permitido ser autores del relato alternativo. Monólogo sin salida, impone el poder y desecha la cordura.

En el siglo XXI parece irreal, pero las nuevas generaciones no salen de su estupor al confirmar que este fenómeno, que a veces se ve tan lejano y tan ajeno, en un parpadear puede desatar su furia y desbocar la montura del jinete del Apocalipsis. Lejos quedan la Arcadia y la fuente de la eterna juventud ante su inopinado curso, que corroe y pudre, envenena y mata.

Hasta hoy no hay camino para abolirla. Llena de argumentos retorcidos, su saldo es siempre miseria y destrucción. No respeta nada, ni acervos ni memorias y tampoco naturaleza y edades. Como caja de Pandora, cuando se abre afloran todos los males del mundo y, al cerrarse, sólo queda la esperanza de qué nunca más vuelva a ocurrir. La guerra es detestable.

El autor es Internacionalista.