Después de probar algunos triunfos esporádicos como guionista de televisión y como dramaturgo en las décadas de los cuarenta y cincuenta, el también experimental novelista neoyorquino de ascendencia judío-ucraniana Paddy Chayefsky (Nueva York, 1923-1981) consolidaría su prestigio ahora en el cine con una premiada adaptación para el exitoso drama Marty, del realizador Delbert Mann. Polígrafo hábil e inquieto, y un lector voraz, por esos años probaría con otros interesantes ejercicios de traslación entre los diferentes géneros y medios donde incursionó y se movió con agudo olfato de búsqueda, hasta llegar a ese trágico callejón sin salida que representó la difícil escritura de su novela de ciencia ficción Un viaje alucinante al fondo de la mente, de 1978.

Con tres premios Oscar en su carrera cinematográfica, privilegio hasta la fecha sólo compartido con el Woody Allen guionista, el nombre de Chayefsky se ha mantenido sobre todo a partir de la autoría de su más que original e incisivo guion para el gran drama satírico de los setenta Network, de Sidney Lumet. Si bien el propio Lumet perdería en la recta final, Network conserva además la marca de haber ganado en su año tres de los cuatro galardones actorales, a los formidables Faye Danaway y Peter Finch que lo recibió de manera póstuma, y a Beatrice Straight que se hizo acreedora al de Mejor actriz de reparto por un sobresaliente trabajo de apenas unos minutos en pantalla, más otras cinco nominaciones que se sabe no se concretaron en parte ––al menos algunas de ellas–– por la ampulosa naturaleza del filme.

Si bien se sabe que el hecho primario que detona la acción se lo inspiró al premiado guionista el entonces reciente suicidio frente a las cámaras de la joven periodista Christine Chubbuck ––el realizador chileno Antonio Campos llevaría muchos años después el propio hecho a la pantalla con su más bien discreta cinta independiente Christine––, lo cierto es que Chayefsky vacía en esta despiadada e inteligente sátira todo su desencanto en torno al quehacer televisivo para el que por tantos años había estado vinculado y entonces reconocía inmerso en una severa crisis de contenidos. El agudo escalpelo del escritor penetra aquí sin eufemismos en los más hondos y entreverados vicios de una industria comercial que él consideraba había terminado por venderse al mejor postor, porque cada vez se privilegiaban más el rating y la comercialización, precisamente por aquellos años en que se empezaban a discutir con mayor detenimiento los bemoles y la auténtica naturaleza del llamado quinto poder.

En un proceso menos común de llevar al teatro un gran triunfo cinematográfico, el no menos exitoso polígrafo inglés Lee Hall ha adaptado para la escena el estupendo guion de Paddy Chayefsky, resaltando su incisivo análisis crítico y su pasmosa actualidad después de casi medio siglo de su concepción. El buen oficio de Hall, autor de textos notables para ambos medios como su hermoso Billy Eliot escrito primero para el cine y adaptado después por él mismo para el teatro musical, potencia en realidad el valor premonitorio de una muy aguda distopía concebida cuando todavía se luchaba con credibilidad por el advenimiento de causas justas y un mundo mejor. Y si bien en el extraordinario documento de Chayefsky no aparecen ni se puede hablar todavía de las hoy dominantes redes sociales, el escritor sí desencadena en cambio una severa discusión en torno a todos aquellos grandes poderes fácticos que en “realidad” mueven el mundo y la conciencia de las masas, más allá de fanatismos religiosos e ideológicos, de prejuicios y nacionalismos, de bloques y de gobiernos, de creencias y pasiones más o menos ciegas.

Primero un gran éxito teatral en Londres y en Nueva York, una buena cuarteta de productores ––que encabezan Tina Galindo y Diego Luna–– ha traído a México este ya clásico del cine y ahora del teatro que confirma una vez más que el buen arte puede a la vez divertir y generar conciencia, permitirnos pasar un buen rato y de igual modo movernos fibras muy hondas. En una poderosa e impecable puesta del talentoso y ya probado Francisco Franco Alba, este gran montaje hace época por cuanto reúne y dice, y cómo lo dice, en escena.  Abonando al concepto dinámico de la puesta, la escenografía de Adrián Martínez Frausto materializa múltiples espacios en derredor del canal de televisión donde la acción trepidante se desarrolla, en torno del personaje central que es a la vez detonante y víctima principal de un caos sin freno. Así la iluminación que firman Patricia Gutiérrez e Ingrid Sac, y los aquí no menos nodales trabajos de audio y de video de Ángel Jiménez y Jorge Orozco, respectivamente.

Daniel Giménez Cacho encabeza un nutrido y valioso reparto, en el que creo es su más completo y complejo trabajo teatral ––su gran trayectoria cinematográfica es indiscutible––, y en este a la vez gozoso y punzante montaje lo acompañan otros viejos lobos de mar como el también primer actor Arturo Ríos, Diego Jáuregui, y los de igual modo otras veces probados estupendos directores Luis Miguel Lombana y Alberto Lomnitz, dentro de una nómina de gente de teatro que aquí prueba estar comprometida con un proyecto no sólo exigente sino además apasionante. Entre las generaciones más jóvenes, la hermosa Zuria Vega pone a prueba que antes que nada es una actriz de prosapia, de formación, y no sólo una figura que en el cine y la televisión está construyendo una carrera sostenida. Con un más largo recorrido detrás, Francisco Rubio y Mahalat Sánchez están a la altura de las circunstancias.

Esta formidable y redonda puesta de Network, en el Teatro de los Insurgentes, contribuye a revitalizar una discusión que resulta pertinente y sigue en el aire, a partir de un formidable texto que en su esencia pareciera haber sido escrito hoy, de la pluma de un escritor que murió prematuramente y merece ser recordado. Paddy Chayefsky es un buen ejemplo de un muy talentoso creador anfibio que con su lúcido talento aportó a los diferentes géneros y medios donde se movió con destreza y alcanzó muy sonados éxitos.