“Mi nombre es Claudia, hija de Maria Luisa, nieta de Maria Luisa Guzman, bisnieta de Carmen y Julia, mamá de P, E y J. Yo también, como muchas otras personas, quiero que en el día y mes de las madres, les digan a las madres de las/os desaparecidas/os qué les pasó y dónde están sus hijas o hijos, sus nietas y nietos. Qué las madres tengan acceso a la verdad, a la justicia. Que nunca más una madre sufra de la pérdida de una hija o un hijo. Ni olvido ni perdón!! Verdad, justicia y memoria colectiva!!
#NosFaltanMiles Adapta el texto y súmate.
Publiqué el texto que aparece al inicio de este texto hace unos días en mi muro de Facebook, lo hice con el corazón apachurrado entre cifras de desaparecidas y víctimas de feminicidio y después de escuchar la nueva canción de la talentosa Vivir Quintana “¿Quién defiende al pueblo?”. Publiqué el texto a mis 46 años de ser hija, y a mis 15, 13 y 10 de maternar. Para mi la maternidad ha sido un proceso libre y deseado, pero sin duda de lo más retador que he vivido y a lo que me he enfrentado (y me sigo enfrentando todos los días). Lo he hecho como he podido, con las habilidades físicas y emocionales de que dispongo y con todas las cargas y roles impuestos ancestralmente que pasan generación tras generación sin ser siquiera materia de reflexión o análisis.
Lo cierto es que existen tantas formas de ser madre como madres existen, pero hay temas que desde el romanticismo impuesto de la madre abnegada, siempre amorosa, siempre dócil y siempre dispuesta, simplemente no se tocan, no se cuestionan; y con ello son una enorme loza que descansa sobre el inalcanzable proyecto de vida de toda madre, incluso de aquellas que (como yo) deciden libremente serlo. Pues no existe (por lo menos no nuestra sociedad) un rol tan estereotipado como el de la maternidad.
En su libro “Mamá desobediente”, Esther Vivas se asoma desde la perspectiva feminista a los enormes retos que se enfrentan las madres (que nos enfrentamos) en estos tiempos, que importante hacerlo, pues es cierto que a las madres de este Siglo XXI, ilusas, libres, empoderadas nos han vendido el mito del superpoder de lograrlo todo, de alcanzarlo todo, de compaginarlo todo y así, al ideal materno ancestral sacrificado y abnegado, le han impuesto además el ideal de alcanzar el mayor grado de estudios posible, el éxito profesional, el estándar físico de belleza, la vida saludable y todo esto sin sacrificar en ningún momento la vital tarea de la crianza.
A las mujeres nos deberían hablar de la maternidad sin mitos, sin tapujos, sin romanticismos, ¡honestamente vaya! Mi hija menor me preguntó un día que si me había dolido tenerles (haciendo alusión al trabajo de parto, es decir estaba hablando únicamente del instante de parir y del dolor físico), le contesté con un parco y contundente ¡Sí me dolió y mucho! Por un instante, sin embargo, la carga romántica de lo que significa maternar se apoderó de mí y estuve a punto de completar mi frase con la típica: “pero todo vale la pena pues lo tuve a ustedes y son mi mayor bendición”. No lo hice, y fui consciente; es decir no lo hice intencionalmente; pues a pesar de ser una madre (privilegiada por haberlo hecho en libertad), quise darle más libertad a mi hija, y sobretodo más información, más realidad y menos mito y romance.
Creo firmemente que todas merecemos la posibilidad de decidir libremente ser o no ser madres y sobretodo considero que es urgente la reivindicación de las luchas para recuperar la posibilidad de vivir la experiencia de ser madre sin las cargas de la maternidad ideal o perfecta. Me parece indispensable cambiar la conversación para poder construir nuevos imaginarios y realidades, lo que para mi significa desde luego, conceder a la maternidad su valor, pero hacerlo desde una perspectiva feminista, libre y voluntaria.
Y sin duda incluir en esta conversación los problemas cotidianos que plantea la crianza y el cuidado de les hijes; que aunque superficialmente aparentan ser idénticos generación tras generación, lo cierto es que presentan siempre aspectos nuevos para los qué hay que encontrar soluciones más adecuadas al momento y contexto determinado. En mi opinión es prácticamente una obligación tratar (por lo menos) y remplazar (idealmente) el prototipo de madre sacrificada y abnegada que solo se puede ver realizada por y a través de sus hijes. Hay que oponernos al estereotipo de buena madre, feliz y realizada por algo tan mítico como castrante, como el llamado “instinto materno”.
Este instinto que nos arrebata la capacidad de elegir libremente un proyecto de vida propio. Un proyecto que puede incluso estar alejado de la maternidad, o bien traducirse en una experiencia maternal configurada por nosotras mismas y nuestras circunstancias. La maternidad esta cargada de estereotipos, de roles, de expectativas imposibles de cumplir por lo menos si entendemos la maternidad en el contexto del siglo en que vivimos. Hay madres solteras, emparejadas, abandonadas, fuertes, vulnerables, amorosas, hoscas, en fin, tantas madres como versiones de personas hay.
Las mujeres y las madres de hoy, por lo menos las que elegimos serlo, debemos tener la capacidad de reivindicar todas las luchas (las propias, las de nuestras madres y abuelas, las sociales, las de grupo) para no olvidar de dónde venimos; pero también debemos hacer una pausa para ver hacia dónde vamos. Por ello es tan importante la labor que realizan las asociaciones que visibilizan temas como el aborto, o la justicia sexual y reproductiva; incluso aquellas que hablan de la lactancia o el parto, más allá de lo romántico, y que ponen sobre la mesa las enormes contradicciones que trae por ejemplo la exigencia de lactar a les hijes pero la falta de entendimiento social para hacerlo libremente donde y cómo nos plazca.
Y por ello es vital también poner sobre la mesa los debates de todas las maternidades, de todas las madres, de todas las formas de crianza. Y de los retos que todo ello implica, pues hay cuestiones tan controvertidas como la maternidad subrogada, y otras cuestiones tan básicas (como aparentemente inalcanzables todavía) como la igualdad en los permisos de paternidad y maternidad. Tenemos que hablar de la violencia obstétrica, de la pérdida de un hije deseado, de la depresión post parto, de los cambios físicos y hormonales, de las personas gestantes, de las madres que crían a sus hijes solas, de las que los crían en comunidad, o con otra mujer, de los retos que el cuidado de les hijes implica para el desarrollo profesional de las mujeres, de las brechas salariales, de tantos y tantos temas que hacen que el proceso de ser madre y mujer con plenos derechos y libertades parezca inalcanzable. Dar vida es un proceso y ser madre es otro diametralmente distinto, a veces no está ni siquiera vinculado con quien físicamente da a luz y este es un tema sobre el que también debemos reflexionar profundamente.
¡La maternidad será libre o no será! Que profunda frase, la escuchamos a coro en todas las marchas feministas y la leemos siempre que se habla del aborto (de la interrupción legal del embarazo), pero no nos detenemos a pensar en lo mucho que en términos de derechos y libertades acarrea esa sola frase. Hay madres que deciden libremente tener hijes, parirles y criarles. Hay madres que deciden parir a sus hijes y separarse de ellos, y esto también lo hacen en libertad. Pero lamentablemente existen otras muchas madres que son obligadas a serlo y otras que son obligadas a separarse de sus hijes simplemente porque se los han arrebatado y que diario les buscan (con picos y palas), que buscan verdad y claman justicia; y que cada 10 de mayo buscan sin encontrar y que no tienen nada que celebrar.
Nuestro país se ha convertido no solamente en una enorme fosa clandestina, sino en un país repleto de madres en orfandad. México es el país de millones de desaparecidos. Cada vez hablamos de más madres que se suman desde el dolor a las mujeres rastreadoras, a ese colectivo de mujeres que buscan, de madres que a diario excavan con un único objetivo: encontrar a sus hijes desaparecidos. Algunas de estas madres, como Mirna Medina, la fundadora de Las Rastreadoras de El Fuerte, salen todas las semanas, desde hace ocho años a buscar a sus desaparecidos.
Estas madres salen de sus casas, se arman con picos y palas y hacen lo que las autoridades simple y sencillamente no han hecho: ¡buscar! Estas madres han hecho promesas a sus hijos e hijas desaparecidas, les han prometido que les van a encontrar y en el camino han encontrado cientos de fosas y cadáveres, que siguen sin ser identificados. Estas madres no tienen nada que festejar, ellas mismas se describen como “muertas en vida”, les hacen faltan sus hijas e hijos, y por eso no festejan, conmemoran, lloran y buscan. Protestan, claman justicia, muestran su hartazgo y su coraje ante el nulo seguimiento que se les da a las carpetas de investigación que, como ha quedado representado en el mural de Cauduru, se acumulan y llenan de polvo, pero a las madres rastreadoras nada las detiene, ellas buscan.
El panorama es tan desolador que otras madres se esperanzan ante el hallazgo de una osamenta, como Cecilia Flores del colectivo Madres Buscadoras de México (antes Madres Buscadoras de Sonora), que hace menos de un mes encontró los restos de una persona enterrada en un barrio en las afueras de Hermosillo y se esperanzó pensando que había encontrado a su hijo, “creo que encontré a mi hijo Marco en la búsqueda de hoy. Reconozco su dentadura y forma de cráneo. Siento que me derrumbó”, escribió en su cuenta de Twitter.
Y hay que volver una y mil veces a la contundencia de ¡la maternidad será deseada o no será!, pues solo así podemos alejar a las mujeres de la maternidad como destino único. La mujeres debemos tener el derecho de escoger (y de hacerlo libremente sin presiones sociales o legales) si queremos ser madres o no. Y en este contexto de libertad el Estado y la sociedad en general debemos además hacer todos lo ajustes necesarios para que el precio de ser madre no sea imposible de pagar.